Capítulo 10

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Luego de tener otro desayuno deprimente con Annika, que ya no le dirigía mucho la palabra, Anja acudió a su cita con el mayordomo. Durante el camino, ambos investigadores llegaron a la conclusión de que el asesino pretendía matar a Karl por el solo hecho de ser un Grönnborg. Alguien debía tener asuntos pendientes con esta familia, concluyeron. Además, considerando que la inspectora jefa Camilla Vanger había desplazado al joven a un lugar inalcanzable para El Carnicero, la víctima había sido en consecuencia Frederik Grönnborg.

      Aquel estaba «haciendo lo que podía».

      Al final, aunque Camilla había conseguido salvar la vida del muchacho, momentáneamente, había provocado la muerte de otra persona. A causa de ello, Anja Olssen sentía que el caso había arrancado desde hace mucho tiempo y que ella continuaba rezagada.

      —Pasen, por favor —dijo el mayordomo Johann Samður al recibirlos—. Pónganse cómodos.

      El sitio lucía igual. Esta vez, ambos investigadores disfrutaron de la hospitalidad.

      —¿Karl heredará esto? —quiso saber Anja, refiriéndose al entorno.

      —Creo que sí. Tal vez yo pase a ser su mayordomo. No recuerdo la cláusula. Debe estar por...

      —Oh, no se moleste —adelantó Anja, cruzando las piernas—. Era curiosidad.

      —¿Saben cuándo nos devolverán el cuerpo del amo?

      —La verdad es que no tenemos ese conocimiento —replicó, incómoda.

      —Muy bien —dijo este, distraído, y se sentó también—. No les haré perder más el tiempo. Los he traído para decirles cosas que tal vez sean de ayuda para que atrapen a ese canalla. Como verán, he estado al servicio de Hansel durante muchos años. Específicamente desde 1975. Y durante casi treinta años, oh Dios, vi de lo que el amo era capaz. Es bien sabido que él se juntaba con los Berlusconi para defender a uno de los suyos en la corte, y para algunas otras cosas, claro está. De modo que no les sorprenderá saber que él tuvo tratos ilegítimos con la mafia. —Anja y su compañero asintieron—. Sin embargo, más personas han entrado a este departamento y sus apellidos jamás han figurado en los diarios. Uno de ellos, y de quien más sospecho, es un tal Nikolaj Grönnborg. Y no es ningún mafioso extranjero...

      —Perdón que le interrumpa, señor Samður, pero ¿ha dicho Grönnborg?

      —Así es. ¿Lo conocen? —Estaba asombrado.

      Anja y Danjel se miraron. Acto seguido ella se sentó al borde de la butaca para aproximarse a su interlocutor.

      —Señor Samður, ¿sabía usted que el verdadero nombre de su jefe era Frederik Grönnborg?

      El mayordomo sacudió la cabeza y luego negó varias veces.

      —Dice que ha estado desde 1975 con él —prosiguió Olssen—, ¿y no sabía que así se llamaba?

      —Se lo juro por Dios que no. ¿Cómo lo saben ustedes?

      —No podemos revelar esa fuente, lo sentimos.

      —Es muy extraño. —Lucía contrariado—. El amo me ha confiado contactos, información; me ha tenido aquí sirviendo a verdaderos capos que hoy están detenidos, muertos o que han huido a Estados Unidos, ¡y jamás me había dicho su verdadero nombre!

      —Sí, supongo que ha de ser impactante. A pesar de haber sido su mayordomo durante casi treinta años, el hombre aún tenía secretos bien escondidos. Verá, señor Samður, creemos que su familia (y quizá este caso) están ligados a una polémica en 1979. ¿Sabe algo al respecto?

      Johann asintió.

      —Fue muy conocida esa noticia —recordó—. La fiscalía acusó de peligrosos a unos iraníes, a los que más tarde deportaron. Según yo, pensaban que tendrían que ver con el entonces nuevo régimen islamista. Tenían dos niños. Estos terminaron bajo el cuidado del Servicio de Infancia, como se le llamaba en aquel entonces. Nunca se supo, no obstante, qué ocurrió con los pequeños.

      —Sí —convino Danjel—; fue indignante.

      Anja volteó a ver a su compañero como reprobándolo, y, sin importarle más, continuó.

      —Señor Samður, ¿sabe si su patrón estuvo relacionado con esa polémica?

      —No estoy seguro. Pero si les soy sincero, creo que a él le importaba. Estuvo al tanto. Recuerdo que se informaba de ello. A pesar de que todavía era bastante joven, de casi unos treinta años, ya tenía un futuro asegurado en lo mejor del Ministerio de Justicia. Por esa época tenía mucha visión. Si la memoria no me falla, él salía durante varias ocasiones a reunirse con gente. Pero estaría mintiéndole si le digo que lo hizo para tratar ese asunto en particular.

      La inspectora entrecerró los ojos y asintió.

      —Hace rato le interrumpí. Disculpe. ¿Ahora sí puede decirnos quién es Nikolaj Grönnborg?

      —Es otro funcionario con el que se juntaba. A finales de los ochenta comenzó a aparecerse por aquí varias veces. Trataban asuntos de todo tipo. Por muchos años les interesó dirigir una presa al sur, en la frontera con Norlanda. Tuvieron en manos muchos proyectos. Aún así, comenzó hace poco a estar en desacuerdo con él. Discutían bastante. Semanas antes de que ustedes vinieran, Grönnborg le había exigido al amo que se pusiera al margen con respecto a un trabajo que tenían con los propios italianos. Tengo la intuición de que el tal Niko, como le llamaba, lo atrajo a eso.

     »La verdad es que nunca le pregunté en qué asuntos se encontraba o con qué gente se juntaba, inspectora. Lo que le digo es lo que veo, en especial cuando me pedía llevarles tragos a sus invitados. De igual forma, y en esto sí hago énfasis, ese Nikolaj Grönnborg me da mucha mala espina. A pesar de que solo es un fiscal, creo que es peor de lo que pudo ser el amo. Deberían investigarlo; tengo la sensación de que él se relaciona de alguna manera con ese asesino. Y si resulta ser su hermano, como ya me lo estoy imaginando, a lo mejor la cosa es personal.

      —Lo haremos, señor Samður. —Anja se levantó y los hombres la imitaron—. Le agradecemos el aporte.

     De nuevo, el mayordomo les estrechó la mano a cada uno.

      —No, yo les agradezco. Y tengan cuidado. Grönnborg es de esos hombres que solo se hacen amigos de los mudos.

Un paraíso sin ángeles [ONC] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora