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Cerré los ojos con fuerza para mentalizarme sobre el sermón que estaba por recibir. Para mi mala suerte, desde hace unos meses había recaído en mi vicio por el alcohol y durante la noche anterior había estado tomando hasta quedarme dormido, por lo que el dolor de cabeza punzante no me motivaba a ser una persona agradable. De hecho, quería golpear a mi jefe para cerrarle la boca y para que me dejara en paz de una buena vez; pero no lo haría porque a mi edad no tenía demasiadas opciones para conseguir un mejor empleo, y porque hay gente que me necesita en el taller (y no me refiero a mi jefe).

— Espero que lo entiendas, Alan. No sé en qué tipo de negocios estés metido y tampoco me interesa saberlo...

Ojalá supiera más acerca de lo que el viejo Chaikamon está graznando mientras me apunta de manera acusadora con su dedo regordete y arrugado, sin embargo, no tengo ni la menor idea de lo que sea que me esté reclamando. Lo cierto es que hoy llegué tarde al trabajo, y por el caos que hay en el establecimiento, no estoy muy seguro de si fue una cuestión de suerte guiada por mi ángel guardián o algún tipo de castigo de Dios por considerarme uno de sus mejores guerreros. Antes de que alguien pudiera ponerme al corriente con las novedades en el taller, el viejo Cha se lanzó sobre mí a gritarme como un perro rabioso, ¿qué había hecho yo?, he ahí lo que me he estado preguntando. Es imposible que yo haya causado en el taller tal desastre del que se me acusaba cuando apenas estaba llegando al trabajo.

— Señor, Cha, no entiendo de qué me está hablando — dije, con un tono amable tratando de obtener una respuesta clara respecto de qué relación tenía yo con el desastre que había en el taller. Por las condiciones que guardaba el lugar, era obvio que alguien lo había saqueado.

Mis manos masajearon entre mis sienes para disminuir el dolor mientras tanto. Necesitaba una aspirina con urgencia.

— ESOS DESGRACIADOS ACREEDORES ENTRARON A MI TALLER BUSCANDOTE, ¿CÓMO PUEDES DORMIR TAN TRANQUILAMENTE CUANDO HAS ATRAÍDO A ESE TIPO DE GENTE A MI TALLER?

¿Acreedores?, ¿buscándome?, ahora entendía un poco menos la situación. Incluso si actualmente vivo tan miserablemente, nunca he tenido la necesidad de pedir dinero a ese tipo de personas. Preferiría morir que vender mi alma al diablo. Antes de que pudiera decir algo en mi defensa, Phayu, el nieto del señor Cha se interpuso para interceder por mí.

— Abuelo, ¿has penado en la posibilidad de que esos acreedores se confundieron de persona?, el tío Alan no es de ese tipo de personas que pide préstamos sin pagar, ni mucho menos se metería con ese tipo de gente.

— Phayu, no te metas, este asunto es entre Alan y yo — vociferó el señor Cha en un tono autoritario que hizo que Phayu se encogiera como un cachorro asustado.

— Estaré bien, no te preocupes — murmuré suavemente a Phayu, invitándolo a salir de la discusión, no me gustaría que tuviera problemas fuertes con su abuelo, y no lo digo porque son familiares de sangre y entre ellos debe existir la fidelidad filial. Conozco a ese viejo zorro, y por experiencia, lo mejor que puede hacer Phayu es mantenerse a raya de los conflictos.

Phayu siempre fue un muchacho de buen corazón, con un carácter fuerte, pero con un corazón noble y demasiado frágil. Desde pequeño, tenía una afición por los autos debido a que se crio entre motores, aceite y distintos modelos de autos, en ese entonces, cuando él tenía apenas 5 años, la emoción que descubrí a través de sus ojos al ver un auto de carreras en la pista me hizo pensar en Babe. En la actualidad, a escondidas de su abuelo, me convertí en el entrenador de Phayu, pues su sueño es convertirse en un piloto de carreras de autos, algo con lo que el señor Cha no está muy de acuerdo.

— Pero tío... tú no eres ese tipo de persona... — insistió Phayu, pero era demasiado tarde para hacer entender a su abuelo.

El señor Cha me lanzó una mirada de desprecio antes de soltar la frase que tenía ganas de decirme desde hace mucho tiempo:

Castles CrumblingDonde viven las historias. Descúbrelo ahora