Smooth criminal

17 3 0
                                    

Las palabras crean realidades.

Si alguien ocultase la verdad a un niño sobre que es adoptado, podría decirse que es una "mentira piadosa". Cosas como estas hacen los seres humanos para aligerar un acto que, comúnmente, sería malo. Un eufemismo. Bueno, Niko acaba de utilizar un término similar para describir la línea de trabajo a la que se dedica. Pasaba la noche entre los iluminados escaparates de Shinjuku incitando a los transeúntes a pecar en las más diversas formas posibles y por haber. Como persona abstemia de toda sustancia que nuble el juico, Niko se ciñe a cumplir estrictamente con el trabajo y ninguna distracción entra en juego. Iba siguiendo a personas variopintas, incluso pudo reconocer rostros como el monje del vecindario bebiendo despreocupadamente, una antigua maestra con otro señor que no es su marido o ex-compañeras entrado a clubes nocturnos de dudosa reputación. 

-Menuda vida llevamos. Musitó con resignación. Entre las chicas, encontró a la vista a un chico extranjero con gorra de gallito entrando a la discoteca más cercana. Revisó rápidamente su celular e ingresó ella misma detrás de la multitud. Una vez dentro, la cantidad de luces, humo, hedores y ruido era pasmosa; todos esos golpes a sus sentidos iban a derribarla. Contuvo como pudo las ganas de vomitar y, cubriendo ambos oídos con las palmas de sus manos, prosiguió en búsqueda de aquel chico de la gorra horrenda. 

De fondo, sonaba: Verdis Quo de Daft Punk.

Baño de hombres. El joven extranjero se encontraba abrazando uno de los excusados, vomitando colores, texturas  y objetos que no deberían ser de consumo humano. Tras limpiarse el rostro con la mano, como pudo se incorporó. Toda su ropa, la camisa, los pantalones cortos y sandalias estaban cubiertas por vomito y otra sustancia irreconocible a simple vista. Al salir del cubículo donde se hallaba, creyó ver un hombre japonés de corta estatura y coletas recibirle. El chico sonrió e intentó abrazarle. Lo siguiente que sintió fue estar acostado en el suelo desde su costado derecho. Tal parece que le golpearon con un objeto contundente pero, estaba demasiado aturdido con otras sustancias como para percibir la realidad del asunto. Oía gritos en japonés mientras era golpeado, mas éste ingenuo yonki poco podía decirle. De repente, todo era oscuridad. La habitación, las vibraciones del club nocturno, la música se detuvo; todo era cubierto poco a poco en negrura.

Niko salió del club con aires de haber realizado un simple recado. Caminó hasta dar con un callejón vacío y, en cuclillas, comenzó a temblar y llorar. Así de simple había dado fin a la existencia de un hombre desconocido. Actos como este le daban comida, pagaban sus facturas y permitían a su familia estabilidad. Intentaba decir que era sólo la herramienta del verdadero verdugo, que seguía ordenes ajenas a su voluntad, pero era mentira. Ella eligió pertenecer a esa tenebrosa línea de trabajo, pudo elegir hacer cualquier otra cosa y, aunque desesperada, tuvo libertad de elección. Buscaba una manera de desvincularse para sentirse mejor; nada sirvió. 

Cuando dejó de llorar, todavía con las manos temblorosas, informó a su contacto por mensaje de texto y, seguido de esto, una buena suma de dinero fue colocada en su cuenta bancaria. Qué simpleza, menuda rapidez. Las vidas humanas pasan momentos alegres, dificultades o amarguras: siempre terminan por extinguirse sin excepción. Niko odiaba trabajar siendo la chica-arma, sacrificando su sanidad mental en pro del bienestar familiar. Fuese moralmente correcto o no, sabiendo las repercusiones legales, sociales e incluso si existiese un cielo, ella no llegaría a conocerlo.

Recibió una llamada.

-¿Sí? ¿Maki? Ajá, todo va bien... Sí, me gustaría ir a cenar otro día. Claro, por supuesto. Muchas gracias y, no te preocupes. Me gusta mucho estar aquí. Hasta luego...

Caminando a paso de zombie, Niko llegó a la estación de tren. 

La idol en bancarrotaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora