CAPÍTULO DOS

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Josephine Ransom

Me sentía traicionada, nunca pensé que mi padre me haría algo como esto. Era su única hija y parecía no importarle lo que sucedería conmigo si cumplía con lo que me estaba pidiendo, o más bien demandando.

—No puedes hacerme esto, padre —refuté acercándome a él —. Me pides que sea desposada por un bárbaro.

—Es un escocés, no un monstruo asesino, Josephine —dijo mi progenitor mirándome seriamente.

—Como si fuera lo mismo.

Estaba perdiendo los estribos, no quería casarme con un hombre de las tierras altas, eran nuestros enemigos. Eran unos salvajes.

—Pudiste haberme comprometido con un noble, con un príncipe incluso —continué —. ¿Acaso no sientes una pizca de afecto por mí? Soy tu única hija.

—Su Majestad lo ordenó.

Miré confundida a mi padre, esperaba una explicación más detallada.

—Quiere que podamos unir a Escocia e Inglaterra, un matrimonio con una muchacha de alta cuna beneficiará a nuestra causa —exclamó acariciándome el rostro —. Evitaremos guerras y tendremos a muchos clanes de nuestro lado, los Drummond tienen muchas conexiones.

—¡Me usas de moneda de cambio! —grité indignada.

—No es así.

—Sí, que lo es. ¿Por qué yo? Hay muchas damas de familias nobles que podrían colaborar con su plan.

Mi hermano Benjamín habló por primera vez.

—Los Ransom somos una familia cercana al rey, hermanita —. Sus grises ojos me miraban con ligera pena.

—Al igual que muchas más —justifiqué.

—Somos la mano derecha de su majestad, cada hombre ha servido en su ejército fielmente. No iba a pedírselo a nadie más —dijo mi padre.

—No lo haré.

Los pasos firmes del hombre que llamaba padre se acercaron.

—Lo harás, es una orden.

—Mamá no estaría de acuerdo con esto —bramé saliendo del salón sin mirar atrás.

—¡Josephine! —llamó la voz de mi cuñada.

Ahí, frente a la puerta, ingresando a la casa, mi hermano mayor junto a su esposa y mi sobrino se encontraban.

—Me enteré de todo, es una barbaridad lo que pretenden hacer contigo —habló la pelinegra abrazándome.

—Lo es, Lavinia —me lamenté.

Mi hermano se acercó con su típico uniforme rojo y me atrajo a su cuerpo.

—Estarás bien, sabes cómo defenderte —susurró acariciando mi cabello —. Si ese hombre te lastima, asesínalo y huye, me encargaré de causar una guerra si es necesario.

Recosté la cabeza en su pecho.

—Gracias —respondí abrazándolo con firmeza antes de apartarme.

El rubio posó su mano en mi mejilla y limpio lágrimas que no sabía en qué momento habían caído.

—No llores, tía Phine —dijo Oliver.

—Ya no lo haré, pequeño.

Me puse de rodillas y abracé al niño con fuerza. Mi sobrino no perdió oportunidad y besó mi mejilla repetidas veces tratando de consolarme.

—Debes detener esto, Frederick —pidió la mujer a su esposo —. Tu hermana será llevada a tierra de salvajes.

—Padre ya lo decidió así, hizo un trato con el rey y con los Drummond —explicó el de ojos verdes —. Detener esto causaría una guerra inmediata.

El precio del compromisoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora