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Dos semanas y media. Seguíamos vivos.

Hacíamos dos comidas a la semana. Nos habíamos acostumbrado a tener hambre, ni siquiera la sentíamos.

Había empezado a darme cuenta que mi vida en casa no era tan desfavorecida como pensaba. Al menos tenía una cama donde dormir, mantas, libros para entretenerme y libertad. No era mucho de salir a la montaña porque siempre estaba trabajando, me gustaba, pero tal vez tardaba tres o cuatro semanas en hacer un hueco para salir. En aquellas dos semanas y media lo deseé tanto como si fuese un hábito.

El pie de Fran estaba mejor, mal curado pero él solo estaba sanando. Yo le revisaba todos los días, como él hacía cuando yo estaba enfermo.

—Louis— me llamó muy seriamente un día mientras yo caminaba por la que ya era nuestra casa para estirar las piernas. Le pregunté que quería pero no respondió, solo me dijo que me sentase a su lado. —Lo siento por haber puesto a Anne por encima de ti en algunas ocasiones— me dijo.

Le miré, no puedo negar que en nuestra juventud sentía envidia al saber que ella sería su esposa y que yo, imaginaba, que iba a quedar al margen, pero no, me conservó lo más cerca que pudo. Claro está que no fue perfecto, tuvimos altibajos, sobretodo en la universidad que con el estrés de los estudios y el amor a veces era difícil convivir. Cómo él estaba de mal humor yo me tomaba a pecho todo lo que decía y entonces conocí a dos buenos amigos míos, americanos, con los que me pude despejar un tiempo.

—No estoy celoso de ella. Más bien parece que ella lo está de mí— aseguré. Él ya había tenido alguna vez conflicto con su esposa por mi presencia.

—Porque sabe que guardo una parte para ti— aseguró —y no le escribo tantas cosas bellas, no es tan inspiradora como tú—. Fran algunas veces decía cosas sobre su esposa que no jugaban mucho a su favor. Con el tiempo aprendió a quererla un poco más, porque al principio solo se había casado por los deseos de su padre.

Su padre... Su padre nunca me había agradado y a veces pensé que lo odiaba, sobretodo cuando firmó ese matrimonio, él sabía lo que yo quería a Fran. Después pensé que si no fuese por él, no hubiésemos sido más que viejos compañeros del colegio y le perdoné en mis pensamientos. Pero a veces aún me vienen recuerdos te las decenas de veces que se benefició de mí. No le culpo, no era el único que lo hacía y yo estaba en esos lugares para servirles.

—¿Qué quieres decirme con eso?— Le pregunté con inocencia, porque no pensé que me podría contestar lo que dijo.

—Que quiero hacerte el amor— contestó y me enfadé porque me dió vergüenza en el momento. Cómo me lo dijo, con el tono cariñoso que tan poco usaba y me tomaba la mano porque veía que yo estaba un poco molesto. —Louis, mírame.

—¿No ves donde estamos?— Le regañé y me puse de brazos cruzados.

—¿Tenemos algo mejor que hacer?— Preguntó y no le contesté nada porque tenía razón. —No me digas que ahora te importa que sepan algo de nosotros.

—No me importa eso— nunca me había importado, ni siquiera en la universidad donde todos los chicos eran más euros con aquello que no les gustaba. A mí me daba igual porque tenía amigos que tenían historias de amor más bonitas que la mía y a mí ellos me apoyaban. —Mira bien. Tenemos hambre, cansancio, me duele la espalda de estar sentado en el suelo, de dormir en el suelo... ¿Nos has visto?— Quería echarle en cara la realidad que yo veía. —Estamos heschos un asco. Mira tu barba, juraste que nunca te la dejarías y...

—Cállate— dijo pasando de mí. —Ya lo veo yo también. He dicho que eso es lo que quiero, lo que me apetece. Igual que me apetece llegar a casa y comer, dormir, bañarme... No significa que lo vaya a hacer— me quedé en silencio, pensé que le había hecho molestar.

Estuvimos un rato callados. Le dejé su espacio hasta que fue de noche y entonces nos volvimos a arropar como siempre.

A la mañana siguiente me desperté y él estaba rezando, solía hacerlo todos los días, pero aquella vez me llamó la atención, tal vez por la hora. Me senté a escucharlo porque era lo único que podía hacer, yo no sabía, aunque mi padre era un fiel de la iglesia protestante a mí no me enseñó nada. Nadie pudo enseñarme y era algo que me molestaba cuando era más joven porque todos mis amigos iban los domingos a misa y después quedábamos para acabar proyectos de la universidad.

Yo ni siquiera estaba comulgado en una iglesia y eso me hacía sentir un poco diferente. Como no quise que mi hermana fuese ideológicamente tan ignorante como yo, un amigo mío, Roget, la educó en el protestantismo porque ella tenía mucha ilusión y entonces hizo la comunión y yo fui a verla orgulloso.

Aquel día, Fran me enseñó a rezar lo básico. Me sentí bien porque nunca nadie había querido emplear tiempo en ello y porque las cientos de veces que mis amigos pensaban que iba a morirme de enfermo, siempre sacaban a relucir que yo no estaba en paz con Dios. ¿Cómo iba a estar yo en paz con alguien que no conocía?

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