Capítulo 4: siempre vuelves a lo que necesitas

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Entré a la casa y observé alrededor. No había nadie en la sala pero claramente mi familia había llegado de la fiesta de mi tío dado que sus cosas seguían tiradas en el mueble y la mesa.

Saqué mi teléfono de mi bolsillo y lo desbloqueé para ver la hora.

«10:51pm» era tarde pero no demasiado. Quizá como adolescente me reprenderían. Es un bonus de la adultez.

Caminé en dirección a mi habitación atravesando el pasillo que lleva a los dormitorios, dos de cada lado y al final está el baño. Con la mano sobre la manilla de la puerta apunto de girarla, me detengo al escuchar a alguien salir de una habitación.

Me apresuro en esconder las figuras de Origami en mis bolsillos junto con las galletas. Es mejor no explicar esa historia.

—hija, llegaste— la voz de mi mamá hizo presencia y me volteé a verla con una sonrisa. Ella estaba saliendo de su cuarto con el teléfono en mano y con uno de los audífonos en su oreja. Estoy segura de que estaba escuchando algún podcast de metafísica —nosotros llegamos hace un rato. Todos tus tíos se quedaron festejando pero ya sabes cómo somos yo y tu papá, nos da sueño temprano y tampoco nos gusta mucho todo ese ambiente — dijo reprobando las borracheras y los desvelos que implica una fiesta.

A pesar de que ellos son así, es gratificante saber que me dejan vivir mis fiestas sin tantas restricciones. Y digo «sin tantas» porque claramente exigen información de a donde voy y hasta qué hora, además de la típica advertencia «cuidado con una cosa». Supongo que desventajas de vivir bajo su techo.

—¿Pero me trajeron torta? ¿no?— pregunté con preocupación. A ella le molesta que coma tantos dulces y a veces me gusta fastidiarla.

—En la nevera hay un pedazo para ti y otro de tu papá que dijo que se lo comerá más tarde— señaló la cocina —¿como te fue a ti? ¿Cómo está Daniel?

—Es Ángel, mamá— corregí —y está bien, me dijo que en un mes se irá del país con destino a Texas en Estados Unidos. Es una lástima porque realmente no quiere irse pero no tiene muchas opciones— le revelé encogiéndome de hombros con algo de pesadumbre por Angel.

—Pobre muchacho— se limitó a decir mientras movía la cabeza de un lado a otro.

Como sabía que ya no iba a contarle nada más y dudo que ella a mí, decidí cortar nuestra conversación. Además, tenía mucho que procesar y mañana tenía que ir a trabajar.

—Voy a bañarme para ir a cenar— le informé con un gesto que señalaba mi habitación.

—tu cena está tapada en el mesón. Te prepare sándwich.

—Gracias mamá, siempre sabes lo que me gusta— sonreí complacida del menú.

—Claro, las mamás siempre consienten a sus hijos pero los hijos nunca a la mamá — respondió con todo ácido.

Giré los ojos a lo que dijo, un poco divertida de que las mamás siempre crean este ambiente tenso y de victimización sin razón aparente.

—Siempre estoy haciendo lo que pides y quieres, ¿no es suficiente?— respondo para fastidiarla un poco y al mismo tiempo para recordarle que, a diferencia de mi hermano menor, siempre estoy para ella.

—Solo lo haces porque te mando. Ojalá lo hicieran de corazón. Cuando seas madre lo entenderás— dijo mientras se volvía a poner el otro audífono para encerrarse en el cuarto a continuar su podcast.

—Un 31 de febrero decidiré ser madre— contesté al tiempo que entraba a mi cuarto sabiendo que no me escuchó. Siempre insiste en lo mismo y siempre insistiré en lo contrario. No es mi sueño ser madre al menos que implique criar gatos y perros.

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⏰ Última actualización: Apr 22 ⏰

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