Prólogo

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Lavandas, un apreciado olor que ofrece persistentes notas florales y aromáticas frescas aportando matices llevándome a mi niñez, mi madre, Lady Amanda, solía hacerme baños de estas flores cuando no era mas que un cría, ella decía que era de valor y privilegio que en tiempos de guerra pudiésemos ostentar de buen cuidado y limpieza. Mi padre, Lord Edward, era un hombre de familia, humilde, trabajador y aún cuando empezó sin un titulo que le respaldara, su esfuerzo y constancia le llevó a ser Barón.

A día de hoy, ocho años después, mis padres ya no viven pero el recuerdo de ambos me seguía afligiendo el pecho causando una melancolía que ni el paso de los días era capaz de curar. Mi abuela Rose es quien cuida de mi en tiempos actuales, está me ha visto crecer, madurar, equivocarme y convertirme en la mujer que soy. Es mucho lo que le debo a mi abuela, ella me acogió y me arropo en sus brazos aun sufriendo ella mi mismo dolor y aun asi nunca la escuche llorar, al menos no de día.

Tras el fallecimiento de mis padres ambas nos mudamos al reino de Korentil, gobernado por el rey Máximo IV, no muy lejos del castillo, teníamos nuestro hogar, una antigua casa decorada en su exterior por una marrón fachada de las que de los ventanales colgaban unas largas enredaderas mientras que en el jardín unas sencillas flores lilas, que mi abuela y yo plantamos en honor a mi madre, acompañaban el camino de rocas que llevaba a la entrada.

Hacía mas de diez minutos que mi abuela me había llamado para bajar a comer, observe por última vez mi reflejo en el espejo, alise los pliegues de mi vestido, anude mi cabello en una sencilla trenza y me dispuse a ir al comedor, donde mi abuela aguardaba mi llegada para poder dar por comenzado el banquete. A simple vista pude contemplar como un plato de entrecot de ternera con guarnición de patatas se abrían a mi paso, no tarde en sentarme a probar un bocado de aquel manjar que mi abuela había estado preparando durante la mañana.

—Mmm —exclamé con aprobación ante tal placentero sabor.— ¡Abuela esto está exquisito!

—Gracias querida —me sonrió con ternura presentando en su rostro unas delicadas y pequeñas arrugas—. Ahora háblame de tu paseo por el pueblo, la señora Margaret dice haberte visto en la plaza ayer al atardecer.

Entre bocado y porción le narré los acontecimientos vividos del día anterior , solo las breves interrupciones de mi abuela callaban mi voz en momentos.

—Corre el rumor en las calles que un grupo de soldados del reino enemigo, Nenderther, ha burlado la seguridad del reino merodeando ahora por los callejones—intervino Rose.

—No sabía nada, qué extraño —dije confundida—. ¿Y el rey está al tanto de ello?

—Si lo sabe no creo que lo vaya a desvelar ante el pueblo —respondió dándole un mero de importancia.— Su deber es que no cunda el pánico y menos en las clases bajas, en donde ya existe un ansia de rebeldía en contra del rey.

Pensé en todas las caras con las que me cruce en la noche anterior, en la vestimenta que traían y en sus andares, traté de recordar si mis ojos habían contemplado algo fuera de lo normal o si algo se me había pasado por alto en aquellos momentos. Entonces una rememoración vino a mi mente, un hombre alto, de pelo negro lacio, con barba rasurada y una cicatriz indiferenciable pues le atravesaba mitad de su rostro, había posado su vista en mi mientras de sus labios una sonrisa maliciosa se había escapado, petrificando mis sentidos por unos instantes.

Una ahogada tos silencio mis pensamientos, observé a mi abuela, en su pálido rostro se había tornado ahora un rojizo y lila tono, no era capaz de respirar.

Angustiada y a rápidos pasos me aproximé a ella recogiendo su delicado cuerpo con mis manos buscando el sonido de sus latidos, pero con el paso de los segundos cada vez estos eran menos notables.

— Abuela que te ocurre —pregunté inquieta.

—Ve... neno—respondió entre pausas acariciando mis dedos débilmente.

Negué con la cabeza atemorizada sosteniéndola con fuerza.

—No puede ser, tu misma la cocinaste —murmuré con la voz rota.

— Trampa —susurro sin fuerzas.

No comprendía a lo que quería llegar, una trampa, eso era algo imposible teniendo en cuenta que nadie había entrado ni salido de nuestro hogar desde la noche de ayer.

—¿De quién abuela, porque querría hacerte esto? — pregunté curiosa y con los nervios a flor de piel.

—Por ti —Susurró mientras sus ojos empezaron a cerrarse y ya no quedaba esa calidez que usualmente había en sus manos.

De mi apenada mirada ríos de lágrimas empezaron a mojar mis mejillas a su paso. Grité con fuerzas en busca de ayuda con la esperanza de ser escuchada por alguien de las calles.
Mire de reojo a mi abuela, de sus secos labios un débil te quiero pude percibir, siendo aquello el último aliento que dio.

— Abuela despierta, no me dejes —Agite su cuerpo bruscamente desesperada.— Eres lo único que me queda— Susurre con la cabeza gacha y con el corazón en un puño.

Pero ya no obtuve respuesta, mi abuela había muerto un día 22 de febrero ante mis ojos.

Bajo la coraza del reyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora