𝙥𝙖𝙧𝙩𝙚 𝙘𝙪𝙖𝙩𝙧𝙤

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Esos ojos oscuros se posaron sobre mí y pude notar cómo mi corriente de pensamientos, que hasta hace un momento corría nerviosamente de un lado a otro, cambió drásticamente. Esos orbes negros me escanearon, sin remordimiento alguno, de arriba a bajo varias veces, parándose de vez en cuando en mi cara, que por mis sensaciones, debía haber pasado de un amarillo grisáceo a un rojo candente. Me tomé la libertad de mirarlo también, vestido por las más caras ropas, lucía un traje de chaqueta que se ceñía increíblemente a sus hombros.

Una ráfaga de calor se generó en mi pecho, arremolinándose en la base de mi espalda, bajando a sitios no deseados. Sentí cómo algo entre mis piernas estiró la tela casi imperceptiblemente al ojo ajeno, inquieto y ansioso por más. El que ahora sería mi jefe se echó para atrás en su silla, tomando una posición más relajada y confiada ante la situación, dejó lo que estaba haciendo para atender a la persona parada delante de su escritorio, que lamentablemente era yo.

Vasseur continuó hablando sobre las tareas de las que me encargaría, cosa que agradecí mentalmente, porque esa fue la única manera que encontré para enfriar mi mente. Al final del monólogo que Fred nos proporcionó, le dediqué una sonrisa de cortesía al hombre que estaba presidiendo el despacho y giré sobre mi eje para salir del espacio tan abrumador en el que me encontraba. Me acomodé en mi escritorio, acomodado en medio de una habitación que estaba incrustada, en parte, en las dependencias de Sainz. Era curioso que desde dentro del despacho de Sainz sí se podía ver lo que había en mi oficina, pero desde dentro de mi pequeño espacio los cristales estaban tintados.

La tensión de saber que tendría la quemazón constante en la nuca causada por la posibilidad de que mi jefe me estuviese mirando me iba a generar mucho estrés. 

No obstante, decidí ponerme manos a la obra. Ordené y catalogué los instrumentos con los que trabajaría, guardé la lista de contactos que Fred me dio y la ordené alfabéticamente. Catalogué cada número en secciones, las cuales me servían para diferenciar las llamadas de la tintorería de las de los posibles interesados en negociaciones. Posicioné los libros que me traje de casa a mi derecha, un poco de relajación no le venía mal a nadie, y un poco de filosofía en sus vidas tampoco.

Mis títulos eran insólitos de ver, extravagantes, y no niego que me gustaba ver las caras sorprendidas de la gente cuando ven lo que estoy leyendo. Siempre he sido un poco antisocial, lo cual me hizo amar las sensaciones y caudales de pensamientos que los libros me proporcionaban. Se comparaba un poco con las emociones que esperaba experimentar al intentar hacer amigos, emociones que nunca llegaron a darse debido a las miradas indiscretas de aborrecimiento y repulsión que recibía.

Librándome de aquellos pensamientos, volví a echar un vistazo a los libros en la mesa. "Examen de ingenios para las ciencias" de Juan Huarte de San Juan y "Los siete maridos de Evelyn Hugo" de Taylor Jenkins se alzaban orgullosos encima del contenedor de folios en blanco para la impresora. ¿Ya he dicho que soy excéntrico? Pues lo vuelvo a decir, porque soy raro de cojones. Ni la rayis se compara con las ganas que tengo de ser diferente. ¿Problema? Que a menudo me pegan alguna que otra paliza.

Alcé la tapa del ordenador observando el post-it que indicaba la contraseña y el usuario designados a ese ordenador. La pantalla de inicio era bastante impersonal e insípida, así que decidí personalizarla un poco. Busqué en internet fotos de Cristiano x Messi para ponerlas de fondo y así sentirme un poco más en mi hábitat natural. Una sonrisa apareció en mi cara cuando encontré la candidata perfecta. Un Fan-Art de los dos jugadores, uno al lado del otro, con Cristiano tocándole una nalga a Messi era la obra de arte más maravillosa e hilarante que mis ojos han visto en lo que llevo de vida. Guardé la imagen y luego la coloqué como Wallpaper mientras intentaba no reírme en voz alta, mi jefe podría despedirme si me veía con las lágrimas saltadas enfrente de mi ordenador.

Once In Monaco | Charlos *PAUSADA*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora