Capitulo 2

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Nací en el amanecer de agosto, durante una de las intensas lluvias estivales que provocaban la crecida del río Nilo. Las aguas, al inundar las tierras bajas, dejaban a su paso un sedimento fino y fértil, rico en minerales.

Según mi padre, mi llegada al mundo estuvo marcada por la luz constante de una llama, coincidiendo con mi primera bocanada de aire justo cuando los primeros rayos del sol tocaban las dunas del desierto y la lluvia cesaba. Menfis, la ciudad a la orilla del Nilo, se convirtió en mi hogar desde ese momento. Nací como la tercera hija de Safiya y Jahi, con un hermano mayor llamado Akil y una hermana menor, Mert.

Siguiendo la tradición, mi madre me dio un nombre después de ver mi delicado cuerpo, en contraste con mis hermanos. Yo era más pequeña y delgada. Aquel día lluvioso, los gatos de la casa, que normalmente cazaban al amanecer, permanecieron dentro. Observaron con atención todo el proceso de mi nacimiento, y cuando finalmente llegué, la gata se acercó para explorar la sangre y los cuerpos cubiertos por ella.

Mi madre, Safiya, interpretó este gesto como una señal auspiciosa. La gata aceptaba a su nueva hija, mientras que con mis otros hermanos, le llevó días acostumbrarse a sus presencias, movimientos y llantos.

—Sanura será su nombre.

Los catorce días posteriores al parto eran conocidos como el período de purificación para mi madre, Safiya. Durante ese tiempo, las mujeres de la familia acudían para brindar ayuda en las labores del hogar y cuidar de sus otros hijos.

Desde el día en que nací hasta que aprendí a andar, los gatos eran mis leales compañeros, siguiéndome a todas partes con una devoción palpable. Cuidaban de mí con atención, participando salvajemente en mis juegos infantiles. Imaginaba que éramos un pequeño séquito, explorando juntos cada rincón del hogar. Mientras gateaba por la tierra, sus ágiles patas se movían a mi alrededor, y sus ronroneos suaves acompañaban mis risas.

Era un mundo mágico de gateo, de ser limpiada por ásperas lenguas felinas y de ser observada por enormes ojos de curiosidad. Los juegos con los gatos se convertían en momentos de aprendizaje y ternura, donde compartíamos risas y complicidad en esa danza de juegos infantiles.

Como era costumbre de mi madre, colgó de mi cuello un abalorio de madera con un trocito de papiro que contenía un hechizo para la protección contra enfermedades y maldiciones. Mientras los gatos continuaban siendo mis fieles compañeros, explorábamos juntos los tesoros ocultos de la casa, viviendo en armonía entre risas, mimos y juegos.

La infancia que compartí con mis hermanos y otros niños de la comunidad fue relativamente corta. A medida que crecíamos, nos incorporábamos gradualmente en las labores cotidianas, desde cuidar a los animales hasta ayudar en las tareas domésticas.

Para las mujeres, las opciones eran limitadas; principalmente amas de casa, nodrizas o tejedoras. En el caso de mi hermano Akil, su destino ya estaba trazado: aprender el mismo oficio que mi padre. En cuanto a mi hermana Mert y a mí, nuestras expectativas se centraban en ser de ayuda para nuestra madre. Con el tiempo, se nos buscaría esposos para que pudiéramos formar nuestras propias familias.

Sin embargo, la suerte nos sonrió de una manera inesperada. La hermana de mi madre, Akila, tres años más joven que Safiya, había experimentado un matrimonio que terminó en divorcio después de dos años debido a la incapacidad de darle un hijo a su esposo. Este hecho llevó a su separación. Akila, decidida a encontrar nuevas pasiones, decidió enseñarnos a mi hermana y a mí a tocar el arpa, brindándonos así una oportunidad única para explorar un mundo diferente al que habíamos imaginado.

Akila, mi tía, era una hábil arpista que se presentaba tanto en templos junto a otras mujeres como en banquetes y festividades de la ciudad. Aunque el pago no era exorbitante, tenía un valor honorífico que resonaba en la comunidad.

SanuraWhere stories live. Discover now