Un logro cotidiano

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Marta se revolvía en el asiento al comprobar lo que le indicaban los documentos que tenía esparcidos por la mesa. Sabía que aquello pronto ocurriría, que tarde o temprano Toledo se quedaría demasiado pequeño para el proyecto que tenía entre manos y sería inevitable tener que marcharse un par de días a la capital e incluso a otros lugares más al norte de la península. Había tratado de gestionar lo máximo posible desde allí, hacer viajes cortos que no implicaran trasnochar y separase lo mínimo de Fina, lo poco que le permitía el cuerpo, pero sabía que aquel viernes, a vista de dos días, tendría que pasar el fin de semana fuera de casa.

Aquella mañana tuvo suerte al no encontrarse la cantina tan abarrotada como solía estarlo y entró con la cabeza alta, con una altaneria que solo podía lucir una mujer como ella, dueña del lugar y de su propia vida.
Apoyada sobre la barra esperando su pedido, Marta veía a lo lejos cómo Isidro y Fina parecían haber llegado pocos minutos antes que ella: tenían ya el café sobre la mesa pero Fina aún desenfundaba todas las piezas que necesitan para empezar a jugar al dominó. Se quedó ahí mirándoles, lo cierto es que en aquellos momentos no podía despegar los ojos de la mujer, que estaba de espaldas, con lo que se podía permitir admirar libremente los movimientos que iba haciendo, cómo se le movía la espalda en la parte trasera del uniforme, cómo se le flexionaban los omoplatos dentro de él al movimiento de los brazos, al estirarse un poco para esparcir todas las fichas boca abajo.
Marta ya tenía el café servido pero para hacer tiempo lo removió un poco sin quitar la vista de aquella mesa y vio cómo padre e hija iniciaban la partida, observó las primeras jugadas y cómo ambos iban deshaciéndose de las piezas de manera estratégica. Dos rondas después y Fina con menos fichas que las que su padre tenía en su poder, llamaron mucho la atención de una Marta que viendo la expresión de Isidro, supo que el juego se le estaba resistiendo.
Para comprobar qué ocurría realmente, tomó asiento en una mesa diagonal a ellos, de tal manera que desde su perspectiva pudiera observar las piezas que tenía el hombre.
Sonrió negando levemente con la cabeza para sí misma al darse cuenta de que Fina ni siquiera había advertido su presencia pues estaba demasiado concentrada en el juego para poder quitar la vista un segundo de la mesa.

Después de un examen rápido a la partida y de debatirse internamente si sería correcto intervenir, su espíritu competitivo la levantó y la colocó detrás de Isidro, primero analizando de nuevo las piezas que tenía y el estado de la partida y luego, con un dedo, de manera silenciosa para no delatar su posición a quien ya era su oponente, le indicó qué pieza colocar. Isidro hizo como se le mandó y aquello provocó que Fina tuviera que pasar turno, lo que motivó aún más a aquel equipo improvisado, haciendo que Marta apoyara una mano en el respaldo de la silla y se inclinara más hacia adelante para analizar el último golpe maestro que les diera la victoria.

-Muchas gracias doña Marta, ha hecho usted que hoy coma gratis.
-No, padre, no, una comida entera no, habíamos dicho que era solo un pincho de tortilla y ya veríamos.
Marta reía mientras veía a padre e hija discutiendo por el premio. Estaba contenta por haber ganado, por supuesto, pero estaba más emocionada sabiendo que Isidro sonreía en su dirección, que realmente había aceptado las disculpas que le había ofrecido hacía ya mucho, incluso antes de retomar la amistad con Fina y que él había aceptado de muy buena gana, habiendo olvidado ya lo acontecido y deseando compartir con Marta algunas de las charlas que mantenían tan a menudo y que versaban sobre muchos temas que ambos estaba encantados de compartir.
- Ademas, ha tenido usted ayuda, así que no se tome tantas confianzas.
Marta, que le encantaba ver a Fina enfadada sin estarlo, que se quedaría toda la vida admirando la pequeña arruga que le salía en la frente siempre que estaba confusa y trataba de explicarse, que quería vivir aquella complicidad para siempre, que se derretía al ver cómo hacía reír a su padre, que le temblaba todo cada vez que Fina le hacía hueco sin esfuerzo, como si fuera lo más normal del mundo, quiso seguirles la corriente y uniéndose a aquella dinámica, salió en la defensa del chofer.
-En realidad, Fina, ha sido como si lo hubiera hecho tu padre solo. Fue él el que me enseñó a jugar al dominó por lo tanto el mérito es solo suyo.
Isidro volteó el cuerpo para mirar a Marta, sorprendido porque ya ni se acordaba de aquello que para Marta era un recuerdo muy accesible.
La viudedad de Isidro debía ser reciente, recuerda Marta, pues hasta ahora nunca después había visto que Isidro tocara una sola ficha de dominó en su vida. Aquel día ella bajó a la cocina a por algo de merendar y vió a Isidro con tres fichas extendidas sobre la mesa, jugando con una de ellas en la manos, dándole vueltas una y otra vez, absorto en su propio pensamiento. Marta interrumpió aquella reflexión para preguntar qué estaba haciendo e Isidro entonces quiso guardar las fichas y cerrar el estuche para siempre, pensando que jamás volvería a usarlo, pero la voz de Marta, la ternura que le inspiraba al preguntar si podría enseñarle y especialmente la inconformidad ante la primera respuesta negativa, el saber que Marta era muy cabezota y que le costaría menos enseñarle que esperar que se le agotaran las pilas, le hizo ceder. Y aunque se hubo prometido a sí mismo que aquella clase no duraría más de un par de minutos, que sabía que era lo que podría soportar, lo cierto es que se alargó lo suficiente para que jugaran varias partidas, para que Marta le ganara en la última e Isidro riera de nuevo en mucho tiempo.

