Descenso

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La conocí en un bar hace tiempo, era navidad, la más triste de mi vida, la última que recuerdo.

Andaba sola, su esposo era capitán de un barco y a ella no le importaba. Desde este primer encuentro no pudimos separarnos. Cada sábado entregábamos al cielo nuestra cuota de pecados. A medida que las semanas pasaban Carmen y yo nos conocíamos más, nos compenetrábamos más. Y necesité estar a su lado siempre, un momento no bastaba, yo quería la eternidad.

 El día fijado llegué a su casa, toqué tres veces pero no respondió, esperé hasta tarde pero nunca llegó. “¿Dónde estabas Carmen? ¿Por qué fallarías nuestra promesa?”

Semanas después de haber estado sumido en la más intensa depresión pase de nuevo ante su casa, iba solo a realizar un encargo del trabajo pero un señor me detuvo, me reconoció como su amigo y le pregunte por ella: “Había muerto.” Su esposo se había enterado de la traición y en un ataque de rabia la había asesinado. Él cumplía su sentencia en cárcel, también Carmen muerta; yo igual de culpable estaba impune ante el crimen.

Caminé y caminé, vagué hasta el cementerio. Ya nada era divertido. Avanzaba a través de tumbas y mausoleos. La extrañaba… la extrañaba tanto; el recuerdo del roce de sus besos me hacía débil. La noche era hermosa. Sentía que moría en cada paso, y en cada paso encontraba una parte de ella, al dar el último había perdido mis sueños, en un suspiro, mi alma, se fue sin rumbo a la eternidad.  

Encuentros SombríosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora