Capítulo 2

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El lugar frente a mis ojos era lo opuesto a lo que yo ya había visto con anterioridad.

Un bello atardecer pintado adornaba una de las paredes. Unos sillones de cuero marrón colocados en el centro hacían juego con la gigantesca alfombra que abarcaba todo el lugar. Otra de las paredes era ocupada por un gran espejo que tenía los bordes hechos de algo que parecía oro. Nada se veía viejo o a punto de derrumbarse y no había ni una sola telaraña, y, además, la estancia tenía un rico olor a lavanda.

Entré despacio en la habitación debatiéndome entre ir a verme al espejo, ir a apreciar de cerca el paisaje o salir corriendo y escapar de ese lugar. Me decidí por el espejo.

―¿Esa soy yo? ―pregunté lo obvio.

No recordaba nada, incluido mi aspecto. Una joven de unos 20 años de edad, cabello rojo ondulado, ojos marrones claros, piel trigueña y cuerpo tirando a delgado me devolvía la mirada en el espejo.

«Soy preciosa»

―Sí ―afirmó.

Mi aspecto era también sombrío, mi ropa era opaca.

Fijé mi vista en el atardecer. Me acerqué tanto a la pared que lograba ver los trazos del pincel y sentir el olor a pintura. Observé el sol naranja ocultándose entre las montañas cubiertas de altos pinos, observé la cascada que se formaba en medio de dos montañas y desembocaba en un río, observé las delicadas flores que adornaban un poco más allá del río, justo donde las rocas daban paso al césped verde, observé el cielo despejado y coloreado con tonalidades azul, naranja y rosado; y por último observé a las personitas que acampaban junto al río, con carpas y una fogata encendida. Ver esa pintura me provocó una calidez inexplicable en el pecho; un suspiro escapó de mis labios sin que pudiera retenerlo.

―Es precioso ―dije.

«Parece muy real», pensé.

Me giré hacia Jake, él me miraba fijamente desde uno de los sillones, con sus codos apoyados en los reposabrazos y su espalda tan recta que parecía un muñeco.

―¿Por qué todo lo demás no es como esté lugar? ¿Por qué todo parece tan abandonado?

Jake señaló el sillón frente a él.

―Siéntate.

Hice sin rechistar lo que me ordenó.

―No quiero ser brusco, pero sí rápido ―dijo, sin despegar su mirada ni un segundo de mí.

Comencé a sentirme nuevamente nerviosa por sus palabras. Asentí.

―Te encuentras en el cementerio de los olvidados.

Fruncí el ceño.

―¿El cementerio de los olvidados? ―pregunté con incredulidad―. Esto no parece un cementerio ¿y las tumbas?

Bueno, sí recordaba haber visto unas tumbas al asomarme por la ventana, pero eso... no tenía sentido.

―No es un cementerio físico, no tiene cuerpos en descomposición dentro de urnas; es un cementerio astral.

―¿Qué? ―pregunté, confundida― ¿astral? ¿Qué es eso?

―Escucha ―dijo―: el cementerio de los olvidados es el lugar al que vienen las personas que murieron de manera súbita y nadie oró por sus almas. Para acá suelen venir las personas que fueron ateas o que no creían en la vida después de la muerte, entonces, al no saber a dónde ir, son traídos hacia este lugar para que residan hasta que hagan el llamado de ayuda o alguien ore por ellos.

Sentí como si una mano fuese apretado mi cuello, asfixiándome. Cerré mis ojos con fuerza.

―Espera, espera ―mi voz salió temblorosa―... ¿Qué murieron?

El cementerio de los olvidados ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora