15 de abril del año 12d.E:
Amanecí en una cama blanca. Aún era de noche y se escuchaba el rumor de una multitud lejana. De la adrenalina de buscar entre las llamas a mis compañeros sólo quedaba el dolor de las quemaduras.
Había soñado que lograba subir las escaleras, pero aún así no lograba salvar a nadie. Lo único que conseguía era ver sus cuerpos inertes. El primero de ellos sobre la escalera. Al final del pasillo estaba Bea, quién me agradecía no haber dicho nada. Lo repetía una y otra vez, diciendo “Gracias por dejarles morir felices” hasta que finalmente decía “Gracias por dejarles morir”. Por ello desperté llorando.
Frente a mí estaba Xiana Heller, mi amiga del orfanato. Aquella preciosa niña con el pelo rubio y ondulado, pecas en la cara y los ojos azules, como las muñecas. Al verme despertar me dió la mano con una sonrisa.
—¿Estás bien, Joanet? –Aunque llorando, asentí. Estaba vivo y eso era todo lo que importaba.
—¿Dónde están los demás? –Pregunté.
—No lo sé. Vino una horda de zombies y un hombre llamado Adam me trajo aquí. Luego llegó contigo, te curó y se fue. –Me miré la quemadura de la mano. Esa que me había hecho al abrir la puerta del armario. Tenía un vendaje.
—Así que ya han llegado los infectados. –Lamenté.
—No te preocupes. Seguro que los demás están bien. En cuanto podamos, iremos a la ferretería, donde habíamos quedado, y juntos buscaremos un lugar seguro. –Después de decir eso me enseñó un bulto de mantas. Lo descubrió y me mostró una pequeña niña. In bebé que apenas debía tener un año.Mientras Díama Junia, Gideon Loris y Kein Clever esperaban en la ferretería, con la puerta bloqueada con el propio mostrador y los infectados caminando por la calle. No estaban solos, pues el dueño de la ferretería estaba en el interior, hablando con los muchachos.
Fuera la ciudad era un completo caos. No solo había llegado la muerte en forma de muertos y enfermos, sino que también habían llegado los bandidos, grupos de personas que iban de ciudad en ciudad en busca de suministros y personas débiles de las que aprovecharse. Uno de esos grupos de bandidos era el de la familia Diluvioni. Viajaban en camionetas llenas de suministros buscando supervivientes en Credenscia sin mucho éxito, tratando de salvar vidas para volverlas un infierno. La condición para seguir sobreviviendo con el grupo era adoptar un nuevo nombre bajo el apellido Diluvioni. También debían hacer todo lo que quisiera el líder y de ese modo no sólo podrían sobrevivir, sino que también podrían obtener puestos de prestigio.
Garza Diluvioni, una jóven pelirroja, era una de estas personas rescatadas por los bandidos. Se bajó de uno de esos camiones, aparcado en las puertas del hospital. Su pareja, Jordan Diluvioni, hijo del líder de la familia, le entregó una pistola. A ella y a diez jóvenes adultos más, vestidos de forma desigual y sin apenas defensa.
—Entrar, tomar todos los suministros posibles y rescatar a los enfermos. Cuando de la señar, nos vamos. –Ordenó. Ella asintió. No le quedaba otra opción, porque si quería sobrevivir debía obeder a su jefe. Entraron. El edificio ya estaba tomado por los infectados y todos los enfermos, incapaces de huir, habían comenzado una absurda batalla que ya estaban perdiendo.
En el primer piso Garza encontró el primer grupo de infectados. Con su arma, buscando llamar la atención, disparó tres tiros, directos a la cabeza. Dos murieron y el tercero recibió el tiro en el cuello. Jordan terminó con el segundo y atinó a otros tres. Evidentemente los disparos llamaron la atención de varias criaturas más, pero a los bandidos no les importaba, porque buscaban un ataque rápido y caótico.
Mientras Garza y Jordan avanzaban rápidamente hacia el tercero piso, los demás bandidos les liberaban el paso a golpes de cuchillo y tiros. Los pocos supervivientes del hospital se percataron del ataque por su sonoridad. El que había tomado el puesto de líder era Roland Wallace, quién había llegado al hospital por recibir una puñalada en una pelea de barrio.
—Señores. –Exclamó con determinación. —Han venido a por nosotros. Si no queréis vivir en un infierno, lanzaros por la ventana. Si queréis vivir a cualquier precio, tenéis que salir del hospital. –Les motiva con un bisturí en la mano. En apenas unos minutos ellos ya estaban corriendo por sus vidas por el hospital.
Garza llegó al tercer piso y vió al grupo de supervivientes enfrentándose a los infectados. Los ayudó, pero uno de ellos recibió un mordisco en el brazo. Entre todos lo sacaron del hospital y llegaron hasta el camión. Eran doce nuevos supervivientes los que no murieron en el camino, pero al llegar al camión la misma Garza, con un cuchillo, degolló al que había sido mordido. Todos sus ataques eran iguales y terminaban con el mismo resultado, una fila de nuevos reclutas que no sabían quiénes los habían rescatado. Y esa fila estaba ahora de pié frente a un enorme campamento en las afueras de la ciudad. Jordan Diluvioni caminaba frente a ellos, mirándolos de uno en uno. Se paró frente a una niña pelirroja. Los labios de Garza comenzaron a temblar cuando vió a su pareja acercarse a la niña.
—¿Cómo te llamas? –Le dijo mientras agarraba su pelo anaranjado.
—Laia Ridd. –Dijo la niña sin titubear. Jordan sonrió soltándole el pelo.
—Ahora te llamarás Gorrión Diluvioni. –Luego siguió caminando, interrogando a los demás. Se paró frente al líder, que no esperó a que preguntasen por su nombre.
—Soy Roland Wallace y no pienso cambiarme el nombre. Mi apellido vale mucho más. –Esto ofendió a Jordan, quién dirigió su pistola a la boca de Roland.
—Marchate. Aquí somos una familia. Si no aceptas ser parte de la familia no puedes estar aquí. Menos siendo un Wallace.
—Dame veinticuatro horas y verás que necesitas un Wallace en tus líneas. –Cuando dijo esto miró a Garza. Ella apartó la mirada y Jordan apartó la pistola.
—Te doy veinticuatro horas para entender cómo funcionamos aquí. –
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Después de la extinción
Science FictionEl hombre ha dejado de ser humano. El mundo ha dejado de ser mundo. Ahora sólo quedan los descendientes de aquellos que lo destruyeron todo y un infierno que los condena. Han pasado doce años desde la extinción. La nada se abre paso con la muerte...