Prologo

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Marcús ya me tenía cansada, ¡no era justo que no pudiese traer mis amigas cuando nuestros padres no estuvieran en casa mientras él podía traer a sus amigos! ¡No íbamos a hacer un desastre!

Marcús me caí muy mal cuando pretendía mantener todo en orden, cuando en realidad se la pasaba jugando a los videojuegos con sus amigos.

Aunque no me quejaba del todo.

Últimamente uno de sus amigos me inspiró a llevarme bien con algunos de ellos, ese chico era bastante simpático. Cada que nos topábamos en la cocina o en el pasillo —en el que las habitaciones de Marcús y la mía coincidían— me saludaba alegremente.

Arthur... mmm, parecía razonar más que los demás amigos de mi hermano. Todos eran unos imbéciles que se la pasaban gastándome bromas con relación a mi altura y voz.

¿¡Que parte de que todavía era una persona en desarrollo no entendían!? No valía nada intentar explicarles, solo paraban cuando Marcús intervenía. Bueno, no es que todos sus amigos me hicieran las mismas bromas, Arthur y Jorge no se metían mucho conmigo; Jorge era demasiado tranquilo como para querer gastar su energía molestando a alguien más, me caía bien. Y Arthur parecía tener compasión, de todos ellos era el único que parecía que yo le importaba algo, pues casi nunca hablábamos mucho. Arthur solo era cordial.

Entre Marcús y yo había muchas diferencias, la menos notable era que soy dos años menor, y a pesar de ello parecía un anciano reflexionando todo el rato; yo era todo lo contrario a él, siempre fui más lanzada a las cosas sin pensar acerca de las consecuencias, por lo que de cierto modo me caía bien tener un hermano que tuviese cerebro por los dos.     

Siempre me sorprendía un poco que Marcús tuviera muchos amigos muy diferentes a él, pues siempre era muy calmado cuando no estaba con todos ellos, por ello casi siempre solo estaba con Jorge, él era su mejor amigo, eran un poco parecidos en cuanto a gustos y personalidad. También podría resaltar que cuando estaba con Arthur también era bastante tranquilo, siempre los veía con una mueca cuando estábamos todos en el salón y se ponían a debatir acerca de algunos libros o películas, vaya grupo de pesados...

Y sí, últimamente prestaba más atención a ellos cuando Arthur estaba en casa. Incluso le pedía a Marcús que me dejara jugar partida de videojuegos con ellos, él siempre estaba de acuerdo cuando no eran sangrientos, cosa que hacía que todos los demás se quejaran mientras que Arthur accedía a jugar conmigo con una sonrisa.

Siempre que estábamos sentados en la alfombra concentrados por quién llegara a la línea de meta primero, le echaba una ojeada y cada vez que le veía, parecía más brillante. Siempre sospeché que lo notaba, ya que veía como sonreía levemente. Al tomar la decisión de mirarlo perdía la concentración en el juego, cosa que casi siempre me llevaba a por poco perder la partida, pero sospechosamente siempre salía ganando. Chillaba de felicidad mientras que los demás de sus amigos le decían que podría haber ganado.

—¡¿Es que eres estúpido?! ¡No tenías que hacer ese giro tan cerca de la línea de meta! —le gritaba Matías, el más insoportable de todos—. ¡Joder, Arthur!

Arthur se defendía diciendo que no llevaba su personaje de la suerte, cosa que le hacía perder aún más los nervios a Matías. Debo admitir que me encantaba verle perder la cabeza, el imbécil se lo merecía.

Al terminar las partidas, siempre me iba al patio trasero a jugar con Max, era agradable tener una compañía más racional que esa bola de estúpidos cuando mis padres no estaban en casa. Me senté en el verde pasto mirando a Max, quien iba a buscar alguno de sus juguetes, sonreí al percatarme de que traía un peluche de ardilla. Se acostó en compañía de su ardilla a mi lado, a pesar de ser un perro joven, Max era muy tranquilo, siempre habíamos tenido algún tipo de conexión —o por lo menos así quería llamarle a la amena compañía que nos brindábamos al no tener a nadie más cerca de nosotros.

Lo que las olas nos dejaronDonde viven las historias. Descúbrelo ahora