P R Ó L O G O

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KEY

El cielo restalla sin parar, y llora sin cesar, seguramente se está carcajeando tanto como yo, después de todo, esto será muy gracioso, una novedad sin precedentes.

La puerta se abre, con un yelmo dándome la bienvenida.

—Fuera —su tono es tajante, pero también tembloroso.

Apoyo mi antebrazo en el marco de la puerta, muy cerca de su armadura, dejando en claro la mucha curiosidad que me causa su indumentaria: reluciente de una manera que grita a toda costa: “Vengo y protejo a alguien que me brinda y halaga con estas lujosas y fuertes prendas”.

Chasqueo la lengua con desaprobación.

—Me temo, joven guardia, que me he enterado de algo terrible. ¿Le gustaría escuchar este inconveniente?

Ni siquiera lo sopeso.

—No —hizo el ademán de cerrar la puerta.

De inmediato, meto mi pie entremedio.

Hago una mueca de dolor cuando la puerta aprieta con fuerza mi bota.

—Como lo veo sumamente extasiado ante la expectativa: un pajarito me contó. —Señalo la silueta de un ave, refugiándose de la lluvia en una rama—, que hay alguien aquí, cuyo título comienza con “P”, que inicio la búsqueda de las reliquias….

—Eso no….

—... Y yo, yo sé dónde están.

El caballero se me queda viendo durante unos segundos. Avisto como sus hombros se sacuden en minúsculos y rápidos movimientos.

—Comprendo que le cause gracia, ojalá a mí, Lord Oakley, me provocara lo mismo.

Se escucha algo de cristal romperse dentro de la casona. El guardia parece querer saber qué ha pasado, pero se niega a dejar de observarme.

Buena elección.

Unas pisadas apuradas resuenan en lo que supongo será un costoso piso de madera.

De repente, la cara de un veterano en pijama se asoma por la rendija que me separa del guardia. Reconozco al lacayo nada más verlo, había aparecido una vez en uno de los populares bailes de Su Majestad.

—¡Aparta, guardia insolente! —Exige el hombre en pijama, cuyo rostro había perdido color.

El reprendido, desaparece, sin rechistar.

El anciano me devuelve su atención.

—Lord Oakley.

Siento el revuelo de unas plumas negras y las garras del ave de la rama clavarse en mi hombro. Acaricio a la cuervo con un dedo.

—Él mismo.

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