Anthony Stark bostezó al bajar del carruaje, despidiéndose de su mayordomo Jarvis al tiempo que miró las puertas de entrada del colegio de Hogwarts, comenzaba su cuarto año, afortunadamente. Era la generación que al fin podía tener clases sin que alguien intentara matarlos en el proceso. Claro, no eran cosas que pudieran decirse tan abiertamente porque no fuese que alguien considerara que el otrora salvador ahora Auror se le rompiera una uña por semejante comentario y entonces el mundo volviera a estar en riesgo. La guerra había terminado con muchas cosas perdidas, como la reputación de la Casa Slytherin, su casa. De ser un orgullo entre los magos, ahora estaba hasta por debajo de los jodidos tejones, pues las idioteces de unos cuantos eran culpa del resto.
No había nada qué hacer ahí, estaban malditos a los ojos del mundo mágico y el Ministerio de Magia que los vigilaba como si ellos hubieran creado a Lord Voldemort. ¿Qué no la culpa fue de alguien más? Ellos fueron el chivo expiatorio y ahora Tony debía entrar al colegio cuidándose sus espaldas porque todos se creían con el derecho a empujarlo, burlarse o tirarle de un manotazo las cosas que cargaba en las manos, solo por ser un orgulloso Slytherin.
—Con permiso.
Ah, no olvidemos a los inigualables, perfectos, indestructibles, heraldos de la verdad y la justicia, los leones de Griffyndor. Tony le dedicó una mirada al capitán del equipo de Quidditch por parte de los apestosos felinos, Steven Grant Rogers, mitad muggle, mitad mago. ¿Qué se podía hacer? Rodó sus ojos, caminando a un patio empedrado en lo que era hora de la ceremonia de bienvenida y del bendito Sombrero Seleccionador, pensando en cómo demonios callar esas bocas altaneras que por haber tenido la suerte de salir protegidos por el santo patrón Potter, se sentían superiores a quienes por siglos habían creado el mundo mágico. No todo, claro, los Ravenclaw pusieron su parte, igual las otras casas, pero Hogwarts no se mantenía de buenas intenciones.
—Diría que has visto a un Griffyndor.
—Sí, al estúpido de Rogers —respondió el castaño, mirando a su amigo Tiberius Stone recién llegado— ¿Por qué no le cae una gárgola encima? Le haría un favor al mundo.
—Porque es el favorito de la directora McGonagall.
—Hablar mal de los demás puede costarnos puntos —comentó Rumiko Fujikawa llegando, dándole un empujón al sentarse a su lado— Lo hiciste el año pasado.
—El año pasado Rogers se atrevió a decir que mi familia era basura.
—Bueno, tenemos un nuevo año, hay que prepararnos, la ceremonia del Sombrero Seleccionador ya debió comenzar.
—Es que no puedo ver cómo todos se desmayan si creen que estarán con nosotros —Tony se levantó, arreglando su capa.
Fueron hacia el comedor, a paso tranquilo, reservados, sin ver a nadie ni decir nada o los Dementores -era una mentira, claro- iban a caerles encima por pedirle a un idiota que se quitara porque les estorbaba el paso. A eso habían llegado. Tony arrugó su nariz al ver a tanto mestizo, tan bajo había caído el colegio, pero culpa suya había sido por vaciar las arcas de las familias Slytherin involucradas con el Señor Oscuro, olvidando que sus cuentas sustentaban una que otra cosita. Ahora debían aceptar todo tipo de gente para mantenerse. Saludando uno que otro fantasma que pasó juguetón, se detuvo al ver una regia figura.
—Stark.
—T'Challa —el castaño apretó una sonrisa, saludando al joven de la Casa Ravenclaw— Pensé que ya estarías gobernando un reino.
—Aún no —replicó este, luego tendiéndole un libro— Una promesa es una promesa.
—Oh... ¿es?
ESTÁS LEYENDO
Un hechizo infalible
Fiksi PenggemarTony Stark, de la casa Slytherin, desea llevar su nombre a lo más alto... y puede que lo consiga con algo de ayuda de un Griffyndor llamado Steve Rogers.