Día 1: La mañana después

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El mayordomo golpeó dos veces la elegante puerta de madera de la habitación principal del príncipe Goetia. Escuchó los ruidos durante toda la noche y sabía que a primera hora de la mañana, debía pasarse por el cuarto y activar el protocolo habitual. No fue una regla establecida entre él y su jefe, pero el pequeño imp se preocupaba por el hombre, ya que lo cuidó desde que era un pichón.

Blitz abrió la puerta con apenas ropa interior y su chaqueta negra puesta, básicamente semi desnudo y sin vergüenza ante el criado. Con un rostro aburrido y desconfiado, miró a los ojos al mayordomo mayor de Stolas y entrecerró sus ojos crueles hacia el tipo. Blitz sabía sobre la rutina del sujeto, venía cada mañana después de coger durante toda la noche para saber si todo estaba bien y si su señor necesitaba algún tipo de cuidado particular.

—Tú, enano —Blitz señaló al sujeto, quien arqueó una ceja con hartazgo hacia el contrario—. ¿Dónde consigo algo fresco? Hielo, agua, lo que sea.

—Lo traeré para usted —respondió el mayordomo imp con una expresión de pocos amigos, ya que el hombre de su señor Stolas era un cínico irrespetuoso—. Es una rutina después de todo. Una rutina ruidosa.

Murmuró sus últimas palabras. Realmente no tenía idea de qué carajos sucedía dentro de esas cuatro paredes durante toda la noche, no sabía si era sexo o una masacre. A juzgar por los gritos de pasión de su príncipe, de sus gemidos interminables y de sus ruegos, no estaba seguro de si era una rutina de placer o una tortura sadomasoquista del siglo diez. Lo único que sabía aquel simple mayordomo... Era que aquella cosa que su jefe estaba haciendo con ese imp rebelde y mal hablador, lo hacía feliz.

Y no podía luchar contra eso, ni él ni nadie, porque Stolas estaba ciego de amor por el delincuente que tenía en frente.

—No me mires como si fuera un gran problema o algo terrible —le reclamó Blitz por la forma retadora en la que lo estaba contemplando el criado, ya que siempre lo juzgaba como si fuera muy poca cosa para el búho—. A Stolas le gusta lo que le doy, Sebastian.

—Ese no es mi... —el mayordomo iba a reclamar, pero decidió suspirar resignado y acatar órdenes—. Olvídalo. De cualquier forma... Le agradezco.

Blitz cambió su expresión al escuchar al tipo, quien se dio la vuelta para buscar en la enorme cocina real todo lo que requería en ese momento. Blitz no entendió a lo que se refería al agradecerle, ya que aunque los dos eran imps, estaban en escalas muy diferentes en referencia a Stolas.

El mayordomo llegó hacia la puerta, le entregó una bandeja con agua y una cubeta de hielo. Aunque no supiera precisamente lo que sucedía entre ellos, quería proteger al príncipe desde su lugar. Blitz tomó la bandeja, lo miró a los ojos con incomodidad. En realidad, quería decirle... que todo lo que pasaba con Stolas era bajo el consentimiento de ambos.

Sin embargo, a esa altura jodida de las cosas, todo estaba tan mezclado y roto que no estaba seguro de si podía afirmar algo así y mantener su consciencia tranquila.

—Usted no tiene idea de cómo eran las cosas antes —le dijo el criado con una mirada fuerte de procesar. Ambos se quedaron en silencio, ya que fue una indirecta que Blitz no pudo comprender.

El mayordomo le ofreció una última reverencia, luego se retiró de allí porque ya no tenía más nada que hacer. Probablemente, aquel imp grosero y altanero no tenía idea de que su sola existencia hacía que la vida de Stolas fuera diferente. Y que él era el único que podía hacerlo sentirse pleno.

Efectivamente, Blitz entró a la habitación sin comprender de qué hablaba. Llegó con la bandeja al costado de la cama y dejó las cosas sobre la mesa de luz.

—Tu mayordomo es raro.

Le comentó a Stolas con una expresión desinteresada. El búho se cubrió el rostro con sus manos, acurrucado debajo de sus delgadas sábanas. Estaba bastante afectado, se sentía débil y afiebrado, incluso aún sintiendo el semen cubriendo sus muslos, vientre y escurriéndose por su entrada. Aunque a veces percibía que su cuerpo no podía resistir bien el ardiente ritmo de Blitz, no podía decir nada. Solo dejarse llevar, cerrar la boca y ser sumiso.

Stolitz week 2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora