Capítulo 2: la vereda de las emociones

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Estamos sentados en la acera frente al porche de la casa de algún desconocido. Él está a mi lado mirándome. Acaba de decir que se va en un mes y siento que ha pasado un largo tiempo desde que lo dijo.

—Un mes— repetí. Quizás reflexionando o confirmando.

Estamos lejos de donde vivo, en una urbanización de personas de clase socioeconómica medio-alta. El lugar está perfectamente alumbrado por faroles que me permiten observar la melancolía en el rostro de Ángel.

Su vista cae hasta sus zapatos y asiente con pesadez ante lo que he dicho.

Respiro hondo y observo a mi alrededor. Aquí donde estamos todo es hermoso, ningún farol está dañado, hay carros y camionetas fuera del presupuesto común transitando por aquí y allá y hay silencio. Un ambiente lindo ahora que lo veo.

—¿Cómo te sientes, Ángel?

Él luce melancólico, como si cargara encima el peor peso de una decisión. Irse del país cuando no quieres y dejar todo lo que amas en él... simplemente... no puedo terminar la oración porque no sé lo que es atravesar algo así. Supongo que no puedo entenderlo porque todos vemos de manera diferente cada experiencia. El problema aquí es que él no decidió esto y Estados Unidos no parece ser un país que le emocione visitar.

—No quiero irme pero mis padres no me dejan opción. Venderán la casa y el carro. Si me quedo sería muy estupido de mi parte. No hay ningún trabajo en el que yo califique y que me paguen todo el dinero que necesito para mantenerme aquí solo— cada palabra se sintió como si la estuviera escupiendo. La amargura no solo estaba en su voz sino también en sus ojos.

—Asumo que ya consideraste a algún familiar con quien quedarte pero ninguno es buena opción, ¿no?— pregunté insegura de tocar alguna fibra.

—El país está en una situación difícil, pero estoy seguro que me recibirían de cualquier manera. Solo que no quiero eso, no tendría cuarto propio con ninguno, y las reglas en cada casa siempre son diferentes y...— estaba buscando más justificaciones para su argumento, pero solo dijo: —soy consciente de que pongo muchos peros pero— se le escapó una risita corta por lo tonto que se escuchaba y eso me contagió una sonrisa —mi familia es complicada y al menos que la vida me fuerce a vivir con mi abuela y tías, lo haré, mientras tanto, no son una opción.

—Entiendo— mi mano buscó la suya y la acarició —entonces ya aceptaste que te vas. ¿Cuando renunciarás de tu trabajo— miré al logo de la empresa en su camisa.

—Ya lo hice, hoy fue mi último día— suspiró —en los próximos días mi mamá estará poniendo en orden todos los documentos necesarios para viajar.

—¿Cómo van con eso?

Ángel respiró hondo.

—Va bien, por los momentos nada se ha complicado. El proceso es cansón pero eso es todo— se encogió de hombros para restarle importancia.

El silencio se apoderó del momento. Nadie dijo nada durante un minuto. Solo se escuchaba el canto de los grillos y la brisa meciendo las hojas de los árboles.

Sin embargo, su voz rompió el silencio.

—Te extrañé mucho, Valeria.

—Yo también— sonreí mientras lo miraba directamente a los ojos —aunque eso no hubiera pasado si no me hubieras ignorado y alejado.

Él rió apenado y rápidamente se defendió —fui un maldito, es verdad. Me dejé abrumar por muchas situaciones que estaba atravesando y sin darme cuenta arruiné nuestra amistad— me miró con seriedad —me arrepiento de eso.

¿Podría ser fácil esta vez?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora