14. Opciones Y Reencuentros Incómodos

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Observar a Phillipe era como encontrarse a la falda de una alta muralla imponente e impenetrable. Su cabello negro como el azabache y su azul mirada, lejos de hacerlo ver como alguien cercano y sensible, siempre le habían otorgado un aura de misterio que resultaba un tanto atemorizante. No había duda de que él iba en serio con todo; no se tomaba nada a la ligera, era disciplinado y tendiente a liderar, pero también era compasivo y respetuoso, aunque su orgullo y autosuficiencia lo terminaban arrastrando siempre a la soledad, pese a haber crecido siempre rodeado de gente. Quién diría que él también sufría como una persona común y corriente.

Lo observé en silencio, envuelta por el calor de su cercanía y al de la manta que nos envolvía a los dos.

—No sé si me hubiera gustado nacer en otra familia, pero si tuviera opción de elegir, me aventuraría a no elegir la que me tocó.

Medité en sus palabras. Yo nunca había tenido opciones; no tenía padres ni algo a lo que aferrarme cuando era niña, ni siquiera a mi juguete más preciado, porque me obligaban a compartirlo todo con los demás niños del orfanato. No nos trataban mal, pero si era muy escaso todo, hasta la atención y el afecto. El que mis padres—los que ahora lo son—me hayan escogido aquel día cuando tenía cinco años, me introdujo a un nuevo mundo de opciones, de colores de ropa, sabores de helado, nuevos juguetes y hasta nuevos amigos. Ahora sabía que en la vida uno siempre podía tener opciones y que cada una de ellas traería más consigo misma.

—El día que mi padre murió, desearía haber llorado más por el hecho de que lo iba a extrañar, que por la culpa de haberlo odiado tanto en vida. —continuó hablando. —Sabía que él nos amaba, pero yo me pregunto, si tanto decía hacerlo ¿por qué construyó entre nosotros un enorme abismo?

Lo observé un poco consternada. Las preguntas que formulaba parecían hacérselas a él mismo.

—Pensé que ambos tenían una buena relación. —hablé, volviendo mi vista hacia el frente.

—No es así. —confesó, con la voz pesarosa. —Nunca pude llevarme bien con él después de que me enteré de que tenía un medio hermano.

Asentí, procesando lo que Phillipe decía. Humbert Dawson había surgido de la penumbra de una vida oculta cuando se anunció que el rey Ignacio había caído enfermo; habían pasado casi tres años desde esa noticia que sacudió todo el país y que hizo retumbar la línea de sucesión al trono.

—Humbert busca deshacerse de nosotros. Está feliz con que yo me encuentre enfermo y estoy seguro de que espera cualquier pretexto para deshacerse de Finn y quedarse con el trono. —comentó Phillipe. Su tono cargaba cierta repulsión, como si estuviera hablando de un enemigo de toda la vida.

—Tu madre no sabía nada Humbert, supongo.

—No. Humbert nació cuando Finn tenía un año y mi padre lo mantuvo en secreto todo ese tiempo, con ayuda de su ayudante de cabecera. Nosotros crecíamos, desconociendo ese amorío que mi padre vivía a escondidas y compartiendo su amor no solo con Humbert, sino con su madre.

—¿Quién es ella? —inquirí, tratando de no sonar muy entrometida.

—Una diseñadora de joyas que mi padre había conocido en París; se llama Jacqueline y actualmente vive de la herencia que mi padre le dejó a Humbert. Aún cuando mis padres tuvieron a Sabrina, todos aún vivíamos en su farsa. —Phillipe suspiro, echando su cabeza hacia atrás para mirar el cielo; el clima se había puesto mucho más frío. —Hemos intentado muchas veces congeniar con Humbert, después de todo, también es heredero del trono, pero sus ansias de poder no nos han permitido llamarlo hermano.

—Lamento mucho...todo. —hablé, después se haber escuchado su relato.

—Sólo te pido que nada de esto se lo cuentes a alguien.

Variante: Una historia de la realeza. [ACTUALIZANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora