La noche era tranquila en la ciudad de Andorria. El mayor centro de manufactura de productos creados usando jengicita, uno de los materiales mas versátiles y poderosos de todo el continente, así como tener una de las mayores minas de este. Tal era el poder económico que amaso esta ciudad que consiguió independizarse del Sacro Imperio Turdetano, siendo la primera, y única, ciudad libre de su control. La noche, bueno si así se la quería llamar, estaba iluminada por las luces de gas jengicítico, cuya iluminación ayudaba a que sus ciudadanos pudieran ver a trabas de las grandes humaredas que cubrían toda la ciudad y a que no se pudiera distinguir si el sol estaba en el cielo o se había ocultado.
Lo habitantes de aquella ciudad se habían acostumbrado a no ver nada en el cielo, era el precio a pagar por tener la ciudad más prospera del mundo decían. Los niños no conocían el aire puro y muchos crecían con defectos como la denominada "Piel Dorada" que, lejos de ser algo beneficioso, les provocaba problemas en el desarrollo como sensibilidad extrema en la piel o debilidad en los huesos. Eso en el caso de los niños de los suburbios, porque los hijos de los dueños de las minas, los altos señor comerciales o artesanos, vivían rodeados de lujos.
En uno de los bares de mala muerte del barrio minero de Osundo, el conocido como "Gallo Vespertino", la clientela habitual estaba teniendo un gran espectáculo. Entre los pobres mineros que lo poco que podían gastar en ocio iban a aquel bar no solo disfrutaban de las alegres coristas que bailaban entre la tos y los desequilibrios que provocaba el vivir inhalando el humo de las minas y refinerías, si no que también estaban disfrutando de una típica pelea por una partida de cartas.
— Te has sacado esa carta de la manga maldito tramposo que te he visto —vocifero uno de los jugadores de piel oscura y cuerpo fornido como solía ser habitual entre la gente de la región de Murroc y cuya indumentaria no era muy distinta a la de los mineros que poblaban el lugar, con un mono de trabajo que estaba lleno de las manchas amarillentas características de la jengicita.
— Miraque te falle la vista por la mierda que hueles en tu trabajo y luego la mierda que te metes cuando estas fuera no es mi culpa hermano, yo he tenido estas cinco cartas todo el tiempo — le contesto el jugador al que estaba acusando. Su tono de piel era de color oscuro como la de su acusador, mientras que sus facciones y sus ojos eran más finos como lo solían ser tener la gente de Catayuni. Este vestía unas ropas mas coloridas, al contrario que el gris que predominaba en el ambienta, salvo por las coristas. Su gabardina color morado combinaba con el verde de sus ojos, además de que su camisa y pantalón rojos eran de lo mas llamativo de aquella mesa.
— A mí un mestizo que se viste como un sarasa no me engaña y seguro que has hecho trampa — dijo mientras golpeaba la mesa. — Muchachos vamos a reventarlo a hostias —cuando se giro vio que ninguno de los otros con los que estaba jugando estaba consciente, solo alcanzo a ver un puño que se acercaba a su cara antes de ser noqueado.
— Macabeo mira que te he dicho veces que dejes de intentar timar a gente que te saca dos cabezas, no siempre estaré para sacarte las castañas del fuego — le dijo al hombre vestido de violeta una mujer de piel pálida como la de los turdetanos. Algo extraño porque los murroquianos y catayuni eran los grupos de personas que trabajaban mas en las minas, mientras que los turdetanos eran la élite dueña de la producción de la jengicita. Otra cosa que la diferenciaba de sus pares era que tenía un físico igual al de las mineras y las agentes del orden, teniendo unos músculos bastante marcados, incluso usando una chaqueta de cuero marrón y unos vaqueros anchos, que puestos en una mujer turdetana de la ciudad seguro que hasta le quedaban grandes.
Antes de que ambos pudiesen seguir conversando se les acerco un hombre que era igual de musculoso que la mujer, de origen murroquiano con un gran mostacho que era el único atisbo de pelo que le quedaba en la cabeza y que llevaba puesto un traje de camarero cuyos botones parecían que en cualquier momento saldrían disparados de lo justo que estaban.
— Macabeo "el zorro" y Micaela "la liebre", ya me estáis desalojando esta mesa y yendo pala zona vip, hay un tío raro que os ha llamado.
— ¿Y cuando no nos llama un tío raro Eurípides?.
— A mi tonterías las justas Macabeo, que voy a tener que limpiar todo este estropicio.
— Solo les he dado unos poco puñetazos, en media hora seguro que están bebiendo como si no hubiera un mañana
— Eso me dijiste la ultima vez y me enviaste a tres de mis mejores clientes al curandero.
Micaela solo respondió sacándole la lengua mientras se alejaba junto con Macabeo, que recogió un montón de monedas que había en la mesa donde estaban jugando.
Mientras subían a la zona de los vips, los dos jóvenes contaban las monedas, habían sacado unos veinte turds de plata lo que les daría para tres días hasta tener que buscar a otros idiotas a los que sacarles dinero. La zona vip del establecimiento estaba acondicionada para aquellos que podían permitirse pagar dos turds de oro por unas horas evitando el hedor de las refinerías, allí las bailarinas en muchas ocasiones no solo bailaban y el trafico de sustancias como el polvo áurico, un desecho de la purificación de la jengicita que era muy adictivo si se inhalaba, campaba a sus anchas.
Enel fondo de aquella zona vieron al que parecía que era el que los había llamado, pero para asegurarse Macabeo se acerco a una de las camareras.
— Oye Lisarda, ¿El tío ese del fondo es el que ha mandad a Eurípides a buscarnos?
— ¿El tipo de la capucha que es mas sospechoso que todos los hijos de puta que hay aquí? Si Macabeo
— Gracias Lisarda. — Le dijo mientras le metía un turd de plata en el escote pronunciado que tenía por su vestimenta de camarera, a lo que reacciono con un leve escalofrío en el cuerpo por el frío del metal.
Cuanto más se acercaban, Micaela no paraba de mirar a todas partes, no era normal que solo hubiera un hombre esperándolos, si quería hablar con ellos seguro que debía de haber mas personas observándolos en algún lugar. Al contrario que su amigo Macabeo, ella no era tan sociable y siempre estaba alerta, no se fiaba ni siquiera de las camareras que conocía de toda la vida.
Ya en la mesa, el encapuchado les hizo un gesto para que se sentaran. Cuando lo hicieron, el hombre se quito la capucha con sumo cuidado, era un turdetando, que vestía con ropajes de color verde. Esta ropa era utilizada por los artesanos de la jengicita, que una vez refinada y extraída de sus vetas amarillentas obtiene un color verduzco.
— Mi nombre es Isclo Alcibíades Ordaz de Figueroa, soy...
— Eres el artesano mayor de la ciudad, dicen que las vías de jengicita funcionan gracias ti. — Interrumpió Macabeo fascinado por encontrarse ante una persona tan ilustre en aquel lugar tan alejado de las zonas altas de la ciudad.
— En parte si, pero no vengo por eso.
— Entonces pa que vienes — contesto de forma agresiva Micaela que no paraba de mirar en todas direcciones.
— N...no se preocupen he venido solo, he oído que son muy buenos en su trabajo.
— ¿Y cual es nuestro trabajo?
— Bueno, el de sustraer cosas de personas que no las merecen.
— Se puede decir que solo somo humildes trabajadores a los que se nos pide que ciertas cosas pasen de un lugar a otro por un precio — contesto Macabeo mientras acercaba su silla a donde estaba sentado Isclo. —Lo que mi amiga la que esta poniendo cara de enfado cada vez mas rápido y yo queremos saber es, ¿Qué quiere un hombre como usted que movamos de lugar?
— Lo que quiero que muevan es la llama jengicita.
Ante tales palabras el rostro de los dos jóvenes cambio por completo.
— ¿No nos estará pidiendo ir a la casa del dueño del cuarenta por ciento de las minas de jengicita y le robemos su mayor pieza de arte hecha con ella verdad? — Pregunto nervioso Macabeo.
— Se que no será fácil, pero aquí tenéis diez turds de oro y una nota para encontrarme, no puedo estar aquí mucho tiempo, os estaré esperando — soltó una bolsa de cuero y se volvió a poner la capucha marchándose a toda prisa de la zona vip sin dejar que ninguno de los dos respondiera.
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Un robo accidentado
Ficção CientíficaUna pareja de pillos tendrá que meterse en un robo de altos vuelos para conseguir una pequeña fortuna y conseguir prosperar en una ciudad en la que los humildes lo tienen complicado.