Nine había regresado de la Academia tras una larga ausencia y se sintió un poco desconcertado al ver las sombras en los rostros de todos. Tenían la piel pálida y los ojos inyectados en sangre por la falta de sueño.
—¿Has escuchado su voz?—preguntaron cansados y Nine asintió. Parecía que al menos se dieron cuenta que llegó y lo consideraban estudiante. O bueno, sería raro que no lo vieran ya que casi no hay estudiantes... En cualquier caso, en su mente solo estaba Chetze, el dragón benévolo.
"¿Debería entrar?"
"¿Estaría bien hacerlo...?"
No había nadie que se interpusiera en su camino, la mayoría tenía la vista cansada y estaban ocupados. Nine después de cuatro años había regresado a la Academia desde su graduación, y en ese tiempo estuvo viajando en busca de apaciguar a Chetze.
Había un poco de molestia, pero no es que fuera un problema realizar estas visitas. Al inicio era engorroso y accidentado el viajar, pero gradualmente fue divertido.
En cada visita se encontraba con una nueva rareza entre las pertenencias de Chetze. Había tesoros históricos, gemas repletas de magia pura, y armas sumamente poderosas que ni siquiera los mejores magos podían imaginar. Este tesoro tan único es vasto y abundante, incluso más que el tesoro imperial, siendo la mayor diferencia que el tesoro imperial fue adquirido con saqueos en los cuales tomaban baratijas pasadas de moda. El humano no podía resistirse si algo era brillante
"¿Qué me regalaran hoy?"
Tanto si le consideraba una mascota como si no, Chetze alimentaba a Nine hasta llenar su estómago. No sólo eso, sino que le arrojaba artefactos raros como si fueran juguetes comunes. El joven Nine algunas veces no sabía nada y se encontraba jugando a las canicas con artefactos que valían lo suficiente como para comprar todo un viejo castillo.
—Si te aburres tanto, ¿por qué no bajas al pueblo y vives allí?
Alguna vez le preguntó Nine en busca de poder ser más cercanos y realizar visitas continuas, pero Chetze no le gustaba la idea de que un gran trascendente se mezclara con una aldea de mortales. Un gran dragón, decía, debe vivir en las alturas y zonas de dificultad. Así que salvo por su bravuconería, era un dragón íntegro.
Incluso después de llegar a las provincias vecinas, aún había que caminar medio día para llegar al hogar de Chetze. Incluso entonces, el camino era escabroso, y no se disponía de magia para viajar, tampoco hubo alguien que se atreviera a trazar coordenadas dentro de sus dominios que pudieran recorrerse fácilmente con magia, al menos no dentro de este continente.
En un pasado lejano, los humanos temían a los dragones. Era una época en la que la guerra era rampante, y los dragones como criaturas que vivían en las escarpadas montañas o en fondos marinos en donde esparcir su poderosa magia, eran objeto de codicia. Una que otra vez algún estupido gobernante alzaba tropas en busca de invadir las tierras de los dragones y con vanos intentos de dar muerte a estos seres trascendentales que vivían en paz. Esta era la mayor razón del odio de los dragones a tipos con espadas.
El día en que Nine cometió el error más grande de su vida fue cuando salió sin un escolta.
Se encontraba solo mientras recorría un callejón desierto. Una sombra negra se arrastró y se alzó a los pies de Nine. El aire vibró ligeramente y antes de que tuviera tiempo de darse cuenta, la sombra lo tomó por el tobillo.
—¿...?
Miro sus pies con sorpresa, había un gran agujero negro completamente vacio. Los brazos de Nine se agitaron salvajemente mientras su cuerpo se inclinaba.
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Guía al país de las maravillas; BL
Romansa-Nine, por favor protegeme lo mejor que puedas, soy tuyo ahora. Nine, un príncipe sin magia de una familia imperial de magos. Cuando estaba apunto de emprender un viaje, es atrapado por una sombra misteriosa que lo hace viajar a otro mundo. Un día...