Capítulo 4: La Tormenta y el Desierto

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El grupo de aventureros, ahora completo, se encontraban en las afueras del Gran Desierto de Zephyr, un vasto océano de arena conocido por sus tormentas repentinas y sus secretos enterrados. Elisa, Kley, Rosel y Theodor, junto con Frost, se preparaban para cruzar sus límites y buscar la siguiente pista sobre el destino del Orbe de los Sueños.

La primera prueba no tardó en llegar. Una tormenta de arena, tan repentina como feroz, se levantó ante ellos, oscureciendo el sol y amenazando con borrar cualquier rastro del camino que habían tomado. Pero Elisa y sus compañeros no se desalentaron. Rosel, con su conexión con los cielos, invocó una barrera de viento que los protegió y Theodor tocó una melodía que parecía calmar la furia de la tormenta.

Mientras avanzaban, la figura de una ciudad antigua comenzó a tomar forma entre la bruma de arena. Era la Ciudad Perdida de Mirages, un lugar que muchos creían era solo una leyenda. Sus torres y cúpulas emergían de la arena como espejismos hechos realidad, y sus puertas se abrían como si invitaran a los viajeros a descubrir sus secretos.

Dentro de la ciudad, el tiempo parecía haberse detenido. Las calles estaban vacías, y el silencio era absoluto, salvo por el susurro del viento que se colaba por las rendijas de las antiguas construcciones. Elisa sintió que el Orbe vibraba con más intensidad, guiándolos hacia el corazón de la ciudad.

En la plaza central, encontraron una fuente seca, en cuyo fondo yacía una esfera de cristal similar al Orbe, pero de color negro profundo. Kley, con su conocimiento de las reliquias antiguas, reconoció la esfera como el Orbe de las Pesadillas, un contrapunto oscuro al Orbe de los Sueños que Elisa poseía.

Fue entonces cuando la ciudad cobró vida. Figuras sombrías emergieron de las sombras, sus ojos brillando con una luz malévola. Eran los guardianes de la Ciudad de Mirages, seres creados por la magia antigua para proteger el Orbe de las Pesadillas.

Aquella batalla fue inevitable. Kley desenvainó su espada mágica, que brillaba con una luz azulada, y se enfrentó a los guardianes con valentía. Rosel, desde el aire, lanzaba hechizos que iluminaban el cielo y Theodor, con su lira, fortalecía el espíritu de sus amigos con canciones de coraje.

Elisa, sosteniendo el Orbe, descubrió que podía usarlo para desvelar las verdaderas formas de los guardianes, revelando su vulnerabilidad. Con la ayuda de Frost, que atacaba con una ferocidad controlada, lograron superar a los seres sombríos y asegurar el Orbe de las Pesadillas.

Al final de la batalla, mientras la ciudad volvía a sumirse en el silencio, Elisa tomó una decisión, Unir el poder de ambos Orbes, esperando que el equilibrio entre sueños y pesadillas revelara el camino a seguir.

Con los Orbes en sus manos, Elisa cerró los ojos y se concentró. Una luz blanca y otra oscura se entrelazaron, formando un espiral que ascendió hacia el cielo. Cuando la luz se disipó, una visión clara se formó en sus mentes: la Montaña de los Sueños, el lugar donde el destino del Orbe de los Sueños sería finalmente revelado.

 Cuando la luz se disipó, una visión clara se formó en sus mentes: la Montaña de los Sueños, el lugar donde el destino del Orbe de los Sueños sería finalmente revelado

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