capítulo 4

12 3 1
                                    


― ¡Majestad! ― gritaba el mensajero Real mientras interrumpía en mitad de una importante reunión del consejo, lo cual estaba altamente prohibido, pero la situación lo ameritaba.

― Que insolente eres ― gritó Leónidas con furia ― Está prohibido entrar cuando el Rey y su consejo están reunidos.

― Majestad ― continuó el mensajero haciendo caso omiso al Conde ― Han encontrado a su Luna ― y eso bastó para sorprender al Rey y a todos los presentes ― En la ciudad humana de Liss ― y sin revelar más le entregó la carta sellada con la firma de su más fiel capitán de la guardia.

― Esto es una noticia estupenda alteza ― todos estaban tan felices que no daban crédito a esta noticia, parecía un sueño ― ¿Cuánto les queda para llegar? ― preguntó el Duque Velarde con emoción.

― Tres días ― respondió el Rey leyendo la carta con una sonrisa de esperanza en su rostro ― Manden de inmediato a los veinte mejores soldados a su encuentro para que les protejan en el viaje ― los lobos en su forma animal no tardarían más que unas horas en alcanzarles, y mantener a la Luna a salvó durante lo restante del viaje ― Es también importante que el palacio se prepare adecuadamente a la llegada de su Reina.


La reunión se dio por concluida, y el Rey solo podía pensar en su Luna, el capitán se lo había descrito en la carta que le mandó "piel clara como la Luna, cabello como el oro puro, frágil como una flor, y bello como las estrellas" no cabía duda de ser su Luna, porque según dijo el médico, el celo le había pegado muy fuerte, hasta el punto de la inconsciencia, y además había afirmado que no era solo un humano, al parecer era un doncel.

Hacía milenios que no se hallaba un doncel, hasta el punto de creerles un mero mito. Pero las leyendas parecían ser ciertas, y él tenía la dicha de nombrar al doncel como suyo.



------------------------------------------



Mientras tanto, el doncel estaba despertando de su sueño, descubriendo que se encontraba en una especie de carroza llena de cojines incluso por las paredes para evitar que pudiera dañarse con el traqueteo.

El traqueteo parecía deberse al de una carroza, las dimensiones de estas desde el interior no eran muy grandes, lo suficiente para estar sentado en cuanto a altura, y con el suficiente diámetro para tumbarse con su pequeño cuerpo.

"Siempre creí que las carrozas eran cuadradas en su interior" pensó Abel, y así era, porque las que él estaba acostumbrado a ver eran carrozas de carga, y estas eran comúnmente rectangulares, al contrario que las utilizadas por los altos rangos, que eran siempre redondas y usualmente para una o dos personas como máximo.


Pero Abel notó algo aún más extraño, y era que no existían ventanas, o bueno, las había pero estás estaban cerradas impidiéndole ver el exterior.

El pánico no tardó en aparecer al no tener idea alguna de donde estaba o a donde le estaban llevando. A eso se le sumaba el traqueteo que revolvía un poco su estómago y a la aun perdurable sensación de atontamiento que daba lo que le inyectaron en la plaza de Liss.


Abel trató de abrir las ventanas, pero no había forma, y la puerta ni siquiera la ubicaba con tanto acolchamiento por todas partes.

No le quedaba otra que gritar pidiendo ayuda, o al menos respuestas. Pero su miedo y timidez le habían cortado por completo la voz, cerrándole la garganta e impidiéndole hablar.

El doncel del Rey AlfaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora