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Pasó un mes más, el cumpleaños de Fran había pasado. Nada había cambiado. Los primeros días pasábamos tanto tiempo juntos aburridos que teníamos tiempo de pelearnos y reconciliarnos veinte veces. Cuanto más tiempo pasó, menos ganas teníamos. Habían días que con suerte cruzábamos alguna palabra.

Una de las mañanas me desperté muy tarde. Entraba casi la luz del medio día. Fran seguía dormido, estábamos bajos de energía. El simple hecho de levantarnos nos nublaba por la falta de comida. Lo desperté despacio porque me extrañó que él, siempre tan madrugador, no se hubiese despertado. Pensé lo peor, pero vi que respiraba y me relaje.

—Fran, Fran— dije sacudiéndole con cuidado y tardó en despertarse. Tenía las mejillas enrojecidas y cuando toqué su frente estaba ardiendo. Me apresuré a echarle un poco del agua que nos quedaba y lo dejé descansar nuevamente. Vi su herida, tenía un mal aspecto y quien sabía que podía ser aquello.

Estuve pendiente de él toda la tarde, la noche y el día siguiente. No podía hacer otra cosa más que acompañarle en su mal momento. —Dulzura, ves pensando en un libro que quieras que te regale cuando salgamos de aquí.

—¿Por qué me vas a regalar un libro?

—Porque me estás cuidando— me respondió. Tengo que consentirte.

—No es necesario, lo hago por voluntad.

—Déjame que compense tú voluntad— a veces se ponía un poco insistente. —Cuando regresemos, te daré también tu beca.

—¿Crees que si mi hermana le pide a Anne el dinero se lo dará?— Pregunté porque ella era lo único que me preocupaba en aquellos momentos. Era lo único que tenía fuera.

—Por supuesto. Ella sabe que eso es para ti.

—Sabes que si no fuese por mi hermana no la aceptaría— le repetí. A nadie le gusta tener que pedir dinero para subsistir y yo no era la excepción.

Mientras teníamos aquella conversación nos trajeron nuestra ración de comida. Le hice a Fran comerse gran parte de la mía porque estaba tan enfermo que no podía ni moverse. Aquellos días había perdido cualquier pizca de esperanza. —Comételo tú— me dijo de vuelta viendo el arroz. —No tienes grasa como para aguantar tres días más.

—Tú tampoco, ¿te has visto? Y Estás enfermo— le reproché acercándole la comida. —Te duele todo el cuerpo y si no comes no te vas a recuperar— ni siquiera podía enderezarse. Se mareaba, yo también lo hacía cuando me levantaba, pero aún podía sentarme y hacer algunas cosas.

—Te vas a poner malo si pasas hambre.

—Yo estoy acostumbrado— le dije. Era cierto, él nunca había pasado hambre y yo le envidié de joven por eso. Cuando íbamos al colegio me enfadaba escucharlo quejarse diciendo que, como era casi hora de comer tenía mucha hambre y no podía estudiar. Y lo decía en mi cara, yo que no había cenado, ni desayunado, ni almorzado. Con suerte almorzaba par duro del día anterior que había sobrado con alguna cosa que lo hiciese más pasable.

Siempre aprovechaba cuando iba con los burgueses a servir, porque le caía bien a algunas señoras y me daban un poco de comida que luego compartía con mi hermana. Allí me hice amigo de dos cortesanas, detenidas por trabajar en un burdel ilegal. Eran mayores que yo y al igual que muchas otras mujeres y algunos niños "delincuentes" compartíamos trabajo. Solo éramos dos varones, tengo pocos recuerdos de él porque cuando recién llegué, se marchaba a la prisión a hacer trabajos forzados porque ya tenía la mayoría de edad y mi condena solo era para niños y mujeres.

Cuando era pequeño deseaba cumplir la mayoría de edad porque pensaba que ir a la cárcel no podía ser más horrible que lo que vivía. Sabía que si yo me iba, mis padres llevarían a mi hermana con ellos y viajarían por Europa como ella siempre ha deseado. Odio la idea de saber que ella nunca ha salido de Ginebra por mi culpa, por no dejarme solo porque no puedo viajar.

Me salvé de la prisión aunque me sorprendió hasta a mí. Se me habían imputado cinco delitos y siete años de cárcel. Un poco de todo, desde conspiración hasta atraso en el pago de los impuestos. Estuve condenado de los diez a los diecisiete, por suerte siempre con las cortesanas porque yo era un chico "divertido" para algunos hombres. El padre de Fran me adoraba, incluso si me portaba bien me daba algunas monedas y cuando me llevaba a su casa me daba de comer y me llamaba hasta no poder más.

Fui creciendo, era lo mismo, al final me acostumbré. Siempre eran los mismos hombres, los mismos servicios y las mismas recompensas. Mis amigas me explicaban la importancia de ser especial para los hombres porque eso era lo que nos salvaba cada día y dejé de odiarlo tanto con el tiempo, porque crecí y entendí cómo funcionaban las cosas.

Siempre había pensado que yo no iba a servir para el amor, no por el currículum que tenía, pero a Fran no le importó. Se acercó a mí porque yo era su compañero de clase, sino no lo hubiese hecho. En el colegio me preguntó que qué cosas malas había hecho para estar allí y yo le expliqué que mi vida le podría haber tocado a él, y que tenía mucha suerte de que su padre fuese un buen hombre ante la ley. No me juzgó verbalmente, pero sentí que si lo hizo un poco con la mirada. Sin embargo siempre me respetó como si yo fuese algo más que el galante de su padre.

Cuando nos hicimos más cercanos yo me preguntaba si es que él quería algo de mí porque yo nunca había estado con un hombre desinteresado. Me dejaba usar sus juguetes después de la cena, aunque yo no sabía jugar. Teníamos la misma edad, pero yo me sentía distanciado de aquella etapa de la vida, pensaba que él era infantil.

Después crecimos y yo le adoraba porque me escuchaba y era la única persona con la que podía desahogarme sobre algunas cosas. Aunque también le tenía miedo, porque su posición era mucho más poderosa que la mía y yo no quería pensar en poder molestarlo.Pasaron muchos años hasta que entendí que éramos iguales.

Me dió mi primer beso. Estaba emocionado porque nunca había recibido uno, me juró que yo era su mejor amigo y que él iba a quererme para siempre por encima de todo. Con vaivenes, pero siempre lo cumplió y yo estaba agradecido con él. Fran le contó a su padre, aunque a mí me daba miedo que me odiase por ello, entonces dejó de acostarse conmigo porque él se lo pidió. Descubrí el amor, porque siempre había estado en una condición de desigualdad y nunca pensé que yo podría desear tanto estar con otra persona.

Nunca le he hablado a mi hermana, ni a la mayoría de mis amigos de mi vida de galante, solo a Fran y Marc. Es algo que no me gusta destacar porque recibo preguntas, porque la gente es curiosa y yo tampoco les culpo. Porque no me gusta que me vean en una posición débil después de haberme labrado un camino tan duro.

—Te quiero— me dijo Fran mientras yo le volvía a mojar la frente. Solo pude sonreír y mirarlo con ternura porque escuchamos unos pasos y la puerta se abrió. Aparecieron dos hombres enmascarados, con una larga capa negra y camisa blanca. Llevaban una pistola en la mano, me asusté y me eché sobre Fran porque no estaba como para que le hiciesen daño de nuevo. Me aferré a él, pero me soltaron y me pegaron de nuevo, volví a tener ese inmenso dolor en las costillas. Dijeron que Fran era un masón que llevaba un grupo de conspiración contra el estado, nunca supe de dónde sacaron eso, pero fue una buena excusa para darnos una paliza que nos dejó ensangrentados, en el suelo de aquel lugar retorciendonos de dolor.

Sí, era cierto que Fran tenía un grupo, pero no tenía nada que ver con una conspiración contra el estado. De hecho, yo estuve desde su creación en la universidad. Estudiábamos ciencia y humanismo con otros hombres, nada más.

Sentí que me habían roto alguna costilla. No podía moverme porque sentía un dolor tan grande que me impedía hasta respirar, pero eso no era novedad. Fran se acercó a verme, prácticamente a rastras. Llevaba la boca ensangrentada y caía sangre por su barba crecida.

Esa noche, los dos enmascarados entraron a las celdas cercanas, ni siquiera sabíamos de su existencia hasta entonces, pasado un mes y medio. Les golpearon también porque escuchamos gritos toda la noche y cuando uno gritaba mucho venían los guardias y le disparaban. Yo estaba en completo silencio, pasé otra noche horrible y yo pensaba que me había acostumbrado...

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