el libro

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Con el cerillo en mano, me acerqué a la tumba y, con una mezcla de temor y fascinación, coloqué la mano en el borde de la tapa de mármol. La superficie estaba fría y lisa bajo mis dedos. Con un esfuerzo, empujé la tapa hacia un lado, y se abrió con un lento crujido.

Dentro, yacía el difunto, con las manos cruzadas sobre el pecho. Sus manos eran largas y delgadas, con dedos afilados y uñas amarillentas. En su regazo, sostenía un libro antiguo, encuadernado en cuero negro y adornado con extraños símbolos dorados.

Me incliné hacia adelante, fascinada por el libro. El difunto parecía agarrarlo con fuerza, como si no quisiera soltarlo ni en la muerte. Con cuidado, intenté separar sus dedos rígidos, pero resistían mi presión. Finalmente, logré liberar el libro de su abrazo, y lo retiré de sus brazos.

El libro pesaba mucho. La cubierta de cuero estaba suave al tacto, y los símbolos dorados parecían brillar en la luz del cerillo. Lo abrí con cuidado, y las páginas amarillentas crujieron al revelar sus secretos. El texto estaba escrito en una lengua desconocida, pero las ilustraciones eran extrañas y fascinantes.

Mientras sostenía el libro, sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Era como si el difunto me estuviera observando, como si no aprobara que hubiera tomado su preciado libro. Pero yo estaba decidida a descubrir los secretos que contenía.Mientras sostenía el libro, sentí un frío intenso que se filtraba en mis huesos. La capilla parecía absorber el calor de la llama del cerillo, dejándome con una sensación de helor que me hacía temblar. Mi respiración se volvió visible en el aire frío, y mis dedos comenzaron a entumecerse.

Busqué algo para arroparme, pero no había nada a la vista. La capilla estaba vacía, excepto por la tumba y el crucifijo en la pared. Mi mirada se dirigió hacia la túnica que había dejado caer al suelo. Me acerqué a ella y la recogí, envolviéndomela alrededor de los hombros como un manto. El tejido grueso me proporcionó algo de calor, pero no era suficiente para combatir el frío penetrante.

Mi mirada recorrió la capilla en busca de algo más. Entonces, vi una cortina de terciopelo rojo que colgaba de una de las paredes. Me acerqué a ella y la descorrí, revelando un pequeño compartimiento detrás. Dentro, había una capa de lana gruesa y un manto de piel de oveja. Me envolví en la capa y el manto, sintiendo algo de alivio del frío.

Con el libro todavía en mis manos, me senté en el suelo de la capilla, rodeada por la oscuridad y el silencio. La llama del cerillo seguía ardiendo, pero su luz parecía débil en comparación con la oscuridad que me rodeaba. Me sumergí en el libro, intentando descifrar los secretos que contenía, mientras el frío de la capilla parecía acecharme desde las sombras.
Mientras estudiaba el libro, comencé a descubrir pistas que me llevaban a un oscuro secreto sobre el pasado del Inframundo. La información estaba dispersa en las páginas, pero mi mente comenzó a conectar los puntos. Un escalofrío recorrió mi espalda al darme cuenta de la magnitud de lo que había descubierto.

Mi mirada se dirigió hacia la tumba, donde yacía el difunto con las manos cruzadas. Me pregunté si él había sido el guardián de este secreto, y si su muerte había sido un intento de silenciarlo.

Mi mente comenzó a maquinar planes para utilizar este secreto en mi beneficio. Mi hermana, la futura reina del Inframundo, había sido designada para suceder al trono, pero yo tenía otros planes. Era hora de que su reinado llegara a su fin antes de que comenzara.

Con el libro todavía en mis manos, me levanté y comencé a caminar hacia la salida de la capilla. La llama del cerillo se apagó, sumergiéndome en la oscuridad. Pero yo no necesitaba luz para saber lo que debía hacer.

Mi corazón latía con una determinación férrea. Utilizaría este secreto para derrocar a mi hermana y reclamar el Inframundo como mi propio dominio. La oscuridad parecía vibrar con mi ambición, y supe que nada podría detenerme en mi búsqueda del poder.
A medida que me dirigía al palacio, el cielo comenzó a iluminarse con los primeros rayos del amanecer. El horizonte se tiñó de un suave rosa y naranja, mientras que el cielo se volvía de un azul claro. El sol emergía lentamente, proyectando una luz dorada sobre el paisaje.

El paisaje que me rodeaba era desolador. El suelo estaba cubierto de una fina capa de niebla que se disipaba lentamente con el calor del sol. Los árboles estaban secos y desnudos, con ramas que parecían como si fueran dedos esqueléticos. El aire estaba impregnado de un olor a humedad y descomposición.

Mientras caminaba, vi almas esclavizadas que se movían lentamente por el paisaje. Estaban encadenadas a la tierra, con grilletes que les rodeaban las muñecas y los tobillos. Sus ojos estaban vacíos y sin vida, y sus rostros estaban marcados por la desesperación y el sufrimiento.

Algunas de las almas se movían con un propósito, como si estuvieran cumpliendo con tareas asignadas. Otras simplemente deambulaban, sin rumbo ni dirección. Todas parecían estar atrapadas en un estado de existencia miserable, sin esperanza de escape.

Me sentí un escalofrío al ver a estas almas esclavizadas. Sabía que mi hermana, la futura reina, era responsable de su sufrimiento. Y me di cuenta de que mi plan para derrocarla no solo era por mi propio beneficio, sino también para liberar a estas almas de su tormento eterno.El palacio se alzaba sobre una colina rocosa, un castillo gótico imponente con torres y almenas que parecían tocar el cielo. La entrada era un gran cancel de hierro forjado, adornado con símbolos y figuras de criaturas mitológicas. El recorrido hacia dentro serpenteaba a través de un jardín de plantas oscuras y sombrías, con senderos de piedra que crujían bajo mis pies.

Al entrar en el palacio, me encontré en un gran vestíbulo con un techo abovedado que parecía elevarse hasta el cielo. Las paredes estaban adornadas con tapices oscuros y las puertas eran de madera maciza con herrajes de hierro. Me dirigí rápidamente hacia mi habitación, intentando evitar toparme con mis hermanas y mi padre.

Cruzé un pasillo de arcos estilo gótico, con suelo de piedra pulida y techos adornados con molduras de madera. Las ventanas estaban cubiertas con vidrieras oscuras que filtraban la luz del sol, creando un ambiente sombrío y misterioso. Mi corazón latía con ansiedad mientras caminaba rápidamente, con el libro escondido en mi túnica.

Finalmente, llegué a mi habitación, que era pequeña pero acogedora con una cama de cuatro postes y una ventana que daba al jardín. cerré la puerta que estaba detrás de mí y me apoyé en ella, sintiendo un momento de alivio. Pero sabía que no podía descansar aún. Tenía que estudiar el libro y descifrar el lenguaje en el que estaba escrito.

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