17. Complicaciones

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Lucas Durman había sido el novio perfecto que alguien hubiera podido desear; guapo, atento, caballeroso y muy detallista, bromista hasta cierto punto, pero serio y varonil cuando se requería.

Era extraño tener que verlo después de los años en los que no nos habíamos dirigido palabra alguna; él, aunque ya era todo un adulto hecho y derecho, aún resguardaba ciertos rasgos de aquel chico del que me había enamorado en la universidad, su cabello castaño estaba corto y poseía una barba perfilada que antes nunca le había visto usar, salvo en las fotos que conseguía de él a través de los años en los que, se suponía, no tenía que saber nada de su vida. Era de ascendencia turca por parte de su madre y vrendiano por parte de su padre, alto, de tes blanca y poseedor de una sonrisa amigable, aunque aquel no era su principal atributo, sino sus ojos de un color caramelo que resultaban demasiado envolventes.

La primera semana en la que trabajamos juntos transcurrió con normalidad; él era amable conmigo y yo lo era con él, no quisimos, sin embargo, tocar el tema del pasado, esto debido a la incomodidad que resultaba de aquello. Aunque habíamos terminado en buenos términos, la verdad era que la ruptura había sido demasiado dolorosa; era una de esas separaciones que no se veían venir pero que eran necesarias para poder crecer. La universidad había terminado y con ella nuestra relación de cinco años; él tuvo que partir a realizar sus estudios de medicina especializada en virología y por mi parte, tuve que regresar a mi tierra, sin novio y con un corazón roto. Claro que lo habíamos intentado, pero simplemente resultaba difícil de lograr, en especial al estar a tantas horas de diferencia y con dudas provocadas por las nuevas amistades que cada uno iba adquiriendo.

Llegué a casa un tanto agotada, dispuesta a tomar una ducha tibia y dormir tranquilamente, si era posible hasta el otro día, sin embargo, los planes de Phillipe interrumpieron los míos.

—¿Estás empacando? —pregunté, en tanto tomé asiento en la isla de la cocina. Lucía un pijama oscuro y una bufanda azul, como su mirada.

—Tengo que hacer un corto viaje mañana por la mañana.

—¿A dónde irás? No me dijiste nada...

—Surgió de improviso. —respondió. —Es un tema de la corona y creo que es mejor mantenerlo en reserva.

Asentí, mientras le daba una mordida a la pizza que él había ordenado para los dos. Lo observé en silencio, mientras sus ojos divagaban entre su cena y Espartaco. Yo no era capaz de notar todas las veces en las que le ocurría algo, pero el hecho de que en todo ese rato no se hubiera atrevido mirarme a los ojos por más de cinco segundos, levantó en mí una ligera sospecha de que algo no iba tan bien como él quería aparentar.

—Muchas gracias. —habló, poniéndose de pie. —Buenas noches, Nessa, iré a terminar mi maleta.

Imité su acción y caminé hacia él antes de que lograra escaparse de mí, lo tomé de la manga del pijama, obligándolo a que me mirara.

—Phillipe.

—Eh... ¿qu-e pasó? —preguntó. Ambos nos encontrábamos uno en frente del otro, él de espaldas a la pared y yo en frente suyo, casi arrinconándolo. Me dedicó una sonrisa nerviosa que terminó por convencerme de hablar.

—¿A dónde te irás mañana? —mi rostro esbozó una sonrisa traviesa al notar un ligero temblor en sus manos.

—Si te lo digo te vas a enojar.

—¿Por qué lo haría? ¿No dices que es un tema de la corona?

—Es que... no es exactamente eso. —confesó. —Fue lo que se me ocurrió para que no me preguntaras, lo siento. Y sí quiero decirte a donde voy, pero no quiero que te enojes.

Variante: Una historia de la realeza. [ACTUALIZANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora