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Aquí me encontraba, frente a la casa de mis padres, después de lo que creí ver en el espejo. Decidí venir, pero mi sombra ya no mostraba nada. Lo que vi fue solo una alucinación de mi mente.

El pensamiento de las alucinaciones sobre las que mi madre siempre me advirtió me invadió. Me froté las manos mientras miraba la puerta y, con cierta vacilación, toqué dos veces. "Buenas", llamé, y la puerta se abrió.

Los ojos cansados de mi padre se encontraron con los míos. "Hey, ¿cómo estás, papá?", intenté mantener una sonrisa en mis labios. "Pasé a ver cómo estaban", mentí descaradamente.

"Eitan?", me llamó mi propio padre, y como si el cansancio desapareciera de su ser, se acercó tambaleándose hacia mí. "¿Mi niño?", acarició mi rostro y, con lo que pareció ser un sollozo, me abrazó, y lo sentí...

Era su colonia y su champú. Me sentí como un niño una vez más. Le devolví el abrazo y me escondí en sus brazos, conteniendo las lágrimas. Levanté el rostro. "Estoy en casa, papá", sollozos salieron de mi garganta cuando los suyos también brotaron.

Lo que pareció ser una eternidad no me importó. Era mi padre, y si él no me soltaba de este abrazo, no le pediría que lo hiciera. Pero lamentablemente, él me soltó, y no tuve más opción que hacer lo mismo. "Hey, y mamá...", pregunté, tratando de mantener el ambiente.

"Está en la cocina, intentando hacer la receta de la abuela", respondió. "¿Qué haces aquí, Eitan? No nos vienes a ver desde... bueno, desde que te fuiste".

"He estado muy confundido y..." Antes de completar la palabra, bajé la mirada y dudé. "Sí, un amigo me dijo que no estuviera solo, que aprovechara el tiempo. Así que aquí me tienes", lo miré a los ojos. "¿Te parece raro?".

"No, qué va, me parece lo mejor tener a mi hijo conmigo una vez más", me acarició la espalda, acercándome a él. "Le voy a dar las gracias a tu amigo por mandarte a casa", y con eso me dirigió dentro de la casa. El olor y la vieja pintura, la colección de fotos de mi madre, todo igual.

Acompañado del olor a las galletas de mi abuela saliendo de la cocina, escuché la voz de mi madre como nunca la había escuchado en más o menos los últimos 16 años. "¡Matt! Creo que al fin me salieron", dijo emocionada desde la cocina. "Ven a ver", soltó una risita y yo sentí todo caer frente a mí.

Ellos siguieron adelante sin mí. Miré a mi padre y le hice una seña de silencio, él solo asintió y caminó hacia la cocina. Me senté en ese viejo sofá donde papá solía leer esos estúpidos libros de mecánica y cocina.

Solo los escuché hablar y reír en la cocina; una parte de mí quiso odiarlos, detestarlos y tenerles el rencor que sentía que almacenaba dentro de mí. Pero la risa de mi padre, la risa de mi madre y mis llantos ahogados me hicieron saber que ellos no tenían la culpa. "Los odio", susurró mi mente, pero yo solo negué. Ellos siguieron adelante. ¿Qué clase de persona les desea el mal a los demás?

Miré esas antiguas fotos en la pared, cuando nuestra familia era de cuatro: yo, mi padre, mi madre y mi hermana. Miré esa vieja pintura ya desgastada por los años. ¿Decidí no salir de la mierda? ¿Decidí quedarme aquí y sufrir por algo que mis padres soltaron con el tiempo, que tuve más de 15 años para soltar y ser feliz?

En su lugar, estoy llorando en el sofá de mi padre porque, solo porque escuché a mi madre reír feliz en la cocina, los escuché tener una felicidad que yo deseo.

Me puse de pie y salí de la casa, sentándome en esa vieja silla en el jardín, mirando el cielo nocturno. Las lágrimas no pasarían esa noche, ni las siguientes.

Un Último Recuerdo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora