La joven estaba cruzada de brazos cuando sintió un toque golpear su cien.
-Oye!
Giró con el ceño fruncido, topándose con una mueca de molestia de su rubio compañero.
-Tú, bastarda, tres, en mi casa.
Dijo el rubio lanzándole un papel en la cara.
La joven tomó el papel abriéndolo y encontrando una dirección.
-Ay Bakugo...
Aquella chica suspiró ocultando el hecho de sus mejillas acalorarse, arrugó de vuelta el papel y lo lanzó al papelero más cercano poniéndose de pie mientras dirigía su vista hacia la calle que el rubio había cruzado.
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La joven se miraba a la ventana de la dirección del papelito como si su vida dependiera de ello.
Llevaba unos pantalones jean palazzos y un manga-larga blanco que mostraba los hombros, el cabello lo traía suelto pero ahora solo luchaba con no morirse en el intento de extender la mano y tocar el timbre.
Lo hizo.
Su pie se movía con desesperación, mientras daba medias vueltas en su sitio.
Todo se esfumó cuando oyó la manija girar y por ende la puerta abrirse, divisó a una mujer de cabello rubio, ojos carmesí y una sonrisa que parecía tener picardía.
Era el retrato de su rubio compañero, o más bien él, era el retrato de la señora que tenía enfrente.
-Eh...
-Tu debes ser ____?
-Si
-Pasa linda, ahora llamo a mi hijo.
La joven agradeció y no tardó en entrar después de quien parecía ser la madre de su compañero explosivo de clase, pero esta no comprendía porque su madre parecía tener un rostro tan angelical a diferencia de su hijo.
-OYE KATSUKI!, BAJA DE UNA VEZ ¿¡QUIERES!?
La chica dio un salto mientras tomaba asiento en el sofá y abrazaba su mochila, rápidamente negó con la cabeza entendiendo de donde había heredado el carácter su amargado compañero.
