ARTHUR
Juliet se dejó caer en mi hombro y de inmediato supe que estaba dormida, no hay otra explicación para que ella se recostara en mi hombro. Me acomodé mejor, quería que ella estuviera cómoda. También observarle cada tanto. Solo... para saber que estuviera bien, por supuesto.
Los minutos pasaban cada vez más rápido mientras hacía turnos para mirar que Juliet estuviera bien y ver el panorama.
No hay palabras para expresar esa extraña sensación que se posaba en mi estómago.
Unas horas más tardes miré la hora en mi móvil, eran las cinco treinta de la madrugada. Faltaban pocos minutos para el amanecer, el cielo ya empezaba a mostrar esos tonos cálidos en pocas partes de sí.
Miré a Juliet, seguía rendida durmiendo, se veía totalmente serena. El momento me llevó a la primera vez que durmió a mi lado. Sonreí al recordarlo, es una de las memorias más emotivas que tengo con ella.
Unos minutos más tardes —minutos en los que la había observado, hipnotizado—, me senté mejor para despertarle.
—Juliet... —le dije, mientras le movía suavemente el hombro—. Vamos, Julie, tienes que levantarte.
Ella frunció el ceño a pesar de no estar despierta completamente. Algo muy propio de ella, cosa que me hizo sonreír como un tonto.
—Joder, déjame dormir... —susurró, poniendo mala cara, aún sin abrir los ojos.
Sonreí, ¿y es que Juliet solo está tranquila mientras duerme? Vaya malgenio que tiene.
—Juliet, ¿acaso no quieres ver el amanecer?
Ella frunció el ceño por enésima vez para luego abrir los ojos lentamente. Al notar que estaba recostada en mi hombro se levantó y retomó la compostura rápidamente —tal y como lo predije—, yo sonreí al ver que ella me ponía mala cara.
—Es cuestión de segundos que todo el cielo tomé color —le comenté vagamente mientras la observaba.
Ella se pasaba las manos por la cara, intentando quitar todo rastro de sueño de su rostro.
—Si que me quedé dormida... —dijo más para sí misma que para mí.
Juliet no nada más, se limitó a quedarse en silencio, yo la imite.
Ambos nos quedamos viendo el cielo un tanto apagado, lo que en pocos segundos más tardes se transformó en uno lleno de colores cálidos. Tanto el cielo como el mar poseían los mismos colores, el sol saliendo y reflejándose en las olas era digno de enmarcar.
En medio de todo ello, me giré hacía Juliet, quién miraba la escena fascinada. Me centré en sus ojos, lucían cómo pantallas reflectando el alucínate panorama.
La mirada de Juliet se encontraba perdida en el amanecer, y la mía se encontraba perdida en ella.
¿Qué me estás haciendo, Juliet?
Nada mejor que un capítulo corto a mitad de la semana... ya nos veremos el viernes, suerte hasta entonces.
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Lo que las olas nos dejaron
Dla nastolatków"Del amor al odio solo hay un paso", siempre escuché la frase con escepticismo, hasta que conocí a Arthur y descubrí que del odio al amor no hay mucho espacio. Recuerdo claramente cuando pasó de ser un pesado a... algo más en mi vida. Esta ola de e...