— No podemos — Dijo Aziraphale, su voz apenas un susurro sobre los labios de Crowley
— Ángel, por favor...
— Lo siento, querido. Lo siento, lo siento tanto...
Y cuanto lo sentía.
Había sido una noche tan hermosa. Afuera, Londres estaba sumido por completo en el caos. Las sombras y el frío inundaban las calles vacías, el fuego se extendía por la ciudad como una plaga, y a lo lejos podían escucharse las sirenas de las bombas, los gritos, los llantos y, de vez en cuando, un silencio que aturdía mucho más que cualquier explosión.
Pero adentro de aquella librería en Soho, todo estaba en paz. Aquél edificio antiguo se mantenía en pie como un santuario, su interior únicamente iluminado por las cálidas luces de un par de velas y aparentemente marginado de la tragedia que ocurría del otro lado de sus puertas de madera.
Y dentro de él, un ángel y un demonio habían estado tomando el suficiente vino como para olvidarse todo al respecto de la guerra, de los casi ochenta años que habían pasado sin hablarse, de cualquier límite o regla que previamente pudieran haber establecido, e incluso del cielo y del infierno. En ese momento, durante ese par de horas, solo existían ellos.
Entre libros polvorientos, botellas vacías, viejas historias, risas suaves y miradas llenas de anhelo, ambos fueron soltándose y acercándose cada vez más. Una corbata y una pajarita quedaron olvidadas en la mesita de café, los lentes de sol abandonados encima de un escritorio, las mangas de las camisas fueron levantándose hasta los codos, y antes de que se dieran cuenta, las manos de Crowley habían encontrado su lugar en las caderas de Aziraphale y, oh, ¿Cómo no se habían dado cuenta antes de que ese era exactamente el propósito para el que habían sido diseñadas, que ese era el lugar a donde siempre habían pertenecido?
Aziraphale agarró una de esas manos con delicadeza, entrelazando sus dedos, y apoyó su otra mano en el hombro del demonio. Hipnotizados por la calidez en el ambiente, el alcohol que corría por sus venas, la música, el tacto y las miradas, comenzaron a mecerse lentamente. Ojos color azul tormentoso admirando a unos dorados y brillantes cual oro, dos cuerpos moviéndose lentamente en el reducido espacio de la trastienda, un fonógrafo sonando en el silencio de la noche. Y así el tiempo fue pasando, y ninguno de los dos pareció darse cuenta cuando el disco finalmente se acabó.
En algún momento dado que ninguno supo distinguir, ambos dejaron de moverse, y Crowley estrechó a Aziraphale más cerca de su pecho. Ambas de sus manos fueron a parar en la parte baja de su espalda, y las del ángel encontraron su lugar en las mejillas de su compañero. Por un momento se quedaron así, sus frentes apoyadas una contra la otra, sus ojos ligeramente cerrados, sus respiraciones lentas.
Y cuanto habrían dado por acortar la escaza distancia que los separaba, por quedarse así para siempre, por fundirse el uno con el otro en un mismo ser y no volver a separarse nunca.
Pero no podían. Las luces del alba comenzaban a asomarse por la ventana, y pronto iban a tener que separarse una vez más. Pronto iban a tener que volver a las reuniones a escondidas, a las palabras cuidadas, a la distancia, a la precaución.
— Solo esta vez. — Crowley pidió, *rogó.* — Nadie tiene porqué saberlo. Podemos arreglárnoslas, siempre lo hemos hecho. Por favor, Ángel. Solo una vez.
Y Dios sabe que no había otra cosa que Aziraphale hubiera querido más en este mundo que ceder y dejar que Crowley lo tomara por completo. Pero el ángel sabía con certeza que una vez que lo hiciera, no podría parar jamás. Una vez que lo hiciera, no habría vuelta atrás, y seguiría cayendo hasta llegar al fondo de aquél pozo profundo que con el pasar de los años lo llamaba cada vez más.
Una parte de él quería dejarse arrastrar y abrazar aquella cálida oscuridad. La otra parte sabía muy bien lo que eso implicaría.
— No podemos, Crowley, no podemos. Es demasiado peligroso. Lo siento tanto... — Aziraphale repitió, sintiendo como su voz comenzaba a quebrarse.
El demonio apoyó su mentón sobre el hombro del ángel y luego hundió su rostro en su cuello, inhalando ese aroma a canela y miel que tan bien conocía hasta grabarlo una vez más en su memoria, y dejando ir el aire, se separó de él.
— Está bien. — Murmuró. — Está bien, tienes razón. No podemos.
Aziraphale pudo sentir como su corazón se le hundía en el pecho mientras veía a Crowley agarrar sus anteojos de sol y ponerselos, ocultando una vez más sus ojos, *esos hermosos ojos.*
No se movió ni un centímetro mientras el demonio se ajustaba la corbata, mientras se acercaba a la puerta y se ponía el saco, pero cuando estuvo a punto de agarrar su sombrero y salir de la librería, Aziraphale se acercó hacia a él y tiró de su muñeca. Crowley pausó sus movimientos y lo miró. Aziraphale se acercó y planto un único y suave beso en su mejilla.
— Algún día podremos. — Prometió, mientras le arreglaba las solapas del abrigo. — Algún día seremos libres.
Crowley dejó escapar un suspiro tembloroso, y Aziraphale dio un paso atrás.
— Buenas noches, Ángel. — Dijo mientras abría la puerta, y luego se fue sin esperar una respuesta.
Aziraphale lo vió subirse al Bentley, arrancarlo y marcharse. Se quedó allí hasta que el sonido de las ruedas sobre el pavimento se volvió lejano y finalmente desapareció.
— Buenas noches, Crowley. — Susurró, y se secó con el dorso de la mano el rastro de lágrimas que hace unos minutos habían comenzado a abrirse camino en sus mejillas.
Ese día Aziraphale no abrió la tienda. Tampoco el siguiente, ni el día que vino después de ese. En su lugar, el ángel se preparó un té y se sentó a leer hasta que el polvo se acumuló sobre él, el gusto a vino desapareció por completo de su boca, y la música dejó de hacer eco en sus oídos.
***
La luz blanca lo estaba cegando.
Podía sentir como esa fría luz le quemaba los ojos, le ardía en la piel y hacía que el vacío en su estomago se hiciera cada vez más y más profundo.
¿Qué estaba haciendo? Esto estaba mal. Esto estaba muy, muy mal. Él no pertenecía en ese lugar. Nunca lo había hecho. Él pertenecía allí abajo, en la tierra, en su librería, junto a los humanos, junto a sus libros.
Junto a Crowley.
Pero para eso estaba ahí, ¿verdad? esta era la única forma. Si se esforzaba lo suficiente, si trabajaba lo suficiente, lo lograría. Conseguiría hacer del cielo un lugar en el que él y Crowley pudieran ser felices y libres juntos.
Aziraphale se llevó la mano a la boca, rozando con sus dedos el lugar donde aún podía sentir el fantasma de los labios del demonio contra los suyos. Aún se le llenaban los ojos de lágrimas al pensar en ese beso. ¿Por qué, de todos los momentos posibles, había elegido ese para besarlo? Su primer beso había quedado arruinado. Había quedado ensuciado por el dolor, por la desesperación, por el arrepentimiento.
Y cuanta impotencia había sentido en ese entonces. Cuan furioso había estado con Crowley por arruinar ese momento. Cuanta indignación, cuanta tristeza, cuanta frustración le había invadido en ese amargo beso.
Pero el amaba a Crowley. Lo amaba tanto, que estaba dispuesto a perdonar esa ofensa. Amaba tanto a Crowley que estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario por salvar al mundo una segunda vez, por reformar el cielo, por encontrar una paz que no fuera ni frágil ni efímera.
Estaba dispuesto a hacer lo que fuera por poder darle ese beso que hace tantos años le había prometido.
Aziraphale cerró los ojos, tomó una respiración profunda, sonrió, y salió del elevador.
"Espera y veras, Crowley" Pensó. "Yo nos liberaré."
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Aziracrow one shots!
Ficción GeneralOne shots de los maridos inefables, porque desde hace medio año son lo único que puedo pensar durante la mayoría del tiempo y necesito sacarlo de alguna forma. Actualizaciones irregulares. Subo cosas cuando me inspiro y escribo Portada en proceso