Fue un día nublado, en el cual fui a pasear para aprovechar el poco rato de sol que hubo. Iba por un camino con casas, pero con vegetación a uno de los lados. Como hacía poco que había llovido, el ambiente era especialmente bello.
Mientras avanzaba por el sendero, pude oír un maullido. Este denotaba una pena tremenda, estaba llorando. Me fui acercando hasta que llegué al lugar de donde venía el sonido producido por aquel felino. Estaba allí, pero me era imposible verlo. El gato maulló más fuerte cuando me notó cerca, se le oía por arriba, por lo que debía estar en la copa de un árbol. Por más que trataba, no lograba ni tan siquiera divisarlo.
Tras un rato, llegó otro gato. Era de color naranja, estaba sucio y tenía la cola torcida. Subió inmediatamente la cuesta para socorrer a su compañero. Él miraba hacia arriba igual que hacía yo hace un momento, y sí logró dar con él, pues se quedó mirando fijo a un árbol en concreto. Entonces, comenzó a maullar también, como si me pidiera que ayudara en algo. El sonido de ambos gatos maullando a la vez era estremecedor, sin embargo, yo no podía hacer nada, la tierra en esa zona estaba muy inclinada y se había vuelto fango por la lluvia.
Un poco después llegó una señora con un perrito, y me informó de que el gato naranja vino corriendo desde muchas calles atrás para ayudar. Realmente me conmovió conocer ese dato. Ella, que estaba mirando desde más lejos, decía poder ver al gato en una de las ramas del árbol. Cuando fui donde estaba, nuevamente, no lo alcancé a ver.
De repente, comenzó a llover, y la señora decidió marcharse a su casa, pues no llevaba un paraguas encima. Nuevamente, me quedé a solas con los dos gatos. Justo cuando parecía que alguien me podía ayudar a rescatar al gato, empieza a llover de nuevo y tiene que irse.
Yo, sin embargo, no me quedaba tranquilo, debía aunque fuera verlo con mis propios ojos, para que, por lo menos, aunque me tuviera que ir, pudiera reconocerlo si lo veía alguna vez por la calle.
Empezó a llover, no podía quedarme mucho tiempo más en ese lugar. Abrí el paraguas, me negaba a abandonar el sitio, seguían llorando, pero ahora, bajo la lluvia. Las gotas empezaron a caer más fuerte, por lo que no tuve más remedio que irme corriendo de la zona. Me dolió en el corazón tener que tomar una decisión así, realmente no se lo merecía.
Después de correr un rato, llegué a mi casa. Mi madre estaba enfurecida por haber llegado tarde de pasear, y más con el diluvio que había afuera. Yo le expliqué todo lo que había pasado, y ella inmediatamente, pese a la lluvia, decidió ir a ayudar al gato. Me alegré mucho, por fin iba a recibir la ayuda que necesitaba para poder actuar.
La llevé al lugar donde lo había encontrado, pero ya no había rastro siquiera. Esta vez ni estaba el gato naranja, ni maullaba el otro. Ella hizo todo por llamarlo, pero no recibió respuesta.
Puede que el gato ya no esté para ser acariciado, ni para ronronear, o por el contrario, puede que haya logrado finalmente bajar del árbol en el tiempo que no estaba allí. Pero haya pasado lo que haya pasado, lo que más lamento, es no haber podido llegar a ver su rostro.