𝐏𝐑Ó𝐋𝐎𝐆𝐎

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¿Te has preguntado cómo serán las demás familias? ¿Si serían iguales a la tuya?

Por qué yo sí.

Todo el tiempo.

Había una vez, en una pequeña y humilde familia, dos hermanas que a pesar de que tenían más hermanos, ellas eran inseparables. Aquellas pequeñas hermanas se hicieron la promesa que cuando crecieran y formarán sus familias, vivirían todas juntas. Pasaron los años y aquel dúo dinámico creció. Estaban a solo un paso de la adultez, un mundo nuevo y misterioso. En una noche lluviosa, una de ellas sufrió un accidente automovilístico causando que cayera en coma. Pasaron los meses y aún no despertaba. Su familia estaba devastada, y su hermana todos los días le pedía que despertara y así poder cumplir la promesa que se hicieron. El milagro llegó, y ella despertó. Se unieron en un gran abrazo familiar, y fué en ese momento dónde comenzaron los planes para un futuro lejano.

20 años después…

— Y fué así como llegamos hasta aquí… — terminó de relatar una castaña de aproximadamente 12 años, a sus nuevos y al parecer únicos vecinos.

— A ver si entendí, la gran casa que estaban construyendo, era para una familia de…

— Así es, 26 personas.

— ¡EMMA! — el gritó de alguien se escuchó a lo lejos.

— Ya tengo que irme, gusto en conocerlos Familia Herrera — aquella niña les regaló una sonrisa antes de darse la vuelta y salir corriendo en dirección a su nueva casa a un par de metros.

Seguramente no te enteraste de nada, así que mejor te lo explico desde el comienzo. Mi tía Eva y mi mamá Anna eran inseparables, ya saben eso, pasó el accidente de mamá, crecieron y formaron sus familias, bla, bla, bla, hasta que un día, en una reunión familiar, mi tía y mamá hablaron sobre que ya era hora de cumplir la promesa. Sorprendieron a los más adultos, confundieron a los jóvenes y a nosotros, los niños, y por alguna extraña razón que nunca entenderé, todos terminaron aceptando, incluso yo, pero fue porque no tenía más remedio. Uno contra 25 no es para nada democrático. Y eso nos lleva a una semana después de esa reunión familiar.

— Emma, ¿puedes cargar esa caja?, por favor — pide un hombre moreno, con gafas y sonrisa agradable.

— A la orden, tío Benja.

Cómo escucharon, ese es mí tío Benjamín, Benja de cariño. Tiene 50 años, y es mexicano. Mí tía Eva y él se conocieron en México, cuando mí tía viajó en verano con la familia, se conocieron en una playa y él se enamoró de ella a primera vista, ese no fué el caso de mí tía. Cuando ella se fué, él la siguió, si, lo sé, un poco creepy pero así es el amor. Años después se casaron, y es el dueño de la casa, literalmente. Resulta que desde antes que nacieramos, él la mandó a construir y todos sabemos que lo hizo para terminar de robarle el corazón a mí tía, buen trabajo tío.

— ¡Cuidado! — grita un hombre castaño seguido de un rubio.

Me puse a un lado para que pudieran pasar con la butaca.

Esos son mis tíos, el castaño es Gabriele, y el rubio es Neilan, ambos de 46 años, ambos de ojos azules, fueron los únicos que lo heredaron de mi abuelo. Se les conoce como el confiable y el soltero de la familia.

— Puedes ponerla aquí cariño — dice una señora mayor señalando una silla.

Ella es mi exigente pero cariñosa abuela Elena, es puertorriqueña y tiene 75 años, es la jefa de cocina de la familia, y que no te deje engañar, su cabellera gris surcada de hebras blancas, no significa que no te pueda dar una buena nalgada si te portas mal.

𝙇𝙤𝙨 𝙍𝙪𝙨𝙨𝙤Donde viven las historias. Descúbrelo ahora