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Había pasado una semana desde que Tanner y yo nos juntamos para estudiar en la biblioteca y no pudimos quedar otra vez por los horarios escolares. Nos quedaban trece consignas; solo conseguimos hacer dos, y en once días era la fecha de entrega. Hasta que ese maldito trabajo no esté completo, no iba a poder estar tranquila. Quería que este muy bien echo, mi nota de biología era de las más altas que tenía y no me gustaba que baje de un nueve.

Estos días hablé con Tanner en las clases que compartíamos, y con hablar me refiero a él burlándose porque me ruge mucho la panza y yo enfadándome e insultándolo. En esta semana también le pedí disculpas por tratarlo mal cuando comimos en la cafetería, y su primera reacción fue reírse. Claramente lo insulté y le dije que nunca más me iba a disculpar por ser grosera con él.

Hoy era lunes y teníamos biología. Como no podemos organizarnos por los horarios para hacer el proyecto, tuve que sacrificarme e invitar a Tanner a mi casa para poder estudiar. Él estaba contentísimo. Ahora mismo se encontraba al lado mío con una sonrisa de felicidad en su rostro. No entendía qué le emocionaba tanto.

Lo mire de soslayo, él estaba observando las casas y alzaba las cejas cuando veía una casa gigante con un patio delantero gigante. Yo sonreí disimuladamente.

—¿Ya estamos llegando? — preguntó, ansioso. 

—Mmm... estamos un poco lejos — respondí. En realidad, estábamos a tres casas de la mía.

—Estas casas son gigantes... ¿tu casa es como alguna de ellas?

—No lo sé — me encogí de hombros.

—¿Como que no lo sabes? ¿no vives en este barrio? — me miró, confundido.

Ya habíamos pasado una casa, por lo que quedaban dos más y llegábamos a la mía. Quería ver su reacción al verla, seguro parecería un niño pequeño. 

—Obvio que sé, idiota, pero nunca comparé mi casa con otras— hice una pausa para pensar. —Igual, sí es parecida a todas estas... creo — musite, mirando a mi alrededor. Él tenía los ojos entrecerrados en mi dirección. 

—Mhm... ¿ya llegamos? — cuestionó, con ansias. Nos encontrábamos a una casa de la mía, solo que del lado de en frente.

—Ya casi.

—¿Ya llegamos?

—Mmm falta menos.

Cruce la calle en una esquina y en frente se encontraba mi casa. Me quede parada en la vereda con un Tanner sonriente a mi lado. Como veníamos del colegio, teníamos nuestras mochilas colgadas de los hombros.

—¿Ya? ¿dónde está? — me giré sobre mis talones y señalé con la cabeza mi casita. Él levanto las cejas, pasmado. — ¿Esa es tu casa?

Yo Asentí con la cabeza y pasé por el caminito de cemento que tiene el patio delantero con él, que miraba la casa como si fuera un palacio. La verdad a mí me parecía una casa normal, común y corriente. Tal vez porqué estaba acostumbrada, ya que vivía en un barrio con casas parecidas a la mía. Llegamos a la puerta de entrada y la abrí, dejándolo pasar primero.

—Bienvenido a mi humilde morada... Deja la mochila aquí si quieres — Le dije, tirando mi mochila a un costado del pasillo y cerrando la puerta con un simple pestillo.

—¿Humilde? ¿En serio? ¡Esto no es humilde ni en un millón de años! — Dijo, dejando su mochila en donde ya le había mencionado y siguió mis pasos hacia la cocina. — Wow, creo que toda tu cocina es mi casa entera...

Su reacción era tal cual me la esperé, como la de un niño pequeño. El siguió murmurando sobre lo fascinado que estaba con la cocina y yo lo ignore, caminando directamente hacia la heladera para comer algo. Mis padres no vendrían a almorzar, por esa razón lo invité a Tanner el día de hoy. No era muy fan de traer gente a mi casa, pero tuve que hacer una excepción.

Por ti, siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora