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Había pasado un día desde la golpiza. Esa vez parecía que Fran y yo competíamos por ver quién estaba peor. Yo había perdido todas mis esperanzas, sabía que iba a morir allí porque ahora ni siquiera podía levantarme.

Tuvimos una buena noticia: un juicio. Me obligaron a levantarme de un tirón, me hicieron daño, pero era la primera esperanza que vi en días. Ni siquiera podíamos mantenernos de pie, pero juntos nos fuimos felices acompañando a aquellos hombres y nos sentaron en unas sillas. Las primeras que veíamos en mucho tiempo y la primera vez que estábamos sentados en algo que no era el suelo.

Nos dijeron que no podíamos tener abogado porque no habían conseguido encontrar ninguno, entonces Fran se ofreció a ser mi abogado porque él si era un abogado público y aunque yo insistí en ser el suyo, pero no pude por ser privado. Quería ser su juez, ojalá, ese es mi trabajo. Se inventaron cientos de triquiñuelas para que yo no pudiese ayudarle. Fran intentó convencerme que era tan buen abogado que se defendía solo.

Pasamos la noche casi llorando de alegría porque estábamos casi seguros que saldríamos de allí. Fran ya estaba haciendo planes, diciéndome que Anne le iba a hacer una sopa y que iríamos a mi casa a hacer un bizcocho. Yo fantaseaba con el olor de un bizcocho, pero lo único que podíamos oler era la peste de las celdas. Estuvimos riendo, aunque yo evitaba hacerlo porque me dolían las costillas.

—Quiero ver a mis hijos, Louis— me dijo ilusionado y yo asentí. Me prometí que iríamos pronto a verlos.

A los tres días fue mi juicio. Seis horas allí, delante de un juez que nos miraba demacrados. Ni siquiera quería ver mi aspecto en un espejo. No recuerdo mucho de aquello porque estaba muy nervioso. No nos dieron el veredicto hasta pasado unos días.

Se celebró el de Fran. Estábamos cerca de regresar a casa. Salimos contentos porque yo como juez, sabía que teníamos todas las de ganar. Cada artículo que había memorizado de la constitución, nuestros derechos, una contrademanda que podriamos poner... Yo ya estaba pensando en cómo nos deberían de compensar por habernos hecho todo aquello siendo inocentes.

Llegó un hombre con la resolución de mi caso, salí absuelto. Sin derecho a contrademandar, pero no me importaba, solo quería volver a casa. Me pusieron una infracción por ser participe de conspiración, solo era una multa. No estaba de acuerdo, pero estaba tan feliz que no tenía ganas de enfadarme por lo otro.

Estuvimos celebrando toda la mañana. Nerviosos por el segundo veredicto. No sabíamos cuando iba a llegar, era muy noche cuando llegó. Por suerte no estábamos dormidos porque estábamos emocionados.

Vinieron cuatro hombres armados. Nos hicieron levantarnos y le dieron a Fran un papel y pluma. Le dijeron que debía escribirle una carta a un familiar. Ambos nos miramos preguntando el por qué. Pensamos que era para salir de allí, por supuesto.

—Señor Naville, usted es culpable de coacción, homicidio voluntario, desobediencia a las autoridades y herejía— se me congeló la sangre. Lo miré y lo abracé. Empezamos a llorar, es un sentimiento que no se puede explicar, era tan pequeña aquella probabilidad... —Queda condenado a pena de muerte inmediata.

Morí en ese instante, se me paró el corazón y parece que nunca ha vuelto a la normalidad. Yo no quería vivir sin él, ni quiero, ni querré. Ser miembro de una iglesia protestante no es razón para arrebatarlo de mi lado, ninguna razón lo es para hacerlo.

Tratamos de apelar, por supuesto. Todos nuestros intentos fueron en vano. Me ofrecí a cambiarle su condena. Yo no tengo hijos, esposa... Solo soy un hombre humilde que no merece más que otros. —Para, Louis, párate— me dijo tomándome de las mejillas. Ambos estábamos rotos, el corazón pesaba y nuestras gargantas estaban cerradas por el dolor. —Van a matarte. Sal de aquí, cuida a mis hijos. Yo me lo he buscado, yo fui activista, ya sabía lo que me esperaba. Yo disparé al mosquetero y... Tenías razón, debí haber sido como tú. Lo siento tanto.

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