Marta recordaba aquello mirando a Fina a los ojos, sonriendo sobre ellos, viéndo en su expresión lo que le emocionaba aquel juego a ella también, la victoria que era ver a su padre celebrar la suya, la significancia que tenía para ella compartirlo con él, extendérselo ahora a Marta, hacerla cómplice de todo.

Fina les miraba y solo deseaba que Marta tomara asiento en la silla que quedaba libre, presentarse ella ante su padre como alguien tan igual y tan distinta a la hija que era para él, reírse y mirar a Marta a los ojos y saber que su padre comprendería qué significaba. Deseaba que su padre guardara silencio, que cuando terminara de contarle sobre una vida que sabía que no había visto, que su hija había vivido a escondidas, dijera poco y la quisiera algo más. Quería que su padre lo olvidara de inmediato, que no lo hiciera nunca, que siguiera recordando quién era, que Fina no se diluyera en sus propias palabras. Deseaba que su padre dejara de ver a Marta de la Reina para solo ver a Marta, que viera cómo estaba colocada a su lado.
Pero hasta el momento, Fina solo se atrevía a soñar en alto con aquello, con la cabeza apoyada sobre el regazo de Marta y sintiendo sus dedos hundidos en su pelo, le contaba con ilusión cómo sería que su padre la conociera por fin. Ella quería creer que su padre nunca le soltaría la mano porque era un hombre bueno y Marta, que no quería desbaratar sus sueños pero tampoco dejar que Fina volara tan lejos que desapareciera, muchas veces le decía "A veces, Fina, la bondad poco tiene que ver con la comprensión"
Y Fina sabía lo que quería decirle con aquello y agradecía todo lo que Marta hacía por ella porque sabía que las palabras que le costaba tanto oír también habían dolido al masticarlas. Pero en aquel momento, viendo cómo su novia y su padre repasaban las jugadas realizadas para ganarle en una partida desequilibrada que Fina deseaba volver a repetir una y otra vez, se permitió soñar con lo cotidiano.

De repente, un mareo sobrevino a Isidro de tal manera que tuvo que sujetarse a la mesa, temeroso de caerse hacia adelante y aterrizar en el suelo. Pero Marta, que estaba frente a él y cuya mano no había abandonado su hombro en la celebración de la victoria, colocó la otra simétrica, sosteniendo el peso de Isidro que amagaba con venirse encima suyo y giró la vista algo preocupada hacia Fina que ya se levantaba a auxiliar a su padre.
-Padre, padre, ¿se encuentra bien?
Aquello apenas duró un minuto para un Isidro que ya compuesto agitó la mano frente al rostro de su hija indicándole que no había sido nada, dándole palmaditas en la mano derecha a Marta, que había sido la principal razón de no haber montado un espectáculo y con ello sentir una vergüenza que le hubiera causado más dolor que los pinchazos que sentía de vez en cuando en el pecho a los que a veces acompañaban aquellos mareos.
-Tranquila, Fina, ha debido ser la emoción por la victoria.
Fina, que como buena hija creía lo justo y necesario a su padre, dejándole pensar que la minusvaloración del asunto había surtido efecto en ella, volvió a ocupar su silla, todavía observando cómo las manos de Marta ya no abandonaban los hombros de su padre, sujetándole fuerte, haciéndole pensar que era aún por la celebración de la victoria pero cambiando de conversación ya para que Isidro no se sintiera que se compadecía de él.
Mientras ambos charlaban cada vez más animadamente tras aquella interrupción, Fina sabía ver cómo las manos de aquella mujer hacían presión hacia dentro sobre los hombros de su padre, sosteniendo su peso, dejando que aquel hombre pensara que aquel gesto no tenía importancia, que derivaba de una felicidad compartida, de una conversación cara a cara pero que en realidad hacía por cuidarle.
-Bueno, Isidro. Si quiere otro día jugamos otra partida y nos apostamos algo más importante contra Fina, que un pincho de tortilla para ambos no alcanzaría. Tengo que marcharme ya pero ha sido todo un honor ser su pareja.
Marta decía con un tono bromista y verdadero, a la vez quitaba poco a poco el contacto con aquel hombre que ya parecía estar totalmente recuperado y que se levantaba para despedirla. Miró a Fina al hablar, haciéndole cómplice de la broma y del relevo que debía tomar, que la mujer comprendió perfectamente y cuando Marta hubo dado un paso atrás, cambiaron rápidamente posiciones ante un Isidro que ya sólo podía pensar en el sabor del pincho que iba a comerse.

Marta se despidió de ambos con un saludo que evocaba incluso más complicidad con su compañero de equipo improvisado que con su novia pero Marta, que no era mujer de dejar las cosas a medias, andó hasta la puerta casi a cámara lenta, sabiendo dónde estarían situados los ojos de Fina y antes de desaparecer se giró a mirarla, a reírse unos segundos en silencio viendo cómo sus ojos ascendían para buscarla y quiso sonreírle para darle las gracias por regalarle aquel momento que ambas habían disfrutado como si realmente fuera suyo e indicándole con la cabeza un gesto que Fina captó perfectamente, le guiñó un ojo para despedirse como mandan los cánones.

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Muchas gracias por leer, votar y comentar.
De veras que lo aprecio un montón.
Nos leemos a la próxima.

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