Capítulo uno

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Aldonse








Subo las gastadas escaleras con
cuidado de no pisar los agujeros,
crujen cuando avanzo, lucen más
oxidadas que mi corazón. Introduzco
la llave abriendo la puerta, y lo veo
sentado dibujando con los crayones
que le compré hace menos de una
semana. Se percata de mi presencia,
sus ojos se iluminan gracias a la
sonrisa que desliza.
—¡Aldonse, volviste!
La dulzura de su voz toca fibras
sensibles en mis entrañas, produce
que mis ojos se nublen. Envuelve mi
cintura con sus desnudos brazos,
acaricio su lacio cabello negro, en el
transcurso se pega grasa en mis dedos.
Junto el ceño mirando el brillo. Le
sujeto un mechón de vuelta, el olor
que desprende es el mismo cuando
llevas días sin bañarte.
—¿Faris? —abulta el labio inferior,
mientras espero una respuesta—. ¿Por
qué no te has bañado?
—No quería decirte...
—¿Decirme qué? —pongo las manos
en la cintura, desesperado por saber—. ¿Faris?
—Nos cortaron el agua hace días —baja
la mirada—. No quería preocuparte.
Es verdad. Estos días he estado muy
ocupado buscando clientes, el tiempo
que permanezco en el departamento
es limitado. Por esa razón no lo sabía.
Faris espera pacientemente a que
regrese del club, a menudo lo
encuentro tirado en el colchón del
suelo. Sólo somos él y yo.
Después de nuestro éxito en escapar
de aquel lugar, duramos alrededor de
un año vagando en la calle. Nos
alimentamos con sobras de la basura,
y nos protegimos de malandrines.

Nuestras vidas cambiaron con la
presencia de un hombre mayor, me
ofreció un trabajo que no pude
desaprovechar por la necesidad que
tenemos.
No estoy orgulloso en absoluto a lo
que me dedico, pero no importa ya
que, gracias a ello pago la renta de
este barato departamento. Él no sabe
en qué trabajo, es mejor ocultarlo.
—¿Qué dibujabas? —cambio de tema.
—Un taco —se dirige al colchón, agarra
la hoja y me la muestra.
—¿Un taco? —miro el dibujo, sonrío
por la forma de la carne—. Sí parece,
dibujas bien.
—Gracias.
—¿Tienes hambre? Hay un puesto de
tacos en la esquina —digo.
—¿Tienes dinero? —su rostro se
ilumina cuando asiento—. ¿De verdad
tienes?
—Así es, hoy me pagaron. Anda, ve
por tu suéter. Sirve que de una vez
pago el recibo del agua.
—Yay, ya vuelvo.
Faris desaparece, al minuto vuelve
con un suéter holgado oscuro.
Torpemente se calza los tenis blancos
sin amarrar las agujetas. Salimos. El
cielo está despejado, apenas se
aprecian unas cuantas estrellas
parpadear. Dos hombres observan a
Faris sin discreción, no los culpo, es
tan lindo como su nombre.
Para sentarnos escogemos una mesa
blanca cuadrada y dos sillas de
plástico.
—Buenas noches —saluda el mesero—.
¿Qué van a ordenar?
—Dos tacos de carne asada —responde
emocionado.
—Yo quiero tres.
—¿Refresco o agua de sabor? —nos
mira—. Tenemos horchata, jamaica,
piña, limonada, coco.
—Quiero agua de horchata —pide.
—Yo una coca cola.
—Bien, en seguida vuelvo.
El mesero se aleja anotando las
órdenes.
—Pensé que ibas a pedir más —digo.
—No tengo mucha hambre, comí unas
tortillas de harina que estaban en la
mesa.
—¿No estaban rancias? —se encoge de
hombros restándole importancia—.
Faris, debes tener más cuidado. No
podemos darnos el lujo de
intoxicarnos.
—Es que tenía hambre y era lo único
que había —baja la mirada.
—A la otra lee la fecha de caducidad.
—Sabes que no sé leer.
—Es verdad —niego al instante—. Lo
siento.
—Y dime —apoya los codos en la
mesa, jugando con sus dedos—.
¿Cómo te fue?
—Bien, ¿y a ti en la casa?
—Como siempre.






Cubro su endeble cuerpo con el
edredón. Me acuesto a su lado, cierro
los ojos acosado al instante por los
recuerdos de una noche atroz. Lloro
en silencio con el temor de
despertarlo. Siento un dolor eterno, y
problemas aumentar sin solución.
Hay un enorme miedo que no puedo
sacar a la luz, debo ser fuerte por
Faris, duerme como un ángel. Pierdo
la calma cuando el hipo me posee.
Intento controlarme, sin embargo es
difícil.
Voy a la ducha recordando las insanas
caricias que recibí, me provocan
náuseas.
Giro la llave de la regadera, las gotas
caen en abundancia sobre mi pálido
cuerpo, limpian la suciedad que
habita en el, pero jamás podrán
limpiar lo que me hicieron.
Grito de coraje, maldigo la suerte que
nos tocó. A menudo escucho que
Dios nos da lo que merecemos...
¿Esto merezco? Por las noches cuesta
mucho dormir, creo que abandoné
mis sueños.





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