Kinder

134 21 0
                                    


Un pequeño niño lloraba con fuerza, aferrándose a la mano de su madre. Estaba visiblemente asustado por la idea de separarse de ella.

— Tommy, no te preocupes, vendré por ti en unas horas. — La mujer se agachó para estar a su altura, limpiando sus lágrimas.

— No quiero. — Sollozó, abrazando a su madre con la fuerza típica de un niño de cuatro años.

— Solo serán un par de horas y vendré por ti en un dos por
tres. — Intentó animarlo, mientras peinaba con delicadeza los cabellos rubios de su pequeño.

— ¡No! — Protestó al ver a su madre ponerse de pie para cargarlo.

— Harás muchos amigos y jugarás con un montón de juguetes. — Caminó  con su hijo en brazos hacia la entrada del jardín de infantes.

Simone vio a la maestra en la gran puerta y la saludó con una sonrisa apenada.

— Buenos días. — Dijo una vez estuvo al frente de la otra mujer.

— ¡Buen día! — Respondió está y posteriormente, miró al niño en los brazos de su madre. — ¿Cómo estás, pequeño? — Saludó con cariño.

Tom arrugó la nariz y ocultó su rostro en el pecho de su madre.

— Está algo asustado, disculpe. — Explicó Simone avergonzada; la otra mujer solo negó con una sonrisa comprensiva.

— No te preocupes, es algo muy normal en los niños. Pero por favor, pasa; puedes llevarlo hasta su salón correspondiente. — La maestra se hizo a un lado para dejarles paso.

Simone agradeció y entró con su hijo en brazos.

— No hay por qué temer, mira qué bonitos son los colores, y mira allá, Tom. — Señaló con entusiasmo una pared decorada con dibujos.

El niño dejó de ocultar su rostro y miró con curiosidad.

— Es un conejito. — La mujer se acercó a la pared para que el niño pudiera tocarla.

— Es bonito. — Murmuró Tom con una sonrisa, haciendo que ella se sintiera aliviada.

— Vamos a conocer tu
salón. — Simone caminó buscando la puerta correspondiente.

Cuando llegaron, bajó lentamente a su hijo, temiendo que comenzara a llorar. Al ver que estaba tranquilo, lo dejó en el suelo con mas confianza.

Al observar el interior del salón, notaron que había varios niños, algunos dibujando, otros jugando, y uno que otro llorando, pero estos últimos estaban acompañados por una mujer que supusieron que sería la maestra.

— Ve, pasa. — Señaló el interior con una sonrisa animada pero Tom negó con la cabeza rápidamente.

— ¿No vas a entrar conmigo? — Al notar la voz temblorosa del niño, Simone se asustó y asintió levemente.

— Te acompaño pero no
llores. — Tomó con delicadeza la mano del pequeño y llamó a la puerta, captando la atención de la maestra.

— Pasa, pasa. — La maestra sonrió y les dio la bienvenida.

Simone asintió y entró con su hijo. Tom estaba un poco inquieto por todas las miradas curiosas de los niños en él, así qué sacó la lengua a algunos y luego se escondió en su madre; cómo si esta fuese un campo de fuerza inquebrantable.

— Este es mi hijo, Tom. — Presentó al menor cuando llegaron junto a la maestra.

— Un gusto, Tom. Seré tu
maestra. — La mujer mayor se agachó a la altura del niño, extendiendo la mano. Tom aceptó tímidamente, devolviendo el saludo con un suave apretón.

Tom, Are You Okey?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora