Era un muchacho medio popular en la escuela. Resaltaba por su moda estilo rock and roll: media melena, negra, piercings en el labio y la nariz, siempre estaba en algún problema y por ello todo profesor, aunque no le diera clases, conocía su nombre. Era un extrovertido encantador de los que te sueltan palabra y ya por la dulzura de su voz no puedes voltear e ignorarlo. Eso fue lo que ocurrió una noche.
Caminaba con amigas y un grupo de chicos pasó por nuestro lado, él estaba ahí. Se detuvo a saludar. Al llegar a mi dijo: “Hola Evelyn”. ¡Quedé impactada! ¿Cómo sabía mi nombre si nunca habíamos coincidido? Yo era todo lo contrario a la chica popular: era introvertida y me pasaba los recreos con la cabeza metida en las actividades de las clases y en mis libros. A veces esos mundos de páginas me parecían más amenos que este.
Pero ahí estaba, anonadada ante un chico que hasta ese momento no se había percatado de mi existencia. Lo peor de todo fue que en los días sucesivos no pude sacármelo de la cabeza. Pensaba en él a todas horas, a veces hasta el extremo de resultar agotador pues no podía concentrarme en mis lecturas y estudio. Lo deseaba tanto, al mismo nivel que lo odiaba.
Un sábado no aguanté más. Llovía afuera, pero eso no me preocupó. Corrí hacia su casa olvidando hasta el paraguas. Estaba decidida a quitarme lo que sea que tuviera a dentro. No tengo idea de cómo llegué. No conocía al chico de nada. ¿Cómo iba a saber entonces su dirección? Fue algo como el instinto, como una fuerza oculta dirigiéndome hacia él.
Toqué el timbre y abrió. Yo estaba toda empapada, sus ojos color pardo me atravesaban y su piel bronceada resplandecía. Me tomó por la cintura sin decir una palabra y me besó fuertemente. Cerró la puerta de golpe y me empujó hacia el sofá. Se abalanzó y no podía hacer nada más que estar quieta. Una mezcla extraña de frío y calor me recorrían de arriba abajo. Sentía sus caricias, sus besos por todo mi ser, esas caricias comenzaban a doler, me arañaba. El dolor debía ser molesto, pero a mi cerebro parecía no importarle, sentía todo lo contrario a malestar. Los besos se fueron transformando en mordidas más fuertes de donde brotaban sangre.
En un momento de lucidez comencé a gritar y a golpear su pecho, al ver bien su rostro aprecié que de sus labios surgían colmillos, su boca se anchaba, gruñía y tenía dientes enormes, sus ojos pasaron del pardo al carmesí y le brotaba pelo de todo el cuerpo. En cuestión de segundos brincó dejándome ahí, en el sofá, desolada. Un lobo se relamía ferozmente desde el otro extremo de la sala. Sabía que a partir de ese momento sería de él para siempre…
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Encuentros Sombríos
HorrorLa tarde lluviosa, la noche fría, el día solitario son momentos perfectos para elegir estos relatos donde el horror y el misterio te llevan de la mano. Encontrarás en sus páginas mezcla de ambientes góticos y modernos: casas embrujadas, cementerios...