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By Bill.


Me entretuve más tiempo del necesario intentando peinarme el pelo con los dedos en el baño. No podía salir con todo el pelo revuelto, como un loco recién salido del manicomio por culpa de un polvo. Aunque, de todas formas, por estropear un poco más mi reputación, tampoco iba a morir. Claro, que a Derek no le convenía.

-Oye... - lo llamé. Él ya estaba perfectamente arreglado, con la ropa en su sitio y el pelo revuelto, como siempre. Joder, ¿Por qué sería tan tiquismiquis con el pelo largo cuando puedo tener el pelo corto y salir a la calle sin ni siquiera tener que peinarme? Claro, que eso me convertiría en uno más y no, por encima de mi cadáver. Además... adoraba mi pelo.
Sparky clavó su mirada en mí a través del espejo.
-¿Qué?
-¿Qué pasaría si gritara a los cuatro vientos lo que ha pasado hoy aquí? Porque me están entrando muchas ganas de decirlo. - él se rió, aunque con una mueca algo tensa.

-Te devolvería la jugada haciendo un millón de copias de tu expediente y el de tu hermano y los lanzaría desde la azotea para que todo el mundo vea cuan íntima relación manteníais.

-Que extremista.

-De todas formas, tampoco ha pasado tanto. - puso los ojos en blanco, fingiendo un puchero.

-¿Es que nunca has ido a planificación familiar? No se debe hacer el amor sin condones o puedes coger cosas malas. Especialmente si eres hombre. Y especialmente yo, que soy pasivo.

-Lo recordaré para la próxima vez. Siempre llevaré un condón de emergencia para estos casos. - yo fruncí el ceño, apartándome del espejo, una vez más o menos arreglado.

-¿Quién dice que vaya a haber una próxima vez? - Sparky desencajó la mandíbula.

-¿No te gusto como... novio?

-¡Ja! ¡Tú no quieres ser mi novio! Ser novios significa respetar al otro, gustarse de una manera especial, querer estar con él a todas horas, cuando no estés con él desear estar con él, mandarse mensajitos al móvil para decirle algo, aunque no tenga la menor importancia y lo único que quieras saber es que está bien y que está pensando en ti. Quererle solo para ti. Sentirte feliz con sólo oír su voz. Notar un calorcito agradable en la boca del estómago, sentir los nervios a flor de piel, estar dispuesto a hacer cualquier cosa por él... y saber que él también estaría dispuesto a hacer cualquier cosa por ti. - bajé la cabeza y suspiré. Acababa de recordar porque estaba en esa situación tan desagradable.

-Eso no es ser novios. Eso es estar enamorado.

-¿Y tú qué sabes? ¿Alguna vez has estado enamorado? - Sparky ladeó la cabeza. Sus dientes chirriaron por el roce entre sí.

-Una vez conocí a una chica... no sabía hablar bien el alemán, era francesa, no, en realidad, fue adoptada por una familia francesa. Su verdadera familia era de china y por eso tenía rasgos orientales. Era preciosa, lista, amable, simpática, con el pelo largo, negro y liso, como tú... - sus ojos se clavaron en mi nuca con expresión soñadora. Lo vi a través del espejo. - Pero no fue suficiente. Para mis padres nunca fue suficiente y supongo que para las personas originarias de Alemania tampoco lo era. No sé si es porque era francesa o china, pero lo que estaba claro es que no era alemana.

-Los alemanes no somos unos cabrones... como el resto del mundo parece creer a veces.

-Oh, sí que lo somos. Estamos repletos de prejuicios que hemos heredado de esos putos... nazis.

-No. - dejé de mirarme en el espejo y me di la vuelta para dejar de ver mi cara y recordar la de Tom, plasmada en mi reflejo. Era curioso. Nunca nos vi parecido alguno cuando estábamos juntos, pero ahora, cada vez que me miraba en el espejo, me dolía ver cuanto me parecía a él. Me dolía ver que él estaba al otro lado del espejo y que yo no podía alcanzarle. - Cualquier persona que le eche la culpa a su familia por su odio a los homosexuales, a los inmigrantes, a los negros, a los pobres, a los enfermos mentales... solo puede ser llamada estúpida irresponsable. La educación de nuestros padres nos afecta, pero... siempre podemos elegir. - Derek asintió con la cabeza débilmente, con pesar. Luego se encogió de hombros. Podía ver con claridad la inconformidad pintada en su cara. - No lo crees así ¿no?

-No es eso. Simplemente, no es tan fácil como lo pintas porque... ¿elegirías a un pobre pordiosero antes que a tu familia solo porque lo consideres correcto? Yo creo que no. - en eso tenía razón. Supongo que yo no elegiría defender la integridad de un demente si eso significara perder a mi madre.
Claro, que yo había defendido la integridad de los homosexuales...

-Yo he defendido a los homosexuales de la hipocresía de mi madre. - él alzó una ceja, divertido por mi afirmación.

-Bill... tú eres homosexual. Claro que los defiendes porque la homofobia te afecta directamente. Pero ¿Crees que un hetero que ve con buenos ojos la homosexualidad defendería a los maricas de la opinión de sus padres? Sigo sin verlo claro.

-Sí, bueno... supongo que es verdad. No es tan fácil como parece. - empezaba a sentirme incómodo allí dentro. Derek me miraba de una forma que no sabía como clasificar. No tenía malas intenciones, pero resultaba intimidante. - Tú... ¿me defenderías a mí? - murmuré. No tenía que haberlo dicho, joder.

-Quizás... supongo que sería cuestión de ponerse en situación. Quizás te defendiera, o quizás no. No lo sé. - bueno, por lo menos era sincero.

-Volvamos a clase. Aún puedo recuperar filosofía si me lo propongo. - le di la espalda y me dirigí hacia la puerta, agarrando el pomo dispuesto a salir cuando sentí el aliento helado de Derek chocando contra mi nuca.

-Las personas pueden enamorarse más de una vez, Bill. La chica de la que te he hablado solo es uno de mis dos enamoramientos utópicos, inalcanzables. Hay otra persona a la que siempre he estado observando de cerca, desde que era un crío que mordía ceras de colores en el parvulario, pero hasta hace poco, nunca se me había pasado por la cabeza que pudiera tratarse de amor, más que de una obsesión. - el pulso se me aceleró de golpe y me recordó a la aceleración, el subidón de adrenalina que se siente en una montaña rusa cuando va a más de cien por segundo, subiendo, bajando, dando vueltas sobre sí misma, colgado de uno de los andenes, elevándote en el cielo. Y de repente, el bajón final que te hace morderte la lengua de puros nervios y deseos de que el movimiento acelerado no decaiga, no termine.
Le miré de reojo, sintiendo escalofríos de puro placer y excitación, pero seguí de cara a la pared, incapaz de darme la vuelta y encararle de nuevo.

-¿Y tú, Bill? ¿Alguna vez te has enamorado de alguien o... sigues enamorado de alguien? - cuando quería podía ser un auténtico cabrón, restregándome por la cara que ese alguien no me aceptaba, que era un sentimiento unilateral. Por supuesto, sabía que ese alguien era Tom.

-Sí. - contesté. - Pero a diferencia de tu romance con esa chica, el que no era suficiente para él, era yo. - no quería tener que aguantar otro interrogatorio, así que abrí la puerta de un tirón y salí de allí casi corriendo, a paso ligero, dándole la espalda.
Caminé rumbo a clase, donde me tocaba filosofía en menos de diez minutos. La profesora siempre tardaba alrededor de quince minutos en llegar, a saber porque. Aún así, no me convenía hacerla esperar. Desde que me pilló mandando mensajitos a Tom en pleno examen y le mordí la mano en un arranque desesperado para que no los leyera en voz alta, me tenía enfilado.
Aún así, la única verdad era que no quería entrar en esa cámara de tortura psicológica. Todo el mundo mirándome, murmurando sobre lo que había pasado con Tom hacía ya casi tres meses, preguntándose donde me había metido hasta entonces, si habría estado encerrado en un psiquiátrico por culpa de lo ocurrido. No tenía ganas de entrar, para nada, pero el ver a Sparky desde lejos, acercándose a mí, como si no hubiera pasado nada entre nosotros, me hizo abrir la puerta de golpe y meterme cuando aún no estaba mentalmente preparado.
Cincuenta pares de ojos se clavaron en mí de inmediato y el silencio se hizo dueño de la situación de repente, de golpe. Tragué saliva con fuerza, con el corazón dando saltos sobre mi pecho y, casi con piernas temblorosas, me adentré en aquella marabunta de insectos venenosos que me observaban con muecas de incredulidad, asombro, desprecio y repugnancia.
Algo no iba bien. La gente no me miraba así solo por saber de sobra que era gay y que había roto con Tom. No.
Pasaba algo. Y sentí escalofríos cuando me senté frente a mi mesa en silencio, sospechando. Y de buenas a primeras, tan pronto como se habían ido, los murmullos estallaron por toda la clase.

-¡No puede ser!

-Sabía que era un marica de esos que le dan a todo, pero esto...

-Joder, estoy flipando. Es... vomitivo...

-No quiero hablar de eso. ¡Qué asco!

-¡Pero es que es fuertísimo!

-¡Pobre Natalie! ¡Y pensar que tiene que cargar con la reputación de haber salido con alguien como... eso!

-Me hubiera esperado cualquier cosa, ¡Pero esto es de locos!

-¿Quién lo hubiera dicho?

-Me pregunto qué hace aquí. Estará estudiando psicología para tratarse a sí mismo porque otra cosa...

-¡Dios mío, alguien que hace esas cosas debería estar en la cárcel!

-Creo que ni siquiera es legal. De todas formas, vaya escándalo.
Murmullos por todas partes, murmullos y miradas repletas de repugnancia. Eso era una pesadilla y ni siquiera sabía de qué coño hablaban.
Y todos con los móviles en la mano, burlándose de lo que había en las pantallas. Notaba como la ansiedad me consumía por dentro y giré la cabeza para esquivar todas esas miradas repletas de asquedad.
En cuanto me giré, vi a Derek, que acababa de entrar por la puerta y observaba todo con el ceño fruncido, escuchando en silencio. No parecía tener idea de qué iba aquello.
Y, de repente, un grito me estalló en la cabeza.

-¡Eh, Bill, marica! - eran amigos de Derek, los reconocí en seguida. Se reían a carcajada limpia. - ¿¡Por qué no nos vamos tú y yo al baño y jugamos a los muñecos!? ¿Me harías una mamada si te lo pidiera? - tragué saliva, intentando devolver a su sitio el corazón que se me salía por la boca. Me ruboricé por completo al oír como la clase entera empezaba a reír.
Pero eso no fue lo más doloroso. El otro amigo de Derek, otro de los de la pandilla con la que se solía juntar, gritó:

-¡Serás gilipollas, tío! ¡Si no eres su hermano gemelo, no tiene gracia!

Y risas. Risas resonando en mi cabeza, haciendo eco, carcajadas, gritos obscenos, insultos. Pero lo que nunca se me olvidaría en la vida sería esa frase. Esa única frase.
"¡Si no eres su hermano gemelo, no tiene gracia!"
Petrificado. Pensamiento en blanco, temblores, dolor, humillación, acribillar, lágrimas, gritos, carcajadas, odio, rabia, soledad, traición, callejón sin salida, fin de la vida, defunción.
Muerte.
Quiero morir.
Muerte.
Matadme.
Muerte.
Quiero morir.
Quiero morir.
Quiero morir.
Quiero morir.
Quiero morir.
Quiero morir.
Quiero morir.
¡Quiero morir!
Y esos pensamientos eran míos... sólo míos.

Noté algo golpeándome la cabeza, con fuerza. Un borrador. Me habían tirado el borrador de la pizarra. ¿Y qué?
Me levanté de la silla. Las piernas me temblaban como dos flanes y tuve que quedarme quieto, como una estatua, para no caer.

-Míralo. Se ha quedado petrificado.

-Está blanco como la leche. Este se desmaya, va directo al suelo, ¿Qué te apuestas?

-Pues yo no lo pienso recoger. Que lo hubiera pensado antes de dejar que su propio hermano... - giré la cabeza con rapidez, clavando los ojos que notaba abiertos de par en par en el grupo de chicas que chismorreaban, como un coro de viejas cotillas alrededor de información fresca, íntima de alguien a quien podían criticar para hacer de su vida algo más amena.
Ellas se echaron hacía atrás en sus sillas casi de inmediato, mirándome con tanto asco y con tantos deseos explícitos de gritarme que no las mirara, que no me atreviera a acercarme para que no les contagiara una enfermedad inexistente. O quizás sí que existía. Quizás pensaban que estaba enfermo.
Y aún así, me atreví a dar dos pasos hacía ellas, que retrocedieron casi al unísono e, ignorando sus muecas de desprecio, cogí la mano en la que reposaba el móvil de una de ellas. La agarré con precipitación y mis ojos se clavaron en la pantalla, con una ansiedad palpable recorriéndome el cuerpo. Con los nervios a flor de piel.
Casi pude sentir como el cuerpo se me resquebrajaba, una vez más, cuando vi el mensaje de texto recibido. En él había una única afirmación.
"Bill Kaulitz, nacido en el hospital provincial de Hamburgo el 1-9-89, junto a su hermano gemelo, Tom Kaulitz, diez minutos después."
Y bajo dicha frase, se veían las fotos en miniatura de Tom y yo, las fotos de nuestro DNI, para verificarlo cruelmente.
El mensaje que acababa de destruir mi vida, de clasificarme como un inmoral desarmado frente a cientos de personas, como un pervertido, como un cerdo sin escrúpulos, había sido escrito y enviado con tanta frialdad, que la persona que lo había enviado no parecía ser consciente de la facilidad con la que me había hundido hasta el fondo en un pozo... y esta vez, no había salida. No veía nada que consiguiera sacarme a flote, por ninguna parte.
Solo, y ahogándome, hasta el fondo.

-¡Quita, joder! - la chica, con la que había hablado un par de veces a lo largo del curso, apartó la mano bruscamente y la sacudió con fuerza. - No te me acerques, coño. ¡Maldito enfermo pervertido! - me escupió a la cara. Otra puñalada más y, sin embargo, ya ni siquiera la sentía.
Me giré, dándoles la espalda y caminé con toda la velocidad que me permitieron mis piernas temblorosas hacía la salida, cerrando los párpados con fuerza, rogando que solo fuera una pesadilla, una pesadilla más. Como todas las demás. Pero cada insulto, cada risotada, cada murmullo que escuchaba, me arrastraba a la realidad sin compasión, entre humillaciones.
A pesar de que intentaba no oír nada. Pero lo escuchaba todo. Y me estaba matando.
Sentí como algo se interponía en mi camino y mi pierna chocó contra ese algo, otra pierna que me acababa de hacer la zancadilla, haciéndome tropezar y precipitarme sobre el suelo, pero para mi sorpresa u horror, Derek me agarró antes de que cayera, sosteniéndome con firmeza.
Me miró con los ojos muy abiertos, aún con el ceño levemente fruncido. Ni siquiera me detuve a intentar analizar su mirada para saber que ocultaba tras ella. Me aparté de un salto, chocando contra la puerta de la clase, como si en lugar de haberme cogido, me hubiera pegado.

-Lo sabía, lo sabía, lo sabía... nunca debí fiarme de ti. - la voz me temblaba tanto y lo dije en un tono tan bajo, que dudé que me hubiera escuchado. Aún así, su rostro era un cuadro repleto de expresiva ansiedad y confusión. Frustración... o eso aparentaba.
Otra vez. Otra vez me habían dado jaque mate.

-Yo no he sido, Bill. - dijo. Con el coro de gritos y carcajadas era casi inaudible. - Te juro que yo no he sido, Bill. Te lo juro, te lo prometo por lo que más quieras... yo no he... - de repente, uno de los amigos de Derek, uno de los que me habían insultado, el que había dicho aquella frase que nunca olvidaría, le rodeó los hombros a Derek con actitud amistosa, riéndose a carcajada limpia.

-¿Qué pasa Derk? ¿También tú vas a pedirle al muñeco que te la chupe? - y volvió a reírse como un desquiciado.
Derek se puso blanco y ambos cruzamos una mirada rápida. Debía haberlo gritado a los cuatro vientos en ese momento. Debí haber gritado que a quién tenían que pedirle que se la chupara era a él, al mismísimo Derek, ya que tanto había disfrutado haciéndolo conmigo... pero las palabras estaban atascadas en mi garganta y ni un murmullo más salió de mi boca, ni uno.
Se acabó. Me di la vuelta, abrí la puerta de clase y salí corriendo como si fuera un alma que intentaba escapar del propio infierno.

-¡Bill! - oí gritar a Derk desde lejos. - ¡No me toques, joder! - le oí decir de nuevo, casi a la nada y, de repente, todo el mundo empezó a gritar "¡Pelea, pelea!".
Pero no miré atrás.
Sólo necesitaba salir de allí, alejarme de las miradas de repugnancia que la gente me dirigía, del desprecio...
Lo sabía, lo sabía, por eso Tom se fue. Por eso Tom no me quería. Por eso me dejó solo.
¡Porque doy asco! ¡Soy horrible, soy repugnante, soy repulsivo, repelente! ¡El único monstruo que siempre ha habido era yo, no Tom! ¡Yo soy el monstruo, un falso, vanidoso, hipócrita, pervertido e incestuoso monstruo!
¡Doy asco!
¡No me miréis, no me miréis, no me miréis, no me miréis! ¡Por favor, no me miréis con esa repugnancia! ¡Por favor, no!
Suplicaba, suplicaba, suplicaba... se me habían saltado las lágrimas, cada vez más por culpa de esas miradas que la gente del pasillo me dedicaban.
Que patético, que patético, que patético.
Y todo por culpa de Derek, otra vez utilizado y tirado al cubo de la basura como un muñeco inservible y roto. Ya no sirvo para nada, ya no...
Soy inútil. No sirvo... no sirvo... y además soy feo... soy apestoso... soy un enfermo...
Pero por favor... ¡Dejad de mirarme! ¡No me miréis!
Y de repente, cuando abrí la boca para gritar que me dejaran en paz, volví a tropezar, a chocar contra algo con brutalidad y caí al suelo, de boca, rasgándome los brazos por el golpe y el contacto contra el duro y frío suelo.

-¡Ah! - oí gritar a mi espalda y un golpe seco retumbó en el suelo. Me levanté un poco, quedando de rodillas en el piso, notando como un líquido espeso me recorría los brazos. Tenía los codos rasgados y sangrando. Me dolía. - Ay... aah... - escuché otra vez detrás de mí. Me giré y lo miré, aquello que se me había puesto en medio en mi huida.
Era una chica, con minifalda que se apresuraba a colocarse bien, con una camiseta con poco escote y cuñas azules. Llevaba un gorro de lana en la cabeza, blanco, y el pelo corto y rubio brillaba en su nuca, ondulado.
Su cuerpo delgado me recordaba a alguien, pero hasta que no se dio la vuelta y le vi la cara no fui capaz de reconocerla. Esos ojos verde claro... me quedé petrificado.

-Natalie... - sus mejillas estaban pálidas y levemente hundidas. Tenía ojeras y la mirada fría, muy fría. Se levantó casi de un salto cuando me vio y me observó en silencio desde arriba, con una mueca de odio en la cara, ceñuda. - Natalie... tú... - de repente, sonrió.

-Buenas, cariño. - suspiró, con tono que irradiaba rabia contenida. Mantuvo las manos escondidas detrás de la espalda en todo momento, y cuando descendí la mirada hasta ellas, Natalie alzó una ceja y me las mostró, alzándolas, encogiéndose de hombros.
Tragué saliva al ver su móvil rojo atrapado entre sus finos dedos. - ¿Miras esto? ¿Te interesa? - preguntó. Pude notar como la voz le temblaba levemente, como si sintiera miedo y también, estuviera dolida y deseara llorar. Me mostró la pantalla con claridad, y en ella pude ver el mismo mensaje de texto que le había visto a aquella chica, revelando mi relación fraternal con Tom. Entonces, delante de mis narices, vi como Natalie le daba al botón de enviar... Delante de mis narices.
Ella sonrió con amargura.

-¡Toma! - y me lanzó el móvil con fuerza, directo a mi cabeza. Me cubrí con el brazo herido y el móvil se estrelló contra el suelo. - ¡Yo ya no lo necesito! - gritó y antes de que pudiera decir nada, salió corriendo, penetrando en el interior de la universidad, alejándose de mí. - ¡Que disfrutes de tu pútrida vida con tu hermano!
Y entonces, lo entendí.
Lo primero que me vino a la mente fue la expresión pálida de Derek, intentando convencerme de que no había sido él quien había enviado todos aquellos mensajes. Y no mentía. No había sido él.
Nunca debí haberme olvidado de Natalie solo porque Tom la hubiera dejado fuera de juego aquella noche, porque, ahora, me había dejado fuera de juego a mí, y esta vez, para siempre...


By Tom.


-Vaya, vaya, vaya... pero si el padre pródigo ha vuelto. - mi viejo era un tío... que simplemente no merecía la pena describir. Canoso, más o menos musculoso, con una barba siempre incipiente, ojos pequeños y castaños y bueno... cualquier característica que pueda tener un maldito camionero.
Lo encontré en la cocina, buscando algo de comida en el frigorífico cuando entré en casa. Él me miró con una mueca torcida que en seguida, se convirtió en una sonrisa falsa y vomitiva.

-Tom, hijo... - me llamó. - ¿Qué tal...?

-Mejor que tú, seguro. - me encogí de hombros. Oí desde la puerta los pasos de Andreas precipitándose al interior de mi casa después de haber aparcado la moto frente al garaje.

-Me refería a... bueno... - el viejo se llevó una mano a la nuca, acariciándose la cabeza, como si se sintiera intimidado. Y era para estarlo, seguro. - Tu madre me llamó, muy nerviosa y me dijo que volvías.

-Sí, ya.

-¿Por qué...? - sentí a Andreas a mi lado, apareciendo justo en el momento oportuno. Mi padre y él se miraron antes de sonreírse, analizándose con fugacidad. - Hola, Andreas, ¿Qué tal?

-Bien, Jörg. Cuando tiempo...

-Sí, claro, eso está muy bien. - no soportaba la falsedad de mi padre, su asquerosa sonrisa hipócrita. Yo estaba tan acostumbrado a ella, que me daba exactamente igual, pero de manera ilógica, sorprendiéndome a mí mismo, me puso furioso que se la dirigiera a Andreas.
Me crucé de brazos frente a él, escrutándolo con la mirada.
-¿A qué has venido? ¿Es que de todos los lugares que hay en el mundo o, simplemente, en Alemania, no has podido encontrar ninguna pocilga donde caerte muerto? ¿No puedes hacer ni siquiera eso? - mi viejo me observó en silencio, quieto y con rostro aparentemente imperturbable. - Oh, claro. Se me olvidaba que tu casa ya es una pocilga. A veces me pregunto porque sigo yo en ella. - caminé hasta el frigorífico, abriéndolo para coger unas latas de cerveza. Nadie dijo nada. Sólo se oyó el murmullo de unas patas pequeñas correteando por la casa. El murmullo de un ratón, quizás de una rata pequeña.
Saqué las latas de cerveza y se las puse a mi padre en la cara.
-¿Quieres? Ah, no... mejor no o, a parte de oler a mierda, también olerás a borracho. Aunque, claro... eres un borracho. Tu aliento apesta a dos metros de distancia. - le di la espalda, sin esperar respuesta. Andreas miraba la escena, mudo. Le lancé una lata de cerveza que cogió al vuelo. - Vamos a mi cuarto. Tenemos... - miré de reojo a mi padre, que seguía quieto en mitad de la cocina. - Tenemos un polvo pendiente. - y por un momento, sus ojos se abrieron como platos, sorprendido. No me extrañaba. Me había visto incontables veces con tías, pero nunca con un tío, y menos con Andy.
Le hice un gesto con la cabeza a Andy, indicándole que tirara hacia mi cuarto y rápido. Él tragó saliva y miró a mi padre de reojo. Se puso rojo en cuestión de segundos.

-Joder, pero ¿No sé supone que tú no tienes vergüenza? ¡Tira de una puta vez para mi cuarto! - y, bajando la cabeza, mortalmente avergonzado, echó a andar hacia mi cuarto. Yo avancé un paso, dispuesto a cogerle la mano, cuando la voz ronca de mi padre me detuvo.

-Tom...

-¿Qué?

-¿Dónde está Guetti? - alcé una ceja ante su pregunta. Parecía preocupado por la perra. Parecía...

-Muerta y enterrada. ¿Por qué? ¿Acaso te importa lo que pase en esta casa? - el viejo no dijo nada. - Ajá. Lo suponía. - y eché a andar hacia mi cuarto, donde Andreas me esperaba sentado en el suelo, a los pies de la cama, abriendo la cerveza y dándole un par de sorbos. Cerré la puerta de un portazo y él me miró con cansancio.

-Joder... no sé cómo no te ha arreado un par de hostias ya. - me encogí de hombros, tumbándome en la cama mientras abría la cerveza, desganado.

-Porque sabe que si lo hiciera, se llevaría una paliza. Es un capullo.

-Mi padre ya me abría abierto la cabeza.

-Andy... tú padre es pasto de gusanos. Está muerto. Deberías alegrarte por ello. - le di un sorbo a la lata, sentándome en la cama y apoyando la espalda en la pared blanca y descolchada de mi cuarto. Andreas estaba demasiado callado y eso me intrigaba. - ¿Se puede saber en qué estás pensando? - él me miró de reojo. Estaba un tanto pálido, con mala cara, pero no estaba enfermo. Los últimos acontecimientos le habían golpeado bien. Andy era demasiado influenciable, aunque solo lo dejara ver cuando estaba conmigo. Sólo conmigo.

-Si odias tanto a tu padre... ¿Por qué no...?

-¿Lo mato? - Andy me miró, boquiabierto. Yo le sonreí. - Lo he intentado. Y él lo sabe. Por eso cuando vuelve a casa finge no estar. Intenta pasar desapercibido y cuando lo provoco, no contesta. Pero eso no hace que lo odie menos. - Andreas bajó la cabeza, suspirando.

-No entiendo por qué le odias tanto. Él mío...

-El tuyo te mataba a hostias y el mío pasa de mí. Es así de simple. Lo que es, es.

-Ya, pero... - Andy se levantó del suelo y se sentó en mi cama, a mi lado, mirando la cerveza con distracción. - A ti no parece afectarte. - volví a encogerme de hombros.

-No me afecta. Me da igual. Simplemente, me molesta que esté pululando por aquí.

-Ya... - volví a llevarme la lata a los labios, bebiendo, saboreando el sabor ácido y horriblemente amargo de la cerveza. En realidad, no me gustaba mucho, pero era refrescante y tenía alcohol. Además, era más barato que cualquier botella de vodka. ¿Qué más podía pedir? - ¿Por qué has vuelto? - cuando me di la vuelta, separando la lata de mis labios y haciendo una inevitable mueca de desagrado, le miré con una ceja alzada. Él, de repente, se había puesto serio. Muy serio. - Hamburgo es la hostia, ¿verdad? Tu casa allí es grande, huele bien, tiene bonitos muebles y electrodomésticos caros. Una pantalla grande, de sesenta pulgadas. Una madre atenta y cariñosa. Nunca falta comida ni sábanas limpias en la cama. No hay ratas ni insectos correteando por los pasillos. Las paredes están perfectamente pintadas de un color azul claro. Hay jardín. Tienes un perro. Puedes disfrutar de la calefacción en invierno y del aire acondicionado en verano... es como si pudiera verlo... - Andy aspiró por la nariz, cerrando los ojos. Como si pudiera captar el aroma de una casa limpia, ordenada y cuidada a la perfección.
Por un momento me pregunté de dónde demonios sacaría tanta imaginación para describir con tanto detalle una casa que no había visto ni vería en su vida. Una casa normal, más o menos lujosa. Una casa como otra cualquiera.

-Te has equivocado. Las paredes están pintadas de verde mar, no azul claro. - le vacilé. - y el jardín sólo es un montón de césped de unos dos metros de ancho que rodea la casa.

-Aún así, es lo que cualquiera desearía tener. - entrecerró los ojos. Me pareció ver una pizca de envidia en su mirada. - ¿Por qué has vuelto entonces? Lo has conseguido todo, joder. Todo. Incluso... ese Bill está allí, ¿verdad? - me cago en la puta. Tanto Bill saliendo de su boca empezaba a cabrearme.

-Por última vez, Andy... deja de mencionar a Bill.

-Pero está allí, ¿verdad?

-Sí, joder.

-Y quieres...

-¡No quiero nada de él, me cago en la puta! - con un movimiento brusco llevado a cabo por un tremendo arranque de mala hostia, lancé la lata de cerveza, todavía medio llena, contra la pared de enfrente. Revotó y cayó sobre el suelo, derramándose su contenido por completo a la vez que un montón de gotitas nos salpicaban a ambos por igual.
Andreas se sobresaltó, pegando un pequeño salto encima de la cama y antes de que pudiera decir nada, le pasé el brazo alrededor de los hombros y lo aplasté contra mí con brusquedad. Su lata cayó al suelo, medio vacía. Me miró con los ojos muy abiertos, sin atreverse a pestañear si quiera. Noté un leve temblor recorrerle todo el cuerpo, de arriba abajo cuando clavé mi mirada furiosa en él.

-Cállate, Andy. Cállate de una vez. - él tragó saliva, silencioso. - ¿Sigues supuestamente enamorado de mí? ¿Te sigo gustando tanto? - su respiración ansiosa chocó contra mi cara.

-Sí. - genial. Y antes de que pudiera replicar, le besé en los labios, despacio. Le agarré de la barbilla y me lo comí con ferocidad en cuanto abrió la boca para corresponderme.
En otra ocasión... no, más bien, con otra persona, no habría sido tan basto. No habría ido a palo seco, no le abría metido la lengua hasta la campanilla dejando claras mis intenciones de dominarle por completo. Hubiera sido... algo parecido a dulce. Como Bill había dicho alguna vez.
"Al principio me acorralabas, me intimidabas y casi me arrojabas a un precipicio para que solo pudiera agarrarme a ti. Me follabas como un puto loco. Como un bestia, sin tener en cuenta mis sentimientos. Ahora... Eres algo parecido a dulce. Eres... fantástico. Y aunque sigas siendo un bestia, me encanta."
Sí. Tenía la certeza de que si fuera Bill al que tuviera entre mis brazos, no sería tan monstruoso. No le mordería los labios con la intención de hacerlos sangrar por pura frustración, no lo estrujaría contra mí con tanta brutalidad, no le haría daño... al menos no demasiado.
Andy estaba asfixiado y ciego. Le mordí el labio inferior y una pequeña brecha se abrió en él. O, más bien, volvió a abrirse. Le lamí el pequeño hilo de sangre con la lengua mientras sus ojos divagaban fascinados de aquí para allá y entreabría la boca, extasiado, mirando al techo, disfrutando de que al fin su "héroe" le prestara un poco de atención.
Me separé de él. Andy me observó en silencio, jadeante.

-Quítate la ropa. - le ordené, atrapando entre mis dedos el puente de mi nariz y cerrando los ojos, sacudiendo la cabeza. Sentía algo desagradable, como un pequeño latigazo de ansiedad y dolor en la boca de mi estómago. Un pequeño latigazo de... ¿Vergüenza, humillación? Yo no sentía esas cosas, nunca o, al menos, no desde hacía más de quince años. Entonces, ¿De dónde venía esa sensación agobiante?
Un horrible presentimiento se instaló en mi cabeza, pero cuando vi la ropa de Andy caer al suelo lleno de cerveza derramada, lo aparté de mi mente con brusquedad.
Observé como de manera sorprende, Andy se ruborizaba. (Era raro, nosotros no teníamos un gran sentido de la vergüenza) Se había quedado en bóxers y se alzaba a mi lado, de rodillas sobre la cama, con la espalda muy recta y la mirada un tanto insegura. Los moratones de la paliza aún no habían desaparecido del todo. Ahora tenían un extraño color amarillo verduzco que relucía sobre las cicatrices que le recorrían el cuerpo. Cicatrices de peleas, roces de navaja, golpes con puño americano... era raro que alguno de nosotros no tuviera cicatrices, aunque solo fuera una.
Creo que Bill no había visto la enorme cicatriz que me cruzaba la espalda desde el hombro hasta el costado. Un navajazo rápido por la espalda y una puñalada en el muslo izquierdo. No sé porque, pero en cuanto me di cuenta de que eso de la violencia no iba con él y que se asustaba con facilidad, intenté por todos los medios que las cicatrices pasaran desapercibidas para sus ojos. No fue difícil. Siempre que estábamos desnudos a ojos del otro, era él el que me daba la espalda, no yo.

-Tú... ¿no vas a...? - lo hice caer sobre la cama, dándole un empujón leve apoyando la mano en su pecho desnudo y me tiré de la camiseta hacia arriba antes de que pudiera decir nada. Me la saqué de un tirón y la dejé caer al lado de la suya.

-Quítate toda la ropa. No me hagas perder el tiempo con mimitos de haber quien le quita la ropa a quien, ¿vale? No voy a mimarte, Andy. - si se hubiera tratado de Bill, puedo asegurar que lo habría hecho yo mismo. Y me habría gustado incluso más que penetrarlo como un salvaje.
Recuerdo con claridad como se reía y como su cuerpo reaccionaba a cada caricia, sin distinción. Como nos inventábamos juegos excitantes, nos lamíamos como animalillos inocentes y a veces nos mordíamos como lobos hambrientos. A veces, incluso nos pegábamos, dejándonos llevar por los instintos más básicos. Con un mal humor que casi siempre compartíamos por diferentes motivos, podíamos llegar a matarnos en plena penetración. De hecho, hasta tenía cicatrices que Bill me había hecho por culpa del morbo. Si alguien se enteraba de que había dejado que el canijo y aparentemente enclenque de Bill me pegara y yo, no solo no me había defendido, sino que además, me había gustado de cierta manera, sería motivo de burla de mucha gente.
Aunque en realidad, no me importaba demasiado que la gente supiera que era algo... masoquista.
-Tienes suerte, canijo. - le sonreí, sacándome los pantalones y los bóxers, dejándome ver completamente desnudo, sin más preámbulos, delante del marica de mi colega, que me observó con los ojos abiertos como platos. Tragó saliva de nuevo y enseguida se irguió sobre la cama para contemplarme con mejor perspectiva. Otro hiperactivo. Le agarré de la cinturilla de los bóxers de improviso y tiré de ellos.

-¿Qué...?

-¡Voy a hacértelo, Andy, pon algo de tu parte, joder! - por un momento pareció resistirse, hasta que cansado de tanta historia, prácticamente se los arranqué de entre las piernas y los lancé lejos. Me tiré sobre él como una pantera, devolviéndolo a la cama de golpe conmigo encima, aplastándolo pecho contra pecho, boca contra boca, piernas entrelazadas, mi polla acariciándole la ingle y la suya, mi bajo vientre. Mientras le comía la boca y la acaparaba toda para mí, jugueteando con su lengua sin pudor ninguno, él apretó mi nuca con sus dedos, aplastando las rastas que se encontraba a su paso. A diferencia de Bill, que le encantaba acariciarme el pecho y hacer cualquier cosa que se le ocurriera sobre él, Andy se decantó por mi culo. Cuando noté su mano descendiendo por mi espalda y acariciarme el trasero, me entró la risa floja y tuve que separarme de su boca, riéndome a carcajada limpia.

-¿Qué... qué te pasa ahora? - preguntó, riéndose también, más bien por no ponerse a llorar por la interrupción.

-Nada... nada... me estás tocando el culo... - Andy se puso blanco.

-¿Qué pasa? ¿A caso tu... tu magnífico Bill no lo hacía?

-Sí, pero... - otra vez me venía la risa tonta. - Esto es absurdo...

-¡Pues a mí no me lo parece! Llevo esperándolo mucho tiempo y es lo más... bonito que haré en mí vida. - Andy volvió a ponerse serio, o lo intentó. Le temblaba la mandíbula, no sé si de risa o de ganas de llorar.

-Vale, vale. - sonreí. - Seré bueno, amable y cariñoso. Total... sólo será un polvo. - lo cierto es que se lo debía. No había nadie más fiel que Andreas, aunque no lo pareciera.
Como tantas otras cosas, eso solo me lo mostraba a mí.
Supongo que en eso, sí se parecía a Bill en cierta medida.


By Bill.


-Bill, ¿estás ahí? Soy yo. ¿Estás...? - la voz de Georg sonaba asustada al otro lado de la línea. Supuse que ya se habría enterado de lo sucedido en la universidad y estaría preocupado. Los dos lo estarían. Incluso me arriesgaba a pensar que vendrían a verme a casa en cuanto terminaran las clases, quizás antes.
No tenía ganas de hablar con nadie. No debería haber cogido del teléfono, así que colgué sin decir absolutamente nada.
Solté el inalámbrico sobre la cama, dejando caer mi cuerpo a peso muerto sobre el colchón y me acurruqué todavía más debajo de las sábanas, tapándome hasta la cabeza.
No quería que nadie me mirara. Nada, ni nadie. Soy tan repulsivo... solo quiero desaparecer. Morirme. Me quiero morir. ¿Me echará alguien de menos si me muero? Mamá me odia. Odia que sea anormal. Me dijo pervertido. Todo el mundo cree que soy un pervertido. ¿Soy un pervertido? Sí. Seguramente, sí. Tom y yo hacíamos unas cosas tan sucias, tan pervertidas, tan... inmorales... pero a mí me parecían tan bellas...
Qué lástima. Algo tan hermoso y está prohibido. ¿Por qué? No lo sé. Un amor teñido de pecado.
De todas formas, Tom tampoco me amaba. Supongo que él sí se dio cuenta a tiempo del error y pudo huir, o simplemente es tan despiadado que quiso que acabara así, tendido en la cama donde habíamos compartido tantos momentos juntos... que me pudriera en ella.
Otra parte de mí tenía la esperanza de que él nunca se hubiera esperado nada de esto. La esperanza de que se hubiera ido por alguna razón justificada, pero ¿Acaso había algo capaz de justificar todo lo que me había hecho? ¿Acaso yo tendría que perdonarle si volvía? No quería... no debía perdonarle... y sin embargo, sabía que si volvía, lo perdonaría como un estúpido sin cabeza.
Debía dejar de pensar en Tom. Esa era una mis prioridades.
Y luego, ¿Qué haría? No podía salir a la calle. Nunca podré volver a salir a la calle. La gente me mirará, se burlará, escupirá, me insultará, me pegará... me perseguirán... como en la universidad. Y lo peor es que es cuestión de tiempo que mamá se entere de todo. Y entonces... ¿Ella que dirá? Me odiará aún más. La repugnaré, me echará de casa, puede que hasta me entregue a la policía porque... ¿el incesto es un delito? Supongo que no, pero quizás se me acuse de exhibicionismo, por lo de aquella vez en las taquillas.
Gordon también me odiará. Toda mi familia me odiará, ¡Qué asco! Dirán... nadie me apoyará. Nadie me preguntará por qué. Nadie me entenderá... Nadie entenderá que me he enamorado de mi propio hermano gemelo.
Georg y Gustav no podrán defenderme siempre. En cuanto los vean conmigo, correrán rumores y lo pasarán mal. Muy mal. La gente es cruel.
No tengo a nadie en quien apoyarme, en quien creer. Las pocas personas que hay, sufrirán.
Sólo hay una y no está.
Tengo que irme de aquí, lejos, donde nadie me conozca. Tengo que irme de aquí.
Pero, ¿A dónde?
Un sonido molesto interrumpió el hilo de mis pensamientos. Parecía un teléfono. Saqué la cabeza de debajo de las sábanas lentamente y miré el inalámbrico, que callaba como un muerto. Miré mi móvil con desgana, pero tampoco era eso.
Luego reconocí la melodía polifónica barata que mi madre tenía como señal de llamada en su móvil y me levanté de la cama.
Mamá solía dejarse las cosas olvidadas por toda la casa, pero dos de ellas eran fundamentales para su trabajo y vida. Las llaves del coche y el móvil. Era sumamente extraño que se hubiera dejado atrás una de ellas, aunque no me sorprendía más de lo habitual.
No tenía razones para salir de mi cuarto y andar hasta el salón, buscando el móvil de mi madre. Total, era suyo, no mío. Pero cuando el móvil empezó a insistir hasta tocarme las narices con esa puñetera música clásica, salí de mi cuarto y bajé las escaleras sin ganas, arrastrando conmigo la sábana de mi cama, cubriéndome con ella como si fuera un disfraz de Halloween, un fantasma.
No quería que nadie me mirara.
Cuando llegué al salón y me acerqué al aparato que vibraba con insistencia sobre la mesa, me quedé quieto, esperando que dejara de sonar y, cuando lo hizo, a los cinco segundos, volvió a empezar. Lo cogí, dispuesto a mandar a la mierda a quien estuviera al otro lado de la línea cuando lo vi en la pantalla resplandeciente. Un nombre que reconocí a la perfección a pesar de las pocas veces que había salido de mis labios.
Jörg.
Papá... mi padre... mi padre se llamaba Jörg. Hacía tantos años que no lo veía que ni siquiera me acordaba de su cara. Ni de su voz.
Jörg... ¿Sería papá? ¿Cuántos Jörg conocía mamá? Empecé a darle vueltas al teléfono en mi mano, nervioso. ¿Debía cogerlo? Sí... ¿o no?
Y la maldita musiquilla clásica me hizo decidirme. Me hizo apretar el móvil con fuerza y, finalmente, darle al botón para recibir la llamada. Me lo llevé al oído, tragando saliva.

-¿Sí?

-¿Simone? ¿Eres tú? - esa voz grave y ronca me sonaba. Mucho. El corazón se me aceleró de golpe.

-¿Papá? - por un momento, se hizo el silencio.

-¿Bill? Dios mío... ¿Eres Bill? - y me quedé clavado en el suelo, sintiendo la voz de ese hombre tan lejano a mí, pero a la vez tan cercano reptando por mis venas. Las manos empezaron a temblarme otra vez.

-Sí, soy yo...

-Dios santo, hijo. Hacía tanto tiempo que no escuchaba tu voz. La última vez que la escuché, era aguda y llorona. Ahora... tienes que haber crecido tanto. - recordé las cosas horribles que Tom decía de él. Nunca me dijo nada a parte de que lo odiaba y que era un maldito borracho, pero no lo parecía, para nada. Su voz era gentil y suave pese a la ronquera. Tan sincera.
Se me saltaron las lágrimas.

-Sí, ya... como Tom...

-¿Estás bien, Bill? Te noto la voz rara. Pareces sofocado.

-No, no... yo estoy bien. - me limpié las lágrimas con los brazos, suspirando. - ¿Y tú?

-Mejor. Mejor ahora que nunca. Tu madre me ha hablado mucho de ti, pero aún así nunca quiso ponerme contigo. Siempre decía que no querías hablar conmigo.

-¿Qué... mi madre ha dicho qué? - me quedé petrificado otra vez, con la boca abierta de par en par. No me lo podía creer. - Eso es mentira. Yo nunca he dicho eso.

-Oh... vaya...

-De todas formas, si querías verme o hablar conmigo, ¿por qué nunca has venido a visitarme? - mi padre se quedó callado unos segundos, suspirando.

-Fui una vez. Hace mucho tiempo... pero tú no me reconociste. Luego... todo se ha vuelto demasiado complicado, Bill.

-¿Mamá te dijo que no vinieras? - mi padre volvió a quedarse callado como un muerto. - No puede hacerme esto. ¡Siempre tiene que tomar todas las decisiones importantes por mí, joder!

-Tu madre solo te protegía. Creyó que sería demasiado traumático para ti...

-¿El qué? ¿Ver a mi padre una vez al mes? ¡Mejor no verlo en la vida y hacer como si no tuviera, claro! - empecé a exaltarme y haciendo un movimiento brusco, pisé la sábana con la que me cubría el cuerpo y caí al suelo de culo. - ¡Ay!

-¿Bill?

-¡Joder, me he caído! - de repente, oí una suave carcajada al otro lado de la línea.

-Parece que eres un poco torpe, como dice tu madre. - me dieron ganas de escupir cuando mencionó a mi madre. Maldita sea, mamá. Maldita sea... - Supongo que si tú estás hablando conmigo, ella no estará por ahí.

-No. No está.

-Hum... ya veo. Quería preguntarle qué ha pasado con tu hermano ahora. No sé si es que ha hecho algo mal o él ha querido volver, pero me ha extrañado. La última vez que hablé con tu madre, me contó que Tom estaba muy contento allí, con vosotros. Me dijo que os llevabais muy bien y que os habíais hecho inseparables.

-¿Eso... dijo? - murmuré. Y, otra vez, el corazón se me aceleró, pero esta vez dando un vuelco tan brusco que hasta me hizo daño. Quizás... - Tom... ¿Está ahí? - me atreví a preguntar, con el corazón en un puño.

-¿Tom? Oh, sí. Está en su cuarto. - dios mío, dios mío, dios mío, dios mío...

-Y-yo... ¿puedo... hablar con él? - la respiración se me hizo irregular, acelerada. De repente, no atendía a razones. Había olvidado todo lo pensado de él anteriormente, la obligación de olvidarme de él, el daño y el lío en el que estaba por su culpa. Todo desapareció sin dejar rastro. Lo único que sentía en ese momento era la ardiente necesidad de escuchar su voz. Sólo una vez más. Sólo una vez más...

-Oh, bueno... está con un amigo, así que...

-Por favor... - mi voz tembló y casi pude notar la vacilación de mi padre a la hora de decidirse.

-De acuerdo. Voy a decírselo. - oh, oh, ¡oh! Empecé a sudar a chorros de puros nervios, de pura angustia, de puros deseos de escucharle, por fin, después de tanto tiempo. Me mordí el labio inferior con fuerza, con el teléfono pegado al oído, escuchando con tanta atención, que podía oír perfectamente los pasos de mi padre caminando hacia el cuarto de Tom. Abrió la puerta, lo oí. Y de repente, un suave murmullo repleto de jadeos y algún que otro gemido descontrolado me atravesó el tímpano. ¿Qué demonios estaba pasando ahí?

-¿¡Qué coño haces!? ¿¡No ves que estoy ocupado!? - le oí gritar. A él. ¡A él! Era su voz, su voz grave e intimidante que solía aflorar de su garganta como un gruñido cuando se enfadaba. Su voz...
Y las lágrimas se desbordaron de mis ojos como si fueran parte de una lluvia torrencial.

-Tom... es para ti... - oí a mi padre, claramente nervioso.

-¿Y qué? ¡Sigo estando ocupado! ¡Cuelga!

-Pero...

-Joder, ¿Tan inútil eres que no sabes colgar un puto teléfono? ¡Dame!
- y lo cogió. Lo cogió. El corazón se me atascó en plena garganta. - ¿Quién coño es? - y salió disparado de mi boca con un grito agudo, repugnantemente apenado.

-¡Tom! - casi pude oír el eco de mi propia voz al otro lado de la línea antes de obtener una respuesta que pensé que nunca llegaría, tan lejana...

-... ¿Muñeco...?

Muñeco Abandonado // By Sarae (Segunda Temporada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora