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Las vacaciones de invierno habían finalizado y ahora estaba regresando a mi vida cotidiana en el Instituto Yokohama, un internado exclusivo para varones o, más bien, una prisión religiosa, cualquiera de los dos nombres me parece del todo correcto.

Cargué mis dos maletas por un largo rato en lo que ingresaba al lugar, subí las eternas escaleras y a partir de ahí decidí que lo más sensato sería arrastrar las maletas por los pasillos que conducían a mi habitación si quería evitarme una lesión en la espalda.

La mayoría de los chicos que pasaban a mi lado cargaban sus pertenencias con una facilidad asombrosa y eso sólo podía significar dos cosas: o eran demasiado fuertes y musculosos, o llevaban sus maletas casi vacías. Luego estaba yo que, aunque no llevé tantas cosas a casa cuando visité a mi familia, sí regresé con muchas más de las que llevaba.

Ahora sólo era el rarito que prefería arrastrar sus maletas con los pies en vez de cargarlas como una persona normal.

Nikolái fue uno de los muchos chicos que cargaban sus cosas con una facilidad extrema y no porque hiciera ejercicio o estuviera fuerte. De hecho, Nikolái tenía complexión de desnutrido, y como era de piel pálida te dejaba preguntándote si padecía de alguna enfermedad crónica. Luego, sólo te enterabas de que era albino —de ahí el tono de su piel— y que su complexión se debía a los cambios repentinos de cualquier adolescente a esa edad.

Así que, prácticamente, Nikolái pertenecía al grupo de hombres que llevaban su maleta casi vacía, por eso cargaba con ella con tanta sencillez.

—Hola, Bi —saludó Nikolái al pasar a mi lado, pero sin mirarme. Se veía bastante ocupado tecleando algo en su móvil con la mano que le quedaba libre.

—Hola. ¿Crees que podrías ayudarme con esto? —las palabras me salieron casi sin aliento.

—Lo siento, Bi. Tengo las manos ocupadas —y desapareció entre la multitud al cruzar otro pasillo.

Mi cabello era rubio naturalmente, hasta que decidí teñirme de dos colores distintos, blanco en la mitad de la derecha de mi apartado y morado en la otra mitad. Desde que hice el cambio Nikolái había optado por llamarme Bi, por bicolor. Aunque también me llamaba de muchas otras formas para tratar de insultarme: bicicleta, bisexual, biodegradable. Todo lo que empezara con la palabra BI. Y la peor de todas era bizcocho, aunque era una burla me daba escalofríos cuando me llamaba así.

Pese a las ocurrencias de Nikolái, llevaba bastante tiempo con esa combinación de colores y no pensaba cambiarla.

Detrás de mí escuché unas risitas, dejé de empujar las maletas y me enderecé. Probablemente me veía ridículo y muy vago pateándolas para evitarme la fatiga, pero si las personas supieran el dolor de cargarlas no se estarían riendo a mis espaldas.

—Eh, tú. ¿Necesitas ayuda con eso?

Me di la vuelta para encontrarme con un extraordinario ser humano que se presentó para salvarme hoy. Avergonzado de ser la damisela en apuros, le agradecí a Chuuya por ofrecerme su ayuda, quien diría que sería él quien me echaría la mano en vez del baboso de mi amigo, Nikolái.

Chuuya ya llevaba cargando muchas cosas, una mochila en su espalda, una maleta en su mano derecha y el estuche de su bajo eléctrico en la izquierda. Definitivamente él sí era un hombre de fuerza, dudaba mucho que estuvieran vacías sus maletas. Eso sí, era mucho más bajo de estatura que yo y su complexión muy delgada, por eso no aparentaba poder cargar cosas muy pesadas.

No demoró mucho la ayuda. Me pidió que le cuidara su bajo —el cual también era un poco pesado por el estuche en que lo llevaba— para poder hacerse con mis maletas, y rápidamente trasladó mis pertenencias a la habitación que le indiqué.

Write It On My Heart  || sigzaiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora