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El Príncipe del Mal, Lee Minho, contempló a Jeongin desde la sombra de los altos muros del castillo. La luna, un testigo silencioso, bañaba al joven prisionero en su pálido resplandor.

Lo había mandado a llamar, lo saco de aquel calabozo que apricionaba al joven, Jeongin, con su cabello oscuro y ojos insondables, parecía una criatura de otro mundo.

Susurros que curaban heridas y encantaban corazones rotos. Ahora, al verlo, sintió que la magia vocal de Jeongin iba más allá de las leyendas.

Había liberado a Jeongin de su celda por un día, permitiéndole vagar por los jardines del castillo.

El aire fresco y la hierba bajo sus pies eran un lujo que Jeongin no había experimentado en mucho tiempo.

Minho observó cómo el prisionero se detenía junto a las flores, acariciando sus pétalos con dedos temblorosos.

El Príncipe del Mal se acercó sigilosamente, sus botas de cuero apenas rozando el suelo.

—Innie.

Murmuró, y el prisionero se giró hacia él. Sus ojos se encontraron, y Minho sintió un estremecimiento en su interior. Jeongin era hermoso, sí, pero también vulnerable. Como una mariposa atrapada en una telaraña.

—¿Por qué me has liberado?—preguntó Jeongin con voz fuerte—¿Qué juego estás jugando, Minho?

Minho se pasó una mano por el cabello desordenado.

—No es un juego—respondió—. Simplemente... necesitaba verte fuera de esa celda. No puedo explicarlo.

Jeongin frunció el ceño.

—¿Por qué debería confiar en lo que dices?

El Príncipe del Mal se sintió atrapado entre dos mundos. Por un lado, estaba su deber como heredero del trono, su sed de poder y venganza. Por otro, estaba Jeongin, con su fragilidad y su voz que parecía sanar incluso las heridas más profundas.

—No quiero hacerte daño—admitió Minho—. Pero también sé que no puedo dejarte ir. Eres peligroso, Jeongin. Lo eres para mi...

Jeongin se apartó, sus ojos llenos de desconfianza.

—¿Qué quieres de mí?—sintio un nudo en su garganta, sintió que se rompería—. Lo único que puedo ofrecer es mi voz, no tengo riquezas, no tengo nada que pueda interesarte más...

Minho solo aparto la mirada.

—¿Qué quieres de mí, Lee Minho?

Él principe de ojos errantes se acercó, su corazón latiendo con fuerza.

—No lo sé—confesó—. Solo sé que no quiero estar lejos de ti..

Minho deseaba comprender a Jeongin, pero el prisionero seguía siendo un enigma.

¿Cómo podría protegerlo sin destruirlo en el proceso?

—Quizás—dijo Jeongin finalmente—. Pero sigo sin entenderlo del todo.

Minho asintió lentamente.

Observó a Jeongin con una intensidad que traspasaba las barreras del tiempo y la razón...

El jardín, bañado por la luz plateada de la luna, se convirtió en su escenario secreto. Allí, entre las rosas y las enredaderas, Minho decidió desafiar las reglas impuestas por su linaje y su destino.

¿Que le sucedía a Minho? Nadie lo sabía, pero la causa de su repentina amabilidad tiene nombre y una voz hermosa.

Incluso, toda esa semana Minho no había tocado a Félix, Jeongin sufría cuando él lo hacía y Minho lo sabía. Por eso dejo de hacerlo, Jeongin es la primera belleza que Minho no se permite dañar.

Contando Las Estrellas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora