Tai Lung no era un ingenuo.
El sabía perfectamente que no podía ser hijo directo del señor Ping.Al principio, cuando era un niño, no podía evitar ver su hocico lleno de colmillos, con bigotes y una lengua rasposa y larga, para después compararse con el pico plano y amarillento de su padre, quien repleto de plumas, era mucho más bajito que el a tan corta edad. Al crecer, estas diferencias no hicieron más que ser más notables para todos al rededor. Había ganado fuerza, que se veía reflejada en músculos cubiertos de pelaje grisáceo. No había nadie igual a el en toda esa comarca.
Por supuesto que esto no lo mencionaría jamás frente a él.
¿Acaso importaba?Lo amaba.
Ping había estado ahí para el desde que el pequeño tenía memoria. Recordaba cómo había pasado noches interminables cocinando para el, aún cuando esté insistía en estar satisfecho.
El como lo defendía de los otros niños que no lo querían cerca por ser "un monstruo", y sí... incluso sus irritantes pero no menos afectuosas intromisiones, cuando le impedía ir demasiado lejos del restaurante, lo importunaba con recetas de cocina, o no le permitía ejercitarse. Y es que Tai Lung había nacido con una energía desbordante, y un talento innato para moverse con agilidad.
Cosa que su padre no tardó en pensar que sería de gran ayuda en la cocina cuando fuera el nuevo dueño del restaurante. No le gustaba realmente considerar otras opciones para su "pequeño hijo", que pronto creció y creció hasta que, aun con su largo cuello, tenía que alzar la cabeza hasta arriba para verle.
- ... ¿Por qué soy tan diferente? - preguntó alguna vez, cuando era un cachorro todavía. Estaba junto a su padre, viendo la puesta de sol desde la ventana de su cuarto.
- ¿Diferente cómo, hijo?- contrarrestó Ping, fingiendo demencia. La regla implícita de un padre adoptivo es no hacer sentir a tu hijo como si fuera adoptado.
- ... aquí me tienen miedo.
- La gente es tonta, hijo.- respondió con seguridad, revolviendo el pelaje de su cabeza con caricias paternales. - No son capaces de ver las cosas especiales que existen, aunque estén justo frente a su nariz.
Al pequeño Tai Lung no le convencía mucho ese argumento. Pero si debía ser sincero, la calidez hogareña con que su padre siempre le recibía, (además de un humeante plato de Wonton) eran más que suficiente para olvidarlo todo, al menos la mayoría del tiempo.
Todos esos recuerdos se encargarían de forjar en Tai Lung no solo un espíritu fuerte, sino también un carácter tranquilo y un corazón afectuoso, aunque propio de su especie, también era vivaracho.
Ahora como un joven adulto, la gente había conseguido perderle un poco el miedo. Muchos lo conocían simplemente como 'el hijo del señor Ping'.- ¡Tai!- escuchó de repente llamar desde el piso de abajo. De alguna manera, Ping siempre lograba ser inoportuno, pero, de nuevo... era su padre.
-¡Tai Lung!- Llamó otra vez. - ¡Estamos a punto de abrir, necesito que prepares las mesas!
El leopardo estaba ya despierto desde mucho antes. Lanzó un suspiro de resignación al verse interrumpido. Su cuerpo le pedía acción temprano, y es así que, (sin que su padre lo supiera, pues su instinto más sobreprotector saldría sin duda), Tai Lung disfrutaba de hacer ejercicio en la privacidad de su habitación, probablemente una de las pocas cosas que lo hacían sentirse satisfecho consigo mismo en el confinamiento del restaurante, y del mismo Valle, que no pasaba de ser un pueblito sencillo con gente sencilla, y tal vez, incluso un poco ignorante.
Abdominales, planchas, cualquier cosa que pudiera mantenerlo en constante alerta. Limpiar y cuidar de la fonda era demandante, cierto, pero para alguien como Tai, no es que llenara realmente sus requerimientos. Es por eso que, muchas veces, sin que Ping se enterara, Tai disfrutaba salir de noche para deambular en los campos de bambú, desarrollándose como solo un depredador podía hacerlo, saltando, correteando... No había forma en que no pudiera disfrutarlo.- Allá voy...- respondió, enderezándose para bajar finalmente, claro que, teniendo el cuidado de limpiarse el sudor.
- ¡Vamos, vamos hijo! ¿Es que no te enteraste?
- ¿Enterarme de qué?
- ¡Anda, ven, ven! ¡Quiero que cada una de las mesas tenga una de estas!- Indicó el ganso, ignorando por completo las dudas de su hijo para entregarle una pila de servilletas rojas conmemorativas, con estampado tipo Song. Tai obedeció, aunque algo impaciente por averiguar a lo que se refería su padre.
- ¡Tenemos que aprovechar para anunciarnos el día de hoy! Quiero que los comensales se lleven una buena comida antes del evento principal mañana. - decía entusiasmado el señor Ping, batiendo sus alas de aquí para allá en la cocina, cortando apios y rábanos con la velocidad de una liebre. Era impresionante verlo así. - ¡Iremos al palacio de Jade!
Tai Lung se ocupaba de ordenar cada mesa con sus sillas, extendiendo manteles y disponiendo las servilletas como su padre le había pedido. Era una rutina de cada mañana que tenía aprendida de memoria, y se podría decir que no tardaba ya más de unos minutos en preparar todo el restaurante por el mismo, de no ser porque Ping siempre tenía una petición diferente que hacer. Pero no, este día estaba demasiado entusiasmado. Y sus declaracioes sobre ir al Palacio de Jade solo lograban confundirlo más. Definitivamente ocurría algo.
- Papá, ¿podrías decirme qué es lo que te pasa?- se acercó, entrando a la reducida estancia de la cocina, donde el dueño del restaurante seguía cortando y pelando de espaldas en el mostrador.
- Lo siento, hijo, es que ¡esto va a ser muy bueno para nuestro negocio! - exclamó emocionado, dejando los ingredientes de lado para acunar la peluda cara de Tai Lung entre sus alas... subido a un baquito para alcanzarlo, claro.
- ... ¿Qué cosa?
- ¡Mañana van a elegir al ...
- ¡Ping!- llamaron entonces desde la puerta. Tai dejó que su padre saliera entonces de la cocina para atender, tratándose del repartidor de verduras. Ping agradeció por la mercancía (aunque entre dientes se quejara del 'robo' que significaba para el pagar quince yuanes por paquete), y se dispuso a cargar con todo el solo, aunque evidentemente no podía.
- Anda, papá. Déjame ayudarte.- escuchó a su lado. Tai Lung tomó el resto de las cajas de cebollas, rábanos, alcachofas y otras con sus enormes brazos cual bolsas de viento, llevando una de ellas incluso con su cola.
- Mira nada más, Ping... - le señaló el repartidor con una pezuña, maravillado de ver la facilidad con la que Tai Lung era capaz de equilibrar todas las cajas en sus brazos, cabeza y cola, llevándolas en a través de las mesas del restaurante. - Deberías inscribirlo a algún sitio donde aproveche todo eso, o tal vez dejarlo venir al campo a trabajar conmigo. Me harían bien un par de manos extra.
Como padre, Ping tampoco era ciego a todas las aptitudes que su hijo poseía. Si no fuera capaz de verlas, no le pediría tantas cosas en el restaurante. Sin embargo, algo en su interior no le permitiría dejar a Tai Lung a la deriva de sus propias habilidades. Tal vez el irracional sentido sobreprotector de un padre soltero... Tal vez la nostalgia de pensar que su pequeño leopardo pudiera hacerse daño... o, en un caso muy remoto, pero igual, posible... que él pudiera hacerles daño a otros.- Uhm... Ya lo pensaré.- mintió, lanzándole la bolsa de yuanes. - Quédate con el cambio.
- Ping, aquí te faltan dos...
- ¡Adiós!- decretó, dejando entonces al repartidor con la palabra en la boca. Rápidamente tomó la última caja sobrante y se encerró en la cocina, detrás de su hijo.
Al constatar que el repartidor se iba, aunque un poco molesto, Ping suspiró y se volteó a mirar a Tai Lung.
... Ahí estaba. Un grandulón gentil que acomodaba las cajas en los estantes y sacaba las ollas y sartenes para cocinar. Era casi imposible creer que tiempo atrás lo había encontrado, pequeñito y llorando en medio de una caja de coles, abandonado en medio de su calle. Al principio ni siquiera sabía lo que era. Parecía un gatito extraño.
Pero ahora, frente a el, se erguía como una montaña enorme, muscular e imponente. De no haberlo criado el mismo, tal vez reaccionaría como casi todas las personas del Valle cuando recién lo vieron. Como todos los niños que huían, alegando que daba 'miedo', o los adultos que lo llamaban directamente 'monstruo'.
Con las garras, los colmillos y esos ojos amarillentos, los comentarios no se hacían esperar en realidad.
Aún así, si de algo podía jactarse Ping, era de ser un buen padre. Es decir, ya se jactaba de muchas cosas, (como sus habilidades culinarios de negocios y fideos), pero Tai Lung era un caso especial. No era solamente un empleado, aunque a veces lo tratara como uno. El era su compañero. Su socio. Su hijo.
¿Qué importaba que no tuviera pico? ¿O que fuera terrible cocinando? No importaba cuantas veces tenía que repetirle la receta de zongzi, o cuantas veces tuviera que fingir una sonrisa cuando probaba su sazón.
Ambos eran diferentes. Y tal vez precisamente por eso funcionaba. Ambos se complementaban bien.
- ¿Papá?
- ¿Sí, hijo?- respondió el ganso, por fin saliendo de su trance.
- Sobre lo que decías más temprano, que iríamos al Palacio de Jade... ¿Ya puedes decirme?
Lo había olvidado. Ping se sonrió, consciente de su propia torpeza por un instate, para después tomar el lugar de su hijo en el mostrador y empezar a preparar la pasta.
- Perdona, perdona... Con todo esto, tengo la cabeza hecha un lío. - confesó, para luego voltear y mirarle, anunciando entonces con gusto. - Mañana nos eligen un nuevo Guerrero Dragón.
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AHHHH, pues primer capítulo de esta cosa que quiero escribir. Quiero aclarar que en esta historia, me gustaría darle a Tai Lung la oportunidad de probarse como el Elegido a ser el Guerrero Dragón. También quiero que cada personaje abordado aquí conserve su esencia original, aunque guardando atributos y connotaciones distintas, pues a fin de cuentas es una historia altera.
Espero que les guste y pueda cumplir con una esencia digna para esta obra, ya que le tengo mucho cariño desde niña. Ahí me dicen que les parece. Nos vemo'.
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Un Destino Diferente
Fanfiction(Universo Alterno de ''Kung Fu Panda'', los personajes pertenecen a la franquicia de Dreamworks) Criar a un hijo tú solo no es nada sencillo. Eso nadie lo sabía mejor que el señor Ping, dueño de el 'mejor restaurante de Fideos de toda China', (segú...