Pablo Paéz Gavira

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Alguien "normal" podría decirle a Vinicius que estaba demente, pero a él le importaba muy poco.

Anotarse como ayudante del equipo de fútbol; lo que implica lavar sus apestosas camisetas y toallas, solamente para poder ingresar sin impedimento alguno a los vestidores y observar de cerca sus posibles siguientes presas, era algo que sus mejores amigos habían calificado como "descabellado". Pero a él le importaba realmente poco.

No era nada divertido tener que cargar con una asquerosa y maloliente mochila llena de prendas sudadas por todo el pasillo de la umiversidad y en su auto para la lavandería más cercana, pero todo era graficamente recompensado en el momento en que sus compañeros ingresaban a las duchas después de jugar y a medio vestir.

Vinicius sabía cómo disimular a la hora de pasar cabina por cabina en busca de prendas sucias y al mismo tiempo, echar una breve mirada a los musculosos cuerpos de cada uno de los jugadores.

Camavinga no había recibido información falsa. Todos estaban considerados bien dotados... pero ninguno llegaba a sorprenderle.

Incluso había tenido que descartar a Benzema de su lista en el momento en que se supo que empezó a salir con un chico de la clase de sus amigos. Así que su búsqueda continuaba tranquilamente... o al menos así fue hasta que apareció Pablo Paéz Gavira.

¿Quién demonios era Pablo Paéz Gavira?

Era oto más de aquellos estudiantes de intercambio que habían ingresado a la universidad a aquellas alturas del año.

Un chico bueno, educado, inteligente, aburrido, en exceso respetuoso. Era un cerebrito, una ratita de biblioteca, Sheldon Cooper 2.0... entre otros calificativos algo más graciosos. Usaba unos grandes lentes redondos, pantalones muy anchos y se abotonaba la camisa hasta el cuello. También usaba suéteres increíblementes grandes y con cuello de tortuga.

Pablo Gavira era el típico chico que jamás mostraba más piel de la necesaria.

Vinicius no tuvo nada que ver con el pelicastaño; de hecho, desconocía de su existencia hasta que Gavira se vio obligado a ser parte del equipo de fútbol. Contrario a lo que todos pensaban, Pablo era bastante bueno en los deportes, sólo odiaba practicarlos, pero las chicas de toda la universidad enloquecieron cuando el muchacho se dejó ver por primera vez con el uniforme del equipo puesto.

¿Quién diría que una ratita de biblioteca podría tener tales muslos gruesos y fibrosos, dignos de un modelo a la altura de marcas como Armani?

Vinicius siquiera se había dado cuenta de ellos de no ser porque el chico necesitaba ganar puntos extras en el área de gimnasia y educación física, ya que era el único que no destacaba.

Desde ese día, Pablo no pudo tener sus momentos a solas en la biblioteca por la tarde pues las chicas le perseguían hasta en el almuerzo.

Sin embargo, aunque Vinicius podía admitir que el chico tenía una cara que podría derretir los polos y unos brazos en los que te quisieras morir lentamente, no lo encontraba demasiado llamativo y eso era debido a que era un mojigato; el pelicastaño esperaba a que todos sus compañeros de equipo saliesen de las duchas para poder ingresar y hacer su aseo en privado.

Vinicius no lo entendía pero no le importaba.

O al menos así fue hasta ese insignificante día en el que tuvo que quedarse hasta tarde recogiendo la ropa sucia de los jugadores.

El día anterior había faltado a la universidad y por lo tanto debía cumplir con horas extras como ayudante del equipo porque la ropa sucia se acumoló y se vio obligado a buscar formas creativas de poder llevar dos tandas a la lavandería sin morir en el intento, así que decidió; por mucha flojera que le diese, hacer dos viajes.

Y justo ahí, cuando volvía de la lavandería por la segunda tanda, vio por primera vez lo que se convertiría en el mayor de sus deseos oscuros. Pablo Gavira se desnudaba de espaldas sin tener la más mínima idea de su presencia y sin ser pudoroso como Vinicius se había acostumbrado a verlo. Y, oh. Santo infierno.

Gavira era jodidamente lo más delicioso que Vinicius había visto en mucho, mucho tiempo.

Ahora se podía sentir identificado con aquellas chicas que no le dejaban en paz ni en el almuerzo. Porque el chico era... sublime.

Joder, se había quedado si palabras.

Su piel era ligeramente blanca, un poco más que la del resto de jugadores pero que se veía verdaderamente tersa y apetecible.
Cada vez que se movía; incluso en lo más mínimo, los músculos de su espalda se flexionaban y salían a la vista, viendose tan imposible exquisitos que Vinicius estaba empezando a delirar.

Se podía ver a sí mismo lamiendo con dedicación cada uno de esos preciosos músculos, quería pasar su lengua por todo ese perfecto y tonificado cuerpo de dios griego que le estaba causando un dolor horrible en la-

-¡AH!

Vinicius saltó en su lugar, asustándose de modo que avanzó un par de pasos al frente y se resbaló gracias al agua regada por todo el lugar.

Cerró los ojos un segundo, intentando recomponerse y cuando los abrío, creyó haber sido un buen samaritano en su otra vida, pues el enorme, jodidamente enorme mienbro de Gavira era lo que estaba frente a su cara en el momento que abrió los ojos.

"Madre mía, esos son mínimo veinticuatro".

Sin embargo, tan pronto como el chico terminó de ayudarle a levantar, se cubrió con lo primero que encontró. Sus mejillas y las de Vinicius coincidieron para ponerse rojas como tomates tan pronto se miraron a los ojos. La diferncia era que Vinicius tenía un par de pensamientos poco cándidos en su cabeza que eran la razón del color en sus pómulos, pero Pablo estaba en una situación diferente, preocupándose más por cubrir su cuerpo que por otra cosa.

-L-Lamento haberte asustado-susurró el chico, apartando la mirada- P-Pero en mi defensa, tú me asustaste primero.

El mayor soltó una pequeña risa torpe que hizo que el estómago de Vinicius se sintiera extraño. El chico era una preciosidad... y tenía un gran, gran, gran amigo ahí abajo.

Empezaba a mirarlo con otros ojos.

Estaba sin palabras, no sabía que decir. Lo único que quería era arrodillarse frente al pelicastaño desnudo frente a él y rogarle que le dejara exprimir hasta la última gota de un orgasmo que estaría complacido de causarle con sus propias manos... quizá su boca podría ayudarle.

-Estás bien?-preguntó Pablo, mirandole preocupado.

No traía sus gafas y sus preciosos ojos de cachorro le estaban haciendo sentir estúpido. Había conquistado extranjeros desde Alemania hasta Chicago y no podía abrir la boca frente al cerebrito nuevo de la universidad.

Cuando estamos nervioso decimos tontefías, lo primero que se nos viene a la cabeza en la mayoría de los casos y quizá pasamos las mayores vergüenzas de nuestras vidas... pero Vinicius sobrepasó el límite.

-¿Me dejas chupártela?

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Me duele la mano, no estaba acostumbrada a escribir tanto😥, me pregunto como seran los que escriben +1000 palabras

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