~|Capítulo 10|~

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Camila estaba sentada en la terraza del hotel, detrás de una verja de hierro forjado cubierta de azaleas, el restaurante del hotel, Calderone's, era famoso por sus tortillas mexicanas, su guacamole y sus margaritas de diferentes sabores. Diecisiete ni más ni menos. Y aquel día le habría gustado probar alguno, Meggie estaba en su cochecito, a punto de quedarse dormida.

— Mi hermano llegará pronto. — le dijo. — Viene de California y estoy deseando verlo...

— Ya estoy aquí. Puntual como siempre.
— Camila levantó la cabeza al escuchar esa voz tan familiar.

— ¡Blake!. — exclamó, saltando de la silla para echarle los brazos al cuello. — No me lo puedo creer. Has venido de verdad.

— Te dije que vendría.

— Lo sé, pero ha pasado tanto tiempo. Y te he echado de menos.

— Yo también a ti.

Camila estudió su rostro, una costumbre que no había perdido nunca.
Blake estaba totalmente recuperado, pero era como si tuviese que mirarlo durante unos segundos para grabar en su mente la imagen del chico sano que era después de haber estado a punto de morir cuando era niño.

— Aún no conoces a Meggie.

— No, no la conozco. — Blake se puso en cuclillas para mirar a la niña. — Hola, preciosa. Soy tu tío Blake y pienso mimarte mucho.

— Ya le has enviado una docena de juguetes. — Blake miró a su hermana con una sonrisa en los labios.

— Ahora eres una mamá. Tenía que verlo para creerlo.

— Lo soy. — asintió Camila. — Y estoy intentando acostumbrarme a la idea, aunque no es fácil.

— Lo imagino.

— Yo nunca hago las cosas de manera normal, ¿verdad?

— Ni yo tampoco. Pero eso está bien.

Blake no pensaba nunca en el pasado y siempre había tenido una actitud positiva. Algunos decían que eso era lo que lo había mantenido con vida.

Camila se alegró al saber que su empresa de videojuegos iba bien.

Su hermano siempre había sido un diseñador extraordinario de otros mundos.

Estar solo en una habitación de hospital durante tanto tiempo, alejado de la vida real, había despertado su imaginación y mientras otros niños jugaban al baloncesto o al fútbol o montaban una banda de rock, Blake inventaba juegos en su cabeza. Y Camila se alegraba de que su tiempo en el hospital no hubiera sido tiempo perdido.

Ahora vivía en California, donde estaba su empresa, o viajando por todo el país para vender sus ideas.

— No sabía si querrías venir. — le dijo. — Imagino que estás harto de enfermedades y lo entiendo.

— Pero yo entiendo a esos niños mejor que nadie, así que ponme a trabajar.

— Lo haré, te lo aseguro. Espero que ya te hayas instalado en el hotel porque nos vamos a Penny's Song en cuanto terminemos de almorzar.

— ¿Lauren está ayudándote?

— Sí, mucho. — respondió ella. — Nos entendemos bien. — añadió, sabiendo que su hermano era demasiado discreto como para preguntar por su divorcio. — Las dos estamos comprometidas con el proyecto, así que no ha habido ningún problema.

Y ahora que Blake estaba allí, sus días y sus noches estarían ocupados. Era una bendición en muchos sentidos, aunque la entristecía porque su secreta aventura con Lauren había terminado.

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