El ataque de los tigres de la noche

190 30 0
                                    


Los Griffyndor eran todos unos patéticos, se dijo Tony para sus adentros cuando Steve recibió un nuevo efusivo abrazo de la que probablemente era su novia, una chica llamada Sharon, de los Carter. Rodó sus ojos, dejando a la parejita en el pasillo. Aun no se daba por rendido con Visión, esperando encontrarlo en algún hueco de las viejas paredes, preguntando una y otra vez a los fantasmas sí acaso lo habían visto, notando que estaban muy intranquilos como si existiera de forma invisible eso que los inquietaba y asustaba. ¿Qué podría molestar a un espíritu? Algo le decía que guardaba relación con su mascota, a quien extrañaba en serio.

—Hey —el rubio le alcanzó, caminando a su lado con los demás cuchicheando— No deberías separarte tanto.

—No quería hacer mal tercio.

—¿Eh? Pero Sharon y yo solo somos buenos amigos.

—Oh, así les dicen los muggles.

—Todavía tienes pesadillas.

El castaño se detuvo, frunciendo su ceño. —No deberías espiarme.

—Dormimos juntos —observó Steve con una simpleza que sonó a otra cosa, haciéndolo fruncir el ceño.

Algo debía suceder para que se le despegara ese capitán de Quidditch, preferentemente algo que lo alejara permanentemente, si no sucedía haría que sucediera. Fue algo que se prometió, caminando aprisa para que los demás no dieran por sentado que ellos dos eran amigos, entrando a su primera clase que era Historia de la Magia y saludando a Rumiko y Tiberius al encontrárselos. Ellos estaban desconcertados como Stark, queriendo respuestas que aún no podía ofrecerles, solo bromeando con sus eventos Slytherin internos, cosas que hacían para los nuevos a quienes debían dirigir lo cual tampoco era del todo cierto al no ser los mayores, les gustaba ayudar nada más. El rubio entró con su grupo, buscándolo con la mirada antes de sentarse, alguien pasó entre ellos, rompiendo el contacto al tiempo que la clase comenzó.

Tony anotaba perezosamente en su cuaderno mientras el profesor Binns explicaba el tema del día, un Ravenclaw levantó la mano para hacer una pregunta que le ganó unos puntos para su casa al tratarse de una duda bien planteada. Ahí se dio cuenta de que súbitamente ganar la copa para su casa ya no fue tan importante, no ahora que su vida estaba por apagarse. Esas cosas habían perdido su interés, se le antojaban superficiales, y eso era mucho decir para una serpiente. Rayoneando una esquina del cuaderno con artimacia es que escuchó un sonido raro, como algo rascando el suelo bajo sus pies. El castaño frunció el ceño, mirando debajo de su mesa y alrededor, sin hallar algo.

—¿Visión? —susurró apenas, creyendo que era su salamandra perdida.

El sonido se escuchó de nuevo, un poco más cerca, y esta vez con algo más, un chasquido conocido.



Tic.

Toc.

Tic.

Toc.



—¿Joven Stark? —tronó la voz del profesor, haciéndolo respingar, casi botando su pluma.

—¡¿Qué?!

—¿Se encuentra bien? Luce pálido.

—Ah, yo...

—Profesor, solicito su permiso para llevarlo a la enfermería.

—Muy cordial de su parte, joven Rogers, adelante.

Stark iba a negarse. ¿Quién se creía ese rubio para tomar decisiones por él? Solo que un brazo de este rodeó su cintura, levantándolo en un solo movimiento para sacarlo del salón con todos cuchicheando en el acto.

Un hechizo infalibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora