Un despertar nuevo

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Sentada sobre la mesa de su escritorio y con todas las cosas que habían tirado para llegar ahí a sus pies y que por supuesto no habían tenido tiempo para recoger, Marta saboreaba cada beso como el primero.
Ella había sido quien había iniciado el primer contacto pero cuando Fina hubo asumido que aquello estaba pasando, que Marta de la Reina se estaba entregado a ella, había tomado las riendas del asunto.
Fina, que tenía las manos apoyadas a ambos lados de su cuerpo, con las palmas totalmente planas sobre el tablero de la mesa, pasaba de su boca a su lóbulo detrás de la oreja y luego al cuello, haciendo que Marta se echara para atrás sintiéndose extasiada. Iba dejando un sendero de besos cortos e infinitos por todo su ser, haciéndole cosquillas, trazando una ruta, dejando unas migas a lo largo del trayecto que le permitieran recordar el camino de vuelta a casa.

Pero en un momento Marta dejó de sentir a Fina contra sí misma y se obligó a abrir los ojos para comprobar qué ocurría. Fina, que había hecho un esfuerzo enorme al alejarse de ella, la miraba con la cabeza ladeada y pensativa.
-¿Marta? ¿La boda de tu hermano no es- paró unos segundos para hacer cuentas de cuánto tiempo llevaban en aquel despacho- ahora mismo? Tienes que irte ya.
Marta asintió ante la pregunta por cumplir pero como los motivos para quedarse allí eran más importantes, se lanzó de nuevo hacia su boca. Sin embargo fue interceptada por el dedo índice, corazón, anular y meñique de Fina sobre sus labios, haciendo una barrera, impidiendo que conectaran con los suyos y que sintió al notar entre sus dedos y ver en la expresión de su rostro el puchero que Marta hacía. La mujer quería quejarse por aquella interrupción que consideraba gratuita pero la mirada de Fina, vacilona pero suficientemente autoritaria para indicarle a que hiciera lo que se indicaba sin poner pegas, por supuesto, le hizo obedecer.
Se dió la vuelta en el abrazo, se inclinó hacia adelante y se alargó el para coger su bolso del asa de la silla, sonriendo al notar cómo Fina no aflojaba el agarre de la cintura sino que lo había afianzado, pegando su cuerpo aún más para ayudar a que conservara el equilibrio. Se giró para indicarle con una mueca que no le gustaba nada aquello pero que ya estaba lista para irse y Fina, antes de apartarse, hizo que rotara sobre sí misma para contemplar su obra- y de paso admirarla una vez más- y la dejó pasar.
Marta titubeó un momento considerando la posibilidad de lanzar el bolso contra la silla y retomar la actividad que a su parecer habían dejado a medias pero en el fondo, por más que su cuerpo le gritara que se quedara, sabía que tenía que estar al lado de su hermano.
Apenas había dado cuatro pasos en dirección a la salida cuando Fina le cogió la mano derecha y haciendo que se diera la vuelta, la atrajo de nuevo hacia sí para darle un último beso.
Aún con las manos alrededor de su cintura, Fina le dió un pequeño toquecito en la parte baja, causando que Marta riera contra su boca, indicándole que, ahora sí, daba la despedida por concluida.

Marta ya cruzaba el umbral de la puerta cuando volvió la vista y vió que Fina seguía ahí parada, devolviéndole el amor que le reflejaban los ojos en los que miraba. Había decidido quedarse ahí porque quería verla distraída, alejándose de ella, observarla desprevenida, recordar cuantas veces antes había hecho algo parecido y comparar aquella sensación de reciprocidad con una espera que pese a que había sido infinita, ahora, con el sabor de Marta entre sus dientes, le parecía insignificante.
Fina había decidido quedarse unos minutos más apoyada contra la mesa del despacho porque pese a que sabía que Marta debía estar en la boda de su hermano, quería decirle y que supiera que cuando regresara a ella, siempre la encontraría, que Marta sabía encontrarla porque Fina siempre había procurado ponerse en el mismo sitio.

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A medida que la iluminación de su habitación aumentaba, Marta sabía que no podía seguir pretendiendo que no estaba despierta. Quiso abrir un ojo pero como tuvo que cerrarlo rápidamente, cegado por la luz del sol, decidió revelarse y darse la vuelta, haciéndose un ovillo para tratar de volver a dormirse y recuperar algo del sueño que le había faltado durante la noche.
Sin embargo, aquello ya le había espabilado lo suficiente para convencerla de que ya era hora de levantarse, así que se puso boca arriba y estiró todo el cuerpo, elongando sus extremidades para tratar de llegar a los cuatro puntos cardinales de la cama y después se incorporó de a poco abriendo los dos ojos ya y recordando donde estaba.
El dolor de cabeza que tenía hizo que se llevara la mano derecha a un lateral, dibujando pequeños círculos para tratar de calmarlo y haciendo que se detuviera a reflexionar durante unos segundos, a preguntarse si todo lo acontecido había sido tal vez imaginaciones suyas.
Su respuesta llegó cuando sus manos se deslizaron hacia abajo, poco a poco, atravesando sus mejillas sonrojadas hasta llegar a sus labios hinchados que se recorrió con las yemas de los dedos y sonrió de alivio ante aquella confirmación de que todo había sido real.
Y se sintió enfundada en aquel vestido azul que tenía la marca imborrable, tanto visible como invisible, de Fina en sus costuras, en toda su estructura, y se abrazó a él, queriendo hacerlo su segunda piel, deseando vestirlo para siempre y salir a todos lados con él, que fuera un escaparate de su amor imborrable, presumir ante todos, sentir pena por quien no conociera el amor de Fina como ella lo había hecho, como iba a hacerlo de ahora en adelante.

Se dejó caer de nuevo sobre su cama y rodó de un lado a otro, emocionada, riendo como una adolescente que empezaba a descubrir por primera vez lo que los adultos contaban sobre el amor, porque en realidad, para Marta, así era. Y pataleó las piernas en señal de celebración ante la contemplación de la vida que había iniciado.

A Marta entonces le hubiera gustado salir corriendo de casa, ir a ver a Fina, volver a besarla una y otra vez, saborearla, preguntarle por su día, oír su voz, columpiarse en su risa, colocar su mano sobre la suya, confirmar una y otra vez que casaban a la perfección porque habían salido del mismo molde. Quería contarle sobre la boda, omitir todos los detalles que no dijeran cuanto la había echado de menos, quería abrazarla y sentirse suya, que le hiciera reír hasta que tuviera que pedirle que parara.
Pero sabía que debía posponer su deseo durante unas horas, que dedicarle aquel desayuno a Andrés el día después de su boda era necesario y lo más justo.
Se desnudó del vestido empleando mucha fuerza contra sí misma, se deslizó las hombreras hacia abajo, recorriéndose suavemente los hombros, trazándose líneas rectas de un lado a otro, acariciándose las clavículas y recordando cómo Fina había dibujado sobre ellas. Tuvo cuidado al bajarlo por la cintura, de no romper lo que Fina había cosido, sabiendo que el mismo hilo que había utilizado con tanto cariño, la misma atención puesta en realizar los puntos adecuados para reparar el roto, para sólo dejar marca para quien se supiera fijar, habían sido empleados también para cerrarle las heridas a ella.
Lo dejó sobre la cama, estirándolo todo lo que pudo, como se había colocado ella antes, para que dejara su esencia, confiando que cuando regresara aquella noche se hubiera descompuesto sobre el colchón, adherido para siempre en su cama, para nunca tener que echarlo de menos.

Marta bajó las escaleras a paso lento, sujetándose fuerte a la barandilla, dejando caer un pie y después otro sobre los escalones, sintiendo el impacto del suelo contra sus talones. Siguió el ruido del bullicio de la planta baja hasta el comedor, donde estaban su padre, su hermano recién casado y su nueva cuñada. Tomó asiento en frente de Andrés y se fijó en cómo tenía cogida la mano de María encima de la mesa y sintió la suya muy pesada, huérfana de la de Fina.
No pudo seguir sintiendo aquella ausencia porque su hermano había interrumpido su conversación para dirigirse a ella, queriendo saber qué tal había amanecido y si la resaca había hecho tanto efecto en ella como lo sufría él, a lo que el resto de la mesa se rió en señal de compartir la experiencia que contaba.
Marta también le contestó que sí, porque era verdad, estaba resacosa, tenía ojeras, mareos y el dolor de cabeza le golpeaba la sien como un martillo. Sin embargo, también le hubiera gustado decirle que, en realidad, su resaca era emocional, que las bolsas que tenía bajo los ojos se debían a que había estado despierta hasta altas horas de la madrugada porque ya no necesitaba dormir para soñar, que le dolía la cabeza porque esta seguía rebobinando una y otra vez lo vivido al lado de Fina, que estaba tan mareada porque seguía borracha, de amor, de felicidad, que se balanceaba de un lado a otro al andar porque deseaba ponerse a bailar de la emoción, gritar a los cuatro vientos con una fuerza que acababa de conocer.
No tenía dudas de que si su hermano se hubiera acercado unos centímetros hacia su rostro y le hubiera mirado a los ojos, habría visto en sus pupilas el mundo al que Marta había mirado por primera vez el día anterior.

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Muchas gracias por leer, votar y comentar.
De veras que lo aprecio un montón.
Nos leemos a la próxima.

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