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¡¡Me encanta, me encanta y me encanta!! Es la única palabra que repito una y otra vez en mi cabeza al mirar a mi alrededor y llenarme de estos momentos tan especiales con mis dos mejores amigas, Marta y Carolina. 


En pleno centro de _______. Un bar abarrotado y la música tan alta que no somos capaces de oírnos. ¡Y qué!

Entonces nos limitamos a sonreír sin importar qué tratamos de decirnos. 


Bailamos como locas, sosteniendo las copas en alto para no manchar a nadie. Aquí cada quien va a su bola y es lo que siempre he buscado, encontrándolo en la capital.

En estas noches de fiestón hasta el amanecer, me doy cuenta de que fue la mejor decisión que tomé hace dos años. Lanzarme a la aventura con las chicas. Nos apodamos « las tres mosqueteras».


Reconozco que no me ha ido mal y que, a pesar de la crisiseconómica, puedo presumir de tener vida laboral, aunque no ejerza de editora de moda en una revista, como es mi sueño y para lo que estudié.


Mi trabajo ahora mismo de recepcionista de hotel me da para contar tantas historias en mis salidas nocturnas o cuando llegan las odiosas resacas, que adoro, de momento, mi puesto. 


Carolina y Marta también están contentas, como secretarias, en una modesta empresa.

—¡Vamos, chicas!—grito animada.


Muevo las caderas al ritmo de Carly Rae Jepsen, contoneándome cómplice con la menor de nosotras tres, Marta.

Tarareamos cara a cara esta canción tan pegadiza que nunca nos falta en el repertorio al desmelenarnos en el piso que compartimos.

—Voy al baño. —Deletreo en los labios de Carolina. Asiento con la cabeza sin parar de bailar—.


 ¿Vienes? Marta y yo no dudamos en acompañarla, ya que es una costumbre muy nuestra ir casi de la mano hasta incluso cuando una de nosotras conoce a un nuevo chico.

Aunque seguimos en busca del ¡partidazo!


No sabemos exactamente qué abarca tal adjetivo, pero bromeamos con ello muy a menudo. 

Cierto es que no todas tenemos las mismas intenciones con los hombres. ¡Para nada!

Carolina, con veintinueve años, ya empieza a exigir más de ellos.


Quiere algo estable. Marta, con veinticinco, va y viene sin saber qué pretende encontrar. De hecho, no se plantea qué sucederá al día siguiente con respecto a estos. ¿Y yo? ¡Y yo!


A mis veintisiete estoy entre una y la otra. ¡Me dejo llevar!

—Qué calor —comenta Carolina, una vez estamos dentro del área de los baños. ¡Cómo lleva la rubia la cabellera de encrespada!—. ¿Nos vamos a tirar aquí toda la noche o rotamos un poco?

—Claro—responde Marta, retocándose el pelazo pelirrojo que la hace tan llamativa. Especial—. Yo iría un rato donde se mueven los famosillos. ¡A ver si cae alguno!


—Por mí como quieras —digo.

Me encojo de hombros, subiéndome las medias y a la vez bajándome un poco el vestido rojo pasión que llevo. Adoro este color, en los labios nunca me falta. El pelo, por supuesto, suelto. Lo tengo por debajo del pecho. Es castaño oscuro y ondulado. El sombrero que me he puesto hoy me va de perlas.

𝑭𝟏 & 𝑳𝒐𝒗𝒆 (𝘊𝘩𝘢𝘳𝘭𝘦𝘴 𝘓𝘦𝘤𝘭𝘦𝘳𝘤 𝘺 𝘵𝘶)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora