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El aire en la habitación era espeso, cargado de una tensión palpable. Las velas parpadeaban, proyectando sombras danzantes en las paredes de piedra. Jeongin, el cautivo, estaba de pie en el centro de la estancia, sus ojos oscuros fijos en el príncipe del Mal.

El príncipe, vestido con aquella clase característica, se acercó lentamente. Su sonrisa era cruel, sus ojos brillaban con una lujuria siniestra. Jeongin tragó saliva, sintiendo el frío metal de las cadenas que aprisionan sus muñecas.

Minho lo atrajo hacia él de un tirón.

—¿Por qué no cantas, Jeongin?—susurró el príncipe, su voz como un cuchillo afilado—. Tienes una voz hermosa, digna de los ángeles—frunció sus labios y dijo—Pero te niegas a usarla para mí.

Jeongin mantuvo la mirada firme.

—No cantaré para ti—respondió con valentia—No importa lo que hagas.

El príncipe se rió, un sonido desgarrador.

—Pequeño Innie, no sabes cuánto placer puedo encontrar en la crueldad—Se acercó aún más, su aliento caliente rozo en la piel de Jeongin—. Quizás deba enseñarte una lección a esa bella boca tuya imprudente.

Jeongin frunció el ceño.

En todos esos años lo único malo que ha echo Minho en Jeongin ha sido arrastrarlo y decirle palabras ofensivas.

Y entonces comenzaron las atrocidades. El príncipe del Mal no se contentó con palabras. Tiro de la cadena de grilletes y atrajo a Jeongin a él mientras se sentaba, tomo su cuello y lo obligó a verlo.

—Si accedes a uno de mis besos no te haré nada..

Jeongin se acercó un poco a él, sintiendo su aliento en su nariz. Minho pensó que el cautivo acepto, así que se acercó y poso sus labios en los del contrario, Jeongin abrió la boca para dejar pasar la lengua de Minho, una vez está paso dejo que se acostumbra a su boca y cuando Minho aflojó su agarre lo mordió, mordió su lengua y sus labios tan fuerte que probablemente casi los rompe a la mitad.

Luego lo soltó.

Minho frunció el ceño y se limpiaba la sangre de su boca, lo lastimo mucho.

—Jeongin, ¿También te da placer hacerle daño a las cosas bonitas?

Hablo Minho mientras sostenía la mandíbula de Jeongin fuertemente, pareciendo que casi podría romperla, viendo cómo de la boca del contrario salía la sangre arrebatada se sus labios y lengua.

—Zorro, aquí el que ejerce el dolor soy yo.

Minho acercó su rostro a la oreja de Jeongin y la mordió de igual forma, dejando en ella sangre de su lengua.

Y así continuo mordiendo su hombro, su cuello, y sus delicadas manos.

Cada mordiscos era una nota discordante, una melodía de dolor. Jeongin apretó los dientes, luchando contra los gritos que amenazaban con escapar.

—¿Aún no cantarás?—preguntó el príncipe, su voz ronca por la excitación—. Quizás esto te haga cambiar de opinión.

Jeongin jadeó cuando el príncipe presionó los dedos contra su garganta, cortando su respiración.

Pero Jeongin no cedió. No cantaría para su captor, no importaba cuánto sufriera. El príncipe continuó su tormento, alternando entre el fuego y el hielo, buscando romper la voluntad de Jeongin. Pero el joven se aferró a su resistencia, a la esperanza de que su hermano, Christopher, vendría a rescatarlo.

La habitación oscura se llenó de melodías distorsionadas, de risas siniestras y lágrimas silenciosas. Jeongin no quería cantar para el príncipe del Mal. No importaba cuánto dolor infligiera, su voz seguiría siendo suya, un tesoro que no entregaría, y si algún dia lo hace, es porque fue muy necesario.

𝐶𝑜𝑛𝑡𝑎𝑛𝑑𝑜 𝐿𝑎𝑠 𝐸𝑠𝑡𝑟𝑒𝑙𝑙𝑎𝑠. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora