Capítulo 2: Un beso inesperado.

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«Colocar "aquí abajo" (presente) es para evitar confusiones, ya que en ocasiones l@s lector@s confunden el presente con el pasado. Cuando escriba un capítulo que transcurra en el pasado, también lo indicaré para mayor claridad. ¡Ahora sí, a disfrutar de la lectura!»
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(PRESENTE).

MEEKAH SMITH.

Desperté esa mañana con el aroma del café recién hecho y el sonido de los platos en la mesa. Eran las 8:50 a.m., y me encontraba desayunando junto a mis padres y mi pequeña Emma, que jugaba con su cereal mientras yo intentaba concentrarme en lo que decía mi madre. La verdad es que había olvidado por completo que hoy era el día de la cita con el pediatra. Anoche, después de un largo día de trabajo, solo había tenido energía para cenar y caer en la cama. Sin embargo, gracias a uno de esos recordatorios que me esfuerzo por poner cada vez que hay una cita médica, recordé que debía llevar a Emma a su chequeo.

La cita era a las 9:30 a.m., así que tenía que salir de casa a más tardar a las 9:15 a.m. No podía evitarlo; cuando se trataba de la salud de mi hija, me convertía en una madre muy ñoña. A veces me preguntaba si era exagerado llevarla al pediatra cada semana, pero era mi primera hija y no quería arriesgarme a que le pasara algo. La salud de Emma era lo más importante para mí.

Terminé mi desayuno rápidamente, dejando el plato en la lavadora. Mi madre se ofreció amablemente a bañar a Emma para ayudarme a ganar tiempo. Aproveché esa oportunidad y corrí hacia el baño. El agua fría me recibió como un abrazo revitalizante, ayudándome a despejar la mente del estrés acumulado.

Después de darme una ducha rápida, salí del agua sintiéndome renovada. Me vestí con un vestido de flores que siempre había amado; tenía un escote un poco revelador, pero me hacía sentir segura y hermosa. Las flores coloridas del vestido brillaban bajo la luz del sol que entraba por la ventana, recordándome la alegría de ser madre.

Me puse unas zapatillas blancas muy bonitas que complementaban perfectamente mi atuendo. Luego, me dirigí al espejo para peinarme; decidí hacerme unas ondas suaves que caían delicadamente sobre mis hombros. Con un toque de maquillaje -un poco de base para igualar mi piel, un poco de rubor para dar vida a mis mejillas y un labial suave- estaba lista para enfrentar el día.

Miré mi reflejo con satisfacción; estaba lista para llevar a Emma al pediatra y asegurarme de que todo estuviera bien con su salud. A veces, ser madre significaba estar siempre preparada y alerta, pero también significaba disfrutar esos pequeños momentos en familia.

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El aire estaba impregnado de un leve aroma a desinfectante y papel de lija, un recordatorio constante de que estábamos en el consultorio del pediatra. Las paredes estaban decoradas con dibujos coloridos de animales y paisajes, pero a pesar de su intento de hacer el ambiente más acogedor, la ansiedad se podía sentir en el aire. Cada vez que cruzábamos la puerta, un pequeño nudo se formaba en mi estómago.

Hoy era uno de esos días importantes. La pequeña apenas podía contener la emoción, sus ojos brillaban mientras miraba a su alrededor, pero yo sabía que, una vez que entráramos en la consulta, esa emoción podría transformarse rápidamente en nerviosismo. Me tomé un momento para respirar profundamente, intentando calmarme antes de lo inevitable.

Al llegar a la sala de espera, nos encontramos con otras familias, todos esperando su turno. Algunos niños reían y jugaban con los juguetes viejos que adornaban el rincón, mientras otros se acurrucaban contra sus padres, claramente inquietos. Observé a una madre que sostenía a su bebé en brazos; sus ojos reflejaban la misma mezcla de amor y preocupación que sentía yo.

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⏰ Última actualización: Oct 01 ⏰

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El jefe de la mafia. (Nueva edición).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora