Capitulo 4

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Yang Jeongin lo estaba volviendo loco, y estaba claro que estaba disfrutando mientras lo hacía.

Hyunjin perdió dos partidas, y ni siquiera le importó que la gente que estaba presenciando la competición se riera. ¿Cómo iba a importarle?

Demonios, si él hubiera estado entre los espectadores, también se habría reído del pobre tipo al que el rubio de la camiseta azul estaba dando una buena paliza. Pero él no podía evitarlo.

¿Cómo iba a concentrarse uno en un juego cuando no podía dejar de distraerse por las caderas de un hombre, por sus piernas, por su risa, por cómo caminaba?

Maldición. Jeongin colocó el taco en la percha y maniobró entre la gente para acercarse a él. Alargó el brazo y puso la mano hacia arriba mientras esperaba a que él le diera sus últimos veinte dólares.

—Estabas usando armas secretas —dijo él, mientras dejaba el billete en su palma con cuidado para no tocarlo.

Aunque la idea de rozarle la palma de la mano con los dedos le envió una corriente de calor por todo el cuerpo, no podía arriesgarse. No estaba seguro de que pudiera dejar de tocarlo si empezaba.

—¿De verdad? —le preguntó Jeongin, sonriendo.

Aquella sonrisa suya era como un directo al estómago. Algo más de lo que Hyunjin no se había dado cuenta. Jeongin le había sonreído cientos de veces durante los dos últimos días. ¿Por qué él no se había dado cuenta de lo preciosa que era su boca? ¿Qué... había estado ciego durante toda su vida, o algo así?

—Claro que sí —respondió—. No estabas jugando limpio.

El sacudió la cabeza, se rió y dijo:

—Y yo pensando que había ganado porque juego mejor que tú.

—Ya jugaremos otra vez —le prometió él. Siempre y cuando Innie estuviera
envuelta en un abrigo de esquimal, claro.

—Siempre estoy preparado para cualquier reto —respondió Jeongin, y se metió el billete en pantalon.

Él observó cómo desaparecía el dinero y sintió que se le secaba la boca.

Tras ellos, un par de tipos de movieron para ocupar la mesa de billar. Jeongin se quedó mirándolo durante unos segundos, mientras Hyunjin intentaba poner en marcha el cerebro de nuevo. Tenía que decir algo. Algo para convencerse a sí mismo, ya que a el no podría convencerlo, de que no era un imbécil baboso. Pero parecía que su cabeza se había tomado el día libre.Su boca quedaba a la altura perfecta para que él lo besara, y era tan tentadora que tuvo ganas de arriesgarse. Casi podía saborearlo, y aquel pensamiento lo aguijoneó hasta que tuvo que apretar los puños para no agarrarlo.

Demonios, aquél era Jeongin. Tenía que ser la apuesta.

Entonces, dijo algo, y él lo escuchó. Tenía una voz tan suave que él tuvo que hacer un esfuerzo para escucharlo por encima de la música y de las conversaciones de la gente. Por no mencionar de los latidos ensordecedores de su corazón.

—Te has quedado mirándome embobado.

—No, no es cierto.

—Bueno —dijo el, con una sonrisa—. Entonces, estás mirando embobado a la
pared que hay detrás de mí, y yo estoy en medio.

Él se pasó la mano por la cara con la esperanza de salir del coma sexual en el que había entrado. Sin embargo, no lo consiguió.

—Lo siento. Estaba pensando.

Sí, pensando en echarlo sobre la mesa de billar y quitarle la camiseta y los pantalones.

Demonios, casi podía sentir sus piernas abrazándole por las caderas.

Más que un amigo. [Hyunin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora