Parte 4 LA ESCENA DEL CRIMEN

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Se alegró de haber dejado los faros del coche encendidos, la linterna casi no perforaba ya los diez metros de cortina de agua. La mujer estaba en posición fetal, acurrucada, recibiendo el aguacero con todo su costado izquierdo, desnuda, la mano derecha bajo su mejilla, y la izquierda cogiéndose la muñeca. Las rodillas le llegaban hasta el pecho y a su cuerpo blanquecino no se le veía ningún tatuaje ni marca, ni lunar, siquiera una magulladura. La cabellera rubia de media melena, parecía bien cuidada a pesar de estar empapada, brillaba. Iluminó a ambos lados del bosque, a los arcenes. Ahora no le resultaba muy buena idea tener al niño tan lejos, sin poder controlarlo, el sonido de la precipitación sobre el chubasquero ahogaba cualquier otro ruido a su alrededor. Las ráfagas de viento le tambaleaban de vez en cuando. Echó un último e inútil vistazo al coche y volvió el desdichado haz de luz a la mujer.

Un relámpago la iluminó como un macabro flash. Entonces recordó que tenía la Canon en el coche. —Turista, caucásica— se dijo en voz alta. No era japonesa, siquiera aparentaba asiática. Nada de collares ni pulseras, ni reloj, pendientes o anillos, totalmente desnuda. Saíto hizo un circulo andando alrededor del cuerpo con la linterna centrada en la figura encogida, grabando en su mente cada centímetro de la víctima, para luego dar un paseo con la linterna hasta el arcén izquierdo y merodeó saliendo unos metros del asfalto, cruzando la cuneta de una zancada. Repitió la operación con el otro lado, aquí la cuneta estaba haciendo su trabajo a la perfección, canalizaba el agua valle abajo. Nada, y aunque hubiese alguna posible pista no podría descubrirla con aquella luz bajo aquel diluvio. Miró al coche nuevamente. Quiso comprobar que el niño seguía allí, pero cualquier intento por verlo era inútil desde su posición, no estaba muy lejos, a unos cuarenta metros, si bien la lluvia y el viento aumentaban la percepción de aquella distancia y las luces del vehículo en contra.

«Gritarle le asustará aún más» pensó.

Sato se centraba en el sonido del palo de agua sobre el techo del Land Cruiser, torrentes corriendo entre las ruedas. Le parecía que aquella tormenta intentaba entrar por las ventanillas. En su mente apareció su propio salto casi de arcén a arcén mientras el fogonazo le caía encima, el cerebro se empeñaba en repetirle lo vivido, caminaba lentamente hacía aquella "mujer muerta". Zucum-zucum, zucum-zucum, podía escuchar sus propios latidos, se giró a mirar las gallinas en el asiento a su lado, centrándose en el rítmico sonido de los limpiaparabrisas cuando la puerta trasera del Toyota le estremeció al abrirse.

—Lo siento. No quería asustarte. Voy a sacar unas fotos pequeño. Ya estoy terminando, sólo serán unos minutos y te llevaré a casa. Eres un ayudante estupendo ¿lo sabias? Voy a recomendarte a mi jefe. —Sato le devolvió una sonrisa capaz de derretir a cualquier padre. El juez revolvió un bolso de deporte, sacó una cámara de fotos y le acopló un flash, la envolvió con una bolsa de burbujas, extrajo de otra bolsa unos conos de carretera que se le antojaron de juguete para aquella inundación. Ahora un trueno espantoso e interminable.

Miró una bolsa forense negra de transporte con cuatro asas, sin pensarlo también se hizo con ella y volvió a la mujer, cerrando la puerta del coche.

Los flashes se alternaban con los relámpagos. Saíto comprobaba cada foto en el LCD para no perder ninguna. Unas decenas de fotos a la mujer, desde todos los ángulos, la posición de sus piernas, pies, manos, rostro, muñecas, tobillos, codos, axilas, desde la posición del coche, desde el lado contrario, desde un lado de la calzada y desde el otro, le abrió los ojos que se llenaron de agua, era imposible ver petequias bajo el aguacero pero por extraño que le pareciera sus pupilas parecían normales. La mujer muerta lo miraba tan fijamente que por unos segundos Saíto volvió al pasado, y retrocedió sobresaltado de un brinco, ¡está viva! le gritó su "yo" forense. Otro caprichoso estruendo del cielo le devolvió al cuerpo inmóvil. Tenia los ojos cerrados. Nadie lo estaba mirando.

—¡Joder!

Una vez que consiguió calmarse quiso comprobar una vez más que estuviera muerta. —¡Maldita sea! ¡joder! ¡Parece que estés viva!— Gritó en un desahogo fulminante. —¡Céntrate, céntrate Saíto!— respiró profundamente lo más lento que pudo para concentrarse en la mujer nuevamente. Le movió la cabeza sintiendo el movimiento de su cuello, los tobillos, las muñecas, todas las articulaciones parecían estar bien, tampoco tenía marcas de golpes o ataduras, nada roto. No notaba nada raro. Si no fuese porque estaba más fría que unos Noodles Somen, aquella joven podría levantarse y marcharse de un momento a otro.

Con dificultad colocó los conos delante del cuerpo y comenzó a sacar fotos al arcén, al camino por donde había bajado el chico, supuso. Era una especie de abertura al espeso bosque. Bosque que recibía la luz del flash a tragos. El agua empezaba a colarse por algún hueco del chubasquero, helándole la espalda y el cuello. Recorrió bajo la tormenta la carretera comprobando lo que ya sabía; que la calzada terminaba unos ciento ochenta metros más adelante, en una especie de abertura circular permitiendo girar los vehículos con comodidad, justo después de la curva. Nada ni nadie podía llegar desde ese lado de la carretera. Un mirador con la señal torcida de CALZADA SIN SALIDA hecha en madera. El bosque cerraba la vía. Tampoco se distinguía vehículo alguno, no encontró huecos en la vegetación o roces en la espesura del bosque que indicaran un accidente de tráfico y con aquella tormenta buscar huellas de neumáticos o frenazos era una utopía. Aún así sacó fotos a la calzada por si al descargarlas apareciera algo que no era capaz de ver en ese momento.

¿Cómo había llegado hasta allí aquella joven? volvió a ella. La miró como un perito evaluador de obras de arte examina un Durero. Después de varios minutos en los que no paró de sacar fotos ajenas al procedimiento, metió el cuerpo con mucha dificultad en la bolsa forense y cerró la cremallera y el velcro de seguridad. El esfuerzo le estaba dejando sin aliento y estaba empapado desde la espalda hasta las rodillas. No era buena idea pero mantuvo los conos de tráfico colocados alrededor de la bolsa hermética. No quería llevar el cadáver con el niño en el coche, ya vendría a recogerla después.

En ese momento le asaltó la duda ¿Qué hago con el cuerpo? sé quién tiene un congelador, es la única solución, por su mente pasaban mil macabras teorías. Sintió un gran alivio al verse respondiendo sus propias preguntas, no había perdido el instinto.

La puerta volvió a abrirse. Se sentó, dejó la cámara en el asiento del copiloto, se sacudió, retiró la capucha de su impermeable y miró al niño. —Bien Sato. Vamos a casa, has sido un gran policía esta noche. Veamos si tu padre está en casa—. Se dio a si mismo un respiro de cinco segundos. Su cuerpo lo necesitaba.

El pequeño le miró con la sonrisa de orgullo instalada en su cara. Era su ayudante.

—Mujer muerta. —señalando la dirección al bulto rodeado de conos de tráfico.

—Si. Ahora vengo a por ella—. «¿Cómo sabes que es una mujer? Tuviste que acercarte mucho chaval. No se ve a menos de diez metros» —enseguida se respondió a sus propios pensamientos, «seguramente cuando la descubriste no tenias a Raijin así de furioso ¿verdad?»

